5. Empanadas y Wattys de postre - Parte I

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La mañana en casa de los Paredes se presentaba calurosa y húmeda. Las imágenes oníricas que estaba experimentando Raia la tenían caliente, muy caliente. Un fuego abrasador la recorría de punta a punta, llevándola cada vez más cerca del borde. Los Jadeos se elevaban por debajo de las sábanas, el calor la estaba llevando al límite, no podía más, tenía que dejarlo ir...

—¡¿Quién apagó el aire?! —gritó iracunda, pateando las cobijas y limpiándose el sudor de la frente—. Esto parece un sauna, ¡me ahogo!

Concha abrió los ojos asustada por el grito juvenil, fue presurosa a la habitación intuyendo lo que pasaba. En el camino se encontró con Eduardo, también alertado por el chillido de su hermana.

—Tu abuela está resfriada y el aire acondicionado le hace daño. Usa el ventilador que te dejé —dijo Concha desde el marco de la puerta. Miró a la anciana y añadió—: Al menos tu grito no la despertó, duerme como una piedra.

Raia miró a la mujer que dormía en su cama. Había olvidado que estaba de visita en la casa. Adoraba la compañía de su abuela, pero sudar como pollo en parrilla no era de su agrado. Se levantó del colchón inflable y dijo:

—La abuela es sorda cuando le conviene —susurró—. Si nombro a su crush, seguro se despierta. Fíjate —rio pícara—: ¡Roberto Carlos!

—¡Roberto, mi amor! El gato que está triste y azul nunca se olvida que fuiste mío...

—¡Mamá! ¡Abuela! —exclamaron al unísono madre y nieta.

—¿Qué? ¿Qué pasó? —dijo la aludida, somnolienta—. Me pareció oír el nombre de Roberto Carlos. —En sus ojos se dibujaron corazones—. Ay, mi Roberto, él es el único hombre con el que le sería infiel a mi marido —suspiró.

—¡Mamá, por favor! —Concha se escandalizó—. ¿Qué diría mi padre si te oyera?

—Nada, ¿qué va a decir? Es solo un amor platónico, no es como si algún día Roberto me propusiera escapar con él. —La anciana sonrió enigmática—. Al final a quien elegí fue a tu abuelo, él es mi historia romántica basada en hechos reales...

—Mamá, ahora entiendo por qué naciste en noviembre —interrumpió Eduardo en tono jocoso—. Mis abuelos se pusieron creativos en San Valentín —soltó una risotada.

—Más respeto que soy tu madre. —Concha se quitó la zapatilla, objeto que le ayudaba en la educación de sus hijos.

Eduardo, ni corto ni perezoso, emprendió la carrera por el pasillo, a un ritmo que un velocista envidiaría. No obstante, en la lejanía se escuchó un quejido de dolor y el sonido de un cuerpo cayendo en el piso, la chancla había dado en el blanco.

Raia vio la escena con indiferencia, concentrada en descifrar lo que había dicho su hermano, no le había quedado muy claro. Su inocencia era de campeonato.

—Abuela, ¿en qué sentido se pusieron creativos tú y mi abuelito? Lo que dijo Eduardo... abuelita, abuelita —resopló, su abuela se había dormido de nuevo.

Raia sopesó en hacer lo mismo, pero un mensaje de Whatsapp terminó por quitarle cualquier intención de dormir.

Lucía le recordó un evento importante. Ese día se anunciaban los premios Wattys de la academia. La hora exacta del anuncio de los ganadores era incierta, pero según análisis realizados por autores y lectores impacientes, este sería a partir de las once de la mañana, hora de Toronto. Por tal razón tenían que apresurarse a ganar una mesa en el local donde transmitirían el evento y también para comprar un gran contingente de empanadas y otros carbohidratos. El establecimiento era muy famoso por los bocadillos que vendía.

La empanada de la discordia ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora