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            El Rusalka, la macro-discoteca de Yuri Vólkov, presidía la zona turística del puerto de Valencia. El complejo constaba de cuatro edificios independientes, de dos alturas el más bajo, y su diseño era el más moderno de la ciudad. Para poder entrar, la gente hacía largas colas frente a las verjas que separaban el complejo del paseo marítimo. En cambio, los clientes VIP, usaban el amarradero privado para acceder a la discoteca. Y fue desde la otra orilla, en la zona comercial del puerto de Valencia, donde Álvaro y Juan, subidos a una pequeña lancha de color amarillo, contemplaban la discoteca.

—Déjame los primaticos —dijo Juan.

—Un momento —Álvaro ajustó el zoom y la imagen ganó nitidez. Vio modernas lanchas motoras y lujosas embarcaciones atracando en el amarradero privado. Ricos barrigudos, acompañados de chicas jóvenes, entraban a la zona VIP de la macro-discoteca.

—¡Déjamelos!

—¡Calla, coño! —Álvaro se movió hacia un lateral y vio otro amarradero dentro del área del Rusalka. Sin embargo, en esta solo vio un viejo barco de carga y un edificio al final del paseo. Varios camareros y mozos de almacén descansaban distraídos, alrededor de una pálido foco de luz que iluminaba la noche nublada, mientras fumaban relajadamente—. Vale, ya está claro.

—A ver —Juan alargó el brazo y Álvaro le tendió los prismáticos.

—Allí, donde están los currantes fumando —dijo Álvaro. Juan observó con los primaticos el lugar indicado—. Entraremos por ahí.

—Podré dejarte a cincuenta, cuarenta metros de distancia. De lo contrario podrían vernos y sospechar —Juan le devolvió los prismáticos y se metió la mano en el bolsillo. Sacó una pequeña bolsita de plástico, de la que cayeron unos polvos blancos—. ¿Te hace unas clenchas?

—No, está noche no.

<<Zzzzuuuummm, Zzzzuuuummm>>

Juan cogió su móvil y activó el altavoz.

—¿Estáis ya frente a la discoteca de Yuri? —preguntó Carmelo a través del altavoz.

—Sí, aquí estamos —dijo Juan.

—Bien, repasemos el plan —dijo Carmelo.

—Ponemos en marcha la lancha y nos acercamos a la otra orilla —dijo Álvaro—. Cuando esté a diez metros me tiro al agua y nado hasta el amarradero del personal de servicio. Espero a que no haya nadie, subo y me meto en el edifico.

—¿Vigilantes? —preguntó Carmelo.

—Eh... currantes, sí. Pero poco más.

—Entendido. Continua.

—Luego, me cambio de ropa y salgo a la explanada que hay en el recinto —dijo Álvaro—. Me meto en el edificio principal, accedo al despacho de Yuri y abro la caja fuerte. Guardo el lienzo en el tubo hermético, salgo del edificio y después de la discoteca.

—Yo, tras dejar a Álvaro, dejo la lancha en el amarre turístico, tomo el Audi, conduzco hasta el Hotel Miramar y espero a que llegue —señaló Juan.

—¿Tienes claro cómo funciona los explosivos? —preguntó Carmelo a Juan por altavoz—. ¿Necesitas que te aclare alguna duda?

Álvaro se inclinó sobre la mochila, cogió el explosivo y lo miró no muy convencido. El dispositivo era una masa plástica de color gris, unido a un circuito informático y con dos placas magnéticas.

—Sí, sí, está claro. El tema del cable, la presión que debo ejercer, introducir la serie... numérica... sí, lo recuerdo.

—Perfecto. Suerte.

Una segunda OportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora