Culpa (2)

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Cuauhnáhuac, Morelos

Estados Unidos de Toltec

[La ciudad que antes se llamaba Cuernavaca solía ser el destino de fin de semana de la clase media alta del Distrito Federal, pero ahora es poco más que un pueblo con unos cuantos bares y cantinas donde sirven licor de dudosa calidad y donde se relajan los trabajadores de los sembradíos de marihuana que reemplazaron los que antes eran campos de flores de ornato para exportación. Es mi segunda entrevista con Carlos Alarcón, el llamado ZB-15; ahora mucho más relajado que en el Centro de Control y su extraño acento aflora con total naturalidad.]

¿Y cómo fue que sobrevivió a la guerra?

Usted no se anda con rodeos, ¿verdad, míster?

No es una historia tan larga como se podría imaginar. Yo crecí en el barrio de Tepito, una de las zonas marginales de la Ciudad de México, y el lugar del mayor tianguis... mercado de pulgas, creo que le dirían ustedes, seguramente del mundo. Mi padre tenía ahí un puesto donde vendía artículos electrónicos, grabadoras, videocaseteras, fue de los primeros en vender reproductores de discos compactos y de DVD's; admito que todo era de dudosa procedencia, "fayuca" le decíamos, contrabando.

En fin, que es posible que por eso lo hayan matado, mi mamá nunca me lo dijo, pero no hacía falta.

Era un lugar difícil, el "Barrio Bravo", lo llamaban; pandillas, delincuencia, contrabando, refugio de criminales y narcos. No me malinterprete, la mayoría eran gente pobre pero honesta y trabajadora, que trataba de ganarse la vida lo mejor que podía, pero, como siempre, los malos somos los que hacemos más ruido.

Desde chamaco yo me metí de cabeza en ese mundo, primero "halconeando" (1) y ya cuando fui adolescente, vendiendo y moviendo la droga. Mi primer muertito me lo cargué a los 16, un wey que se quiso pasar de listo conmigo, me quiso robar toda mi merca y qué cuentas le iba a entregar yo a mi patrón; si no era él era yo y de que lloraran en su casa a que lloraran en la mía... le metí dos plomazos y le quité lo mío.

Me vieron potencial. El patrón me ascendió y desde entonces dejé la venta y me convertí en sicario. Bueno, le entrábamos a todo, si había que escoltar un transporte, lo escoltábamos; si había que cuidar al jefe, lo cuidábamos; sí había que tronarse a un competidor, lo tronábamos; si había que vigilar una casa de seguridad... bueno... ya me entiende.

¿Qué eran las casas de seguridad?

[Le da un trago al pequeño vaso que reposa sobre la mesa en la terraza que ocupamos y suspira.]

No eran exactamente casas, ¿sabe? Bueno, algunas sí lo eran, pero otras eran bodegas, fábricas abandonadas, vecindades en lo más profundo de Tepito; en las casas-casas guardábamos a los clientes... bueno, los secuestrados y en los lugares más grandes a los pollos... es decir, a los inmigrantes ilegales que buscaban llegar a Estados Unidos.

Fue ahí donde los vi por primera vez. Todavía no se sabía nada, ni el caso del "Bordo" en Tijuana ni mucho menos lo del albergue de Guadalajara. Ya había rumores de las rancherías; de hecho, el jefe nos mandó una vez a un comando a hacerle una visita a un competidor para saber si él se había chingado a todo aquel pueblillo que usábamos para pasar la noche cuando movíamos merca de Acapulco a Tijuana, pero no había sido él; simplemente habían desaparecido.

Pero le decía... fue en una casa de seguridad. Una bodega en Tepito que nos servía para esconder merca o para guardar "pollos". Un wey de pronto se nos puso orate; primero se empezó a convulsionar, luego se quedó todo tieso y de repente se retorció como babosa en sal y cuando despertó, se prendió del brazo de una señora que tenía a un lado.

Guerra Mundial Z. MéxicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora