Insistencia

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Tarde me di cuenta de mis sentimientos.

La insistencia en rectificar sus modos agresivos tenía una razón de ser, aún consciente de la pelea imposible de ganar contra sus instintos, lo básico de su persona terminado de torcerse al ingresar a la mafia tras el maltrato de una ciudad engalanada, como sede comercial de primer mundo, y acostumbrada a guardar bajo la alfombra a niños como él.

Con ninguna otra pieza en el tablero en que convertí a la mafia, a mi servicio en la carencia de sentido, me tomé tantas molestias. Literales y figuradas.

¿Por qué?, me preguntaba en esa época, ahora lejana. ¿Por qué desear tanto que sea algo que no es capaz de ser?

Lo atribuí a la influencia de Oda, a querer convertirme para él en lo que deseaba que Oda fuera para mí: una especie de guía, mentor, de hermano mayor que sacudiera las elucubraciones oscuras.

Yo me movía, me hundía, y Oda, sin darse cuenta quizás, tiraba.

Ser salvado.

Ser salvador.

No fue el caso.

La duda me carcomió hasta que en a la Agencia, mundo cuya luz dispersó un par de sombras superficiales, di un vistazo a la maraña de mis sentimientos.

Y lo entendí de golpe, sin más, en una acalorada charla con Kunikida sobre la vejez. Sobre su vejez, para ser precisos, sospechando que yo no cruzaría la línea de la treintena, fuera por mis intentos de suicidios o por los de asesinato de terceros.

Kunikida habló de amor, habló de la entrega devota a una persona, del apoyo compartido, de tazas de chocolate en otoño frente al televisor y lecturas al calor del futón en invierno, de salidas al mar en primavera y a las montañas en verano a escuchar a las cigarras. Me preguntó si alguna vez pensé en compartir momentos similares con alguien, con quien fuera —enfatizó—. Tuve dos opciones de respuesta: o burlona ("con una linda chica suicida antes de partir rumbo al otro lado") o la que situé próxima a mi realidad ("con nadie").

Atajando mis ingeniosas ocurrencias se presentó el recuerdo de un deseo fugaz, sueño dominando mis noches en la mafia y que, a mi partida, permaneció a la distancia.

En ese sueño llegaba a casa.

Una voz me recibía: "Dazai-san". Saludo y llamado familiar que sin necesidad de ver de quién provenía, me evocaba a la perfección su rostro.

Akutagawa Ryunosuke.

Muy dentro de mi corazón, tan dentro y tan profundo, en el afán de sepultar sentimientos, en especial tras lo ocurrido con Oda y Ango; estaba el amor por un chiquillo terco a quien quise rescatar, no por ser un héroe o un hermano, sino por anhelar estar a su lado. Ese anhelo, peligroso en su esencia en un mundo lóbrego, me hizo alejarlo, pisotearlo, plantar una distancia insalvable, evadiendo la catástrofe de la destructiva y compasiva emoción.

Quedé en shock, y fui a buscarlo...

Así acabé aquí, seis meses después, encerrado en una torre desmoronándose. La base enemiga cuya destrucción simboliza el fracaso de un plan enemigo contra Yokohama y Japón.

Recorriendo las habitaciones, el suelo estremeciéndose, los pasillos iluminados por las luces rojas de las torretas de emergencia, y las sirenas instando a los cadáveres a abandonar un sitio que será su tumba; escribo en soledad una carta póstuma en el aire, en los recuerdos y el dolor de mi pecho. Una carta que no recibirás.

No has de responsabilizarte por mi estupidez.

Te amé y lo hago aún, te deseo e intenté decirlo, te lo dije y te lo demostré; pero la lucha que quise emprender para llegar a ti, era lucha que me condené a perder años atrás, cuando elegí hundirme en las arenas movedizas hasta el fondo y deseché tus sentimientos.

En esos días me amabas.

En estos días en que te amo, tú ya no tienes para ofrecerme más que cordialidad.

Intentaste que fuera diferente.

Me permitiste acércame.

Un día fue demasiado para ti y muy poco para mí.

De forma directa dijiste "basta".

Con una sonrisa acepté mi derrota y me alejé cabizbajo.

No podía obligarte a amarme, así como no pudiste obligarme a hacerlo en su tiempo.

La vida me pesa.

La única razón que pensé que existía para soportar ese peso, se desvaneció con tu rostro afligido y cansado de mis insistencias.

Desde entonces supe que cualquier intento de suicidio resultaría. Ya no había ni esperanza ni fuerzas en mí que sabotearan mis ganas de irme. Sólo fue cuestión de aguardar lo suficiente, de hallar el instante adecuado que impidiera en tu alma anidar a la culpa.

Espera paciente y dolorosa.

Una pausa a finalizar en que te escribo sin que lo sepas, con la tinta invisible de mi amor en los pedazos de mi corazón.

Te escribo con pena deseando me perdones y seas feliz, que encuentres la dicha y me olvides.

Te escribo arrepentido de lo postergado.

Te escribo feliz por haberte conocido.

Te escribo anhelándote.

Te escribo necesitándote.

Te escribo habiéndote perdido.

Te escribo derrotado.

Te escribo sin haberte tenido.

Te escribo lamentando cada herida.

Te escribo amándote.

Siempre tuyo, sin saberlo al principio y sin que lo quisieras al final, entre lágrimas que nunca viste y una sonrisa sincera que agradece tu existencia; Dazai Osamu.

EsperanzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora