Hay alguien ahí, sentado en la mecedora junto a la ventana. Se mueve de atrás hacia adelante al compás lento de la luz de luna, balseando al ritmo de la suave brisa y el canto de los grillos y las cigarras en una noche escandalosa de verano. Se mece a la orilla del fin del mundo, las intrigas políticas y el poder.
Ese alguien observa la oscuridad, las sombras de los árboles y la quietud de la naturaleza. Da una impresión atemporal, ajeno a cualquier época y lugar, moldeado por aparte de todo y todos.
Se remueve.
Las maderas del mueble y el piso crujen.
El sonido le hace eco en el alma a su protector, a su amante, apostado a sus espaldas en el marco de la puerta, le humedece la mirada, le forma un nudo en la garganta y le ara un hoyo en el pecho.
—¿Ya es hora? —pregunta Akutagawa.
Saliendo de sus cavilaciones, Dazai abandona su puesto y se acerca, pasando de mero espectador a parte activa de la escena:
—Sí —jala aire, apaciguando el remolino de emociones, tratando de no temblar—. Es hora.
Muerde su labio inferior sobrepasado por cuanto se concentra entre las cuatro paredes, lo inevitable, la conclusión de una historia de años, de negación de sus sentimientos incapaz de afrontar su engorrosa intensidad, tan peligrosa y significativa.
Tiene miedo.
Camina hacia Akutagawa apretando la botella.
Le asusta no estar listo.
No está seguro.
No tiene ni idea de cómo será vivir en adelante.
¿Lo conseguirá?
Leyendo el miedo en su presencia, Akutagawa gira el rostro y lo busca en la penumbra.
—Todo estará bien —le dice—. Lo harás bien —le repite, abarcando el presente y el futuro en una frase, en una sonrisa diminuta que condensa una felicidad y un amor ilimitados; y se pone en pie.
Se tambalea.
Dazai se apresura a ayudarlo.
Akutagawa toma su mano, se niega, lo sosiega y le coloca en brazos a su hijo.
El peso del cálido bulto le llena el alma obligando a sus rodillas a ceder, lento, despacio, aterrizando en un universo distinto. Plenitud desconocida. El desenlace a la caída libre desde la infancia encontrando, en lugar del duro suelo, cama de plumas. Sorpresa resultante del bebé de cabello negro y ojos marrón, y de la persona con quien está, su gran amor. Tras miles de dificultades, cientos de batallas, de caos dentro y fuera de él, y de aquel milagro... luego de una separación de un mes para desprenderse de los conflictos en Yokohama, había llegado a casa.
Estaba en casa, no en el sitio físico, sino con quienes le brindaban el espacio seguro al cual llamar hogar.
Pasando ambos brazos a su alrededor, Akutagawa lo sostiene y lo ampara.
Su pequeño bulto se queja, hambriento e insistente en que apuren el contenido de la mamila.
A lágrimas y risas compartidas alimentan al hijo que ignora que ese día, en esa noche, sus padres se despiden de una vida atestada de dolor, ofreciéndose mutuamente serena dicha lejos, muy lejos, de la pena y el sufrimiento.
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Esperanza
FanfictionReivindicación, redención y renacimiento, coloreados de lo que creyeron nunca merecer para ellos. Colección de Drabbles y One Shot. Fandom: Bungo Stray Dogs / Shipp: Dazai x Akutagawa