Culpa (1)

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Tollocan

(Capital de los Estados Unidos de Toltec)

[Es invierno en esta ciudad que muchos han dicho que está demasiado cerca del Distrito Federal, la vieja capital de los extintos Estados Unidos Mexicanos, con sus cientos de miles de zombis esperando un mínimo espacio para salir de su tumba subacuática. A pesar de que la temperatura está casi en los cero centígrados, los internos de esta prisión para criminales de guerra apenas están vestidos con sacos de arpillera atados a la cintura con cuerdas o agujetas y con las piernas y pies desnudos, mientras los guardias visten con gruesas ropas de invierno.]

Pese a todo, sigo diciendo que no había otra cosa que pudiéramos haber hecho.

[El prisionero voltea a ver de soslayo a los guardias que están, uno a cada lado, unos pasos detrás de él]

Como seguramente usted sabe, míster, México, como casi toda Latinoamérica, era un país de fe. Donde ustedes sacaban a los enfermos de sus casas para llevarlos al hospital, aquí, la gente sacaba a los enfermos del hospital para llevarlos a la iglesia. No eran pocas las veces que la gente sentía que la ciencia del hombre les había fallado y era entonces cuando volvían sus ojos a la sabiduría del altísimo.

No me malentienda. No era que la gente corriera con el cura en vez de con el doctor al menor estornudo. Eran los casos imposibles, los moribundos, los desahuciados, los enfermos terminales los que acudían a los santuarios de fe. La mayoría eran enfermos de cáncer, pero también había gente que había sufrido infartos o embolias, gente con hepatitis o diabetes avanzada, incluso enfermos de SIDA que iban a rogarle a Dios o a la virgen por un milagro.

Los santuarios marianos eran los más visitados y no solo en México, en Perú tenían la Basílica de Nuestra Señora de la Merced, en Brasil la Basílica de Nuestra Señora Aparecida y en Colombia la Basílica de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, entre tantos otros que recibían cientos de miles de fieles al año.

Y aunque en México la más conocida era la Basílica de Guadalupe, el otro gran santuario y recinto de la fe mariana era la Catedral Basílica de Nuestra Señora de San Juan de los Lagos, en el estado de Jalisco. Cada año millones de visitantes llegaban en solitario o en peregrinaciones masivas, ya sea en busca de favores de la virgen o en busca de un milagro de sanación.

No sé qué más podíamos haber hecho aparte de recibirlos. Mucho se ha dicho sobre cerrar las iglesias y mandar a la gente a sus casas o a los hospitales o de haber aprovechado que los enfermos iban voluntariamente a las iglesias para tener ahí equipos médicos que revisaran a toda esa gente...

Imposible. Ambas cosas eran imposibles y, francamente, estúpidas ¿Cómo podíamos negarle el acceso a toda esa gente? ¿Cómo podíamos cerrarles la casa de Dios cuando más lo necesitaban? ¿Cómo podíamos decirles: vuelvan a sus casas, Dios no puede atenderlos hoy? Imposible. Estúpido e imposible. De hecho, estoy seguro de que, de haberlo intentado, habríamos tenido un motín y la gente habría abierto los templos por la fuerza.

¿Y la otra opción?

¿Sabe cuánta gente recibió la Basílica de Guadalupe en esos días? Millones, literalmente millones (1). La inmensa mayoría iban, se quedaban a la misa y luego volvían a sus hogares; pero había muchos, miles, que se quedaban con sus enfermos; algunos ya los llevaban atados de pies y manos o hasta con bozales para evitar que mordieran a alguien más, en espera de un milagro.

No, míster, habría sido una tarea titánica. Con los hospitales desbordados con casos tanto reales como imaginarios, habría sido una necedad esperar que pudieran desviar personal suficiente para atender a cientos de miles de personas que se arremolinaban en las iglesias.

Guerra Mundial Z. MéxicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora