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Estaba agotado y quería dormir, lo necesitaba, tenía trabajo pendiente y esto se lo impedía.
Estaba elaborando el plan de cuidados de ciertos pacientes; Thomas no solía ser muy organizado, pero si quería seguir en este trabajo debía serlo.

Llevaba horas en eso.

Al completar la última hoja, en su rostro se esbozó una sonrisa de alivio, se levantó de la silla y somnoliento se encaminó hacia su habitación. Tropezó con la mesa, haciendo que cayeran tres carpetas que en su interior contenían fichas y planes de cuidado de los internados; para la fortuna de Tom ninguna carpeta se abrió con el impacto, a excepción de una: la carpeta de Laurel.
Recogió los papeles desparramados y los ordenó, notó que faltaba uno, el cual estaba bajo su pie.

“Tord Larrson”.

Al leer esto, inmediatamente vio su mano afectada, seguía hinchada e irritada.
Laurel había caído enferma de gripe, por lo que decidieron aislarla para que no contagie a los internados. Su ausencia, trajo por consecuencia que el resto de los enfermeros tengan una mayor carga laboral, debido a que ella no estaría para brindarles los cuidados necesarios a sus pacientes; entre sus pacientes estaba Tord; él había quedado a cargo de Thomas mientras Laurel no esté.

El chico de ojos negros empalideció, realmente le aterraba aquel hombre. Dejó las carpetas en sus lugares y siguió su camino.
Era el único en pie a esas horas de la noche, si caminar de día por los pasillos de aquel hospital resultaba aterrador, de noche simplemente era una mounstrosidad, un infierno.
El ambiente era frío, como si almas caminarán por ahí.
La arquitectura antigua, hacia ver al lugar poco agradable y cómodo.
Los llantos, los gritos y los golpes, se hacían presentes en ciertos momentos de la noche.
A muchos internados, la noche les resultaba infernal, decían que en el momento en el que la noche tapaba al mundo con su espesa capa de oscuridad, era el instante en el que las almas carcomen sus cuerpos. No era algo muy agradable de escuchar.

Un silencio sepulcral reinó en el enorme recinto, llamando la atención del chico castaño claro.
Se tallaba un ojo a la vez que caminaba.

—Hey. —Una voz rompió el silencio. El ojinegro se detuvo y volteó, no había absolutamente nadie ni nada.

—¡Hey! ¡Ja, ja, ja! —Escuchó el llamado nuevamente, junto a una risa maquiavélica.
Un escalofrío recorrió su espalda, sus latidos se incrementaron y abrió los ojos más de lo normal. Volteó nuevamente y descubrió que el llamado provenía de una de las habitaciones, para ser más específico, la habitación del noruego.
Siguió con su camino, pero la voz de aquel hombre penetró en su oído nuevamente.

—Creeme, te conviene venir. —Declaró el interno.

“¿Cómo carajo sabe que soy yo?” Pensó Thomas.

El sueño transformó el temor en malhumor; el ojinegro estaba muy agotado, el cansancio nubla cierta parte de la razón y memoria. Tom, irritado se acercó.

—¿Qué quieres? —Preguntó a un costado de la puerta, no pensaba en pararse frente a esta.

—Solo te decía que debes sacar este plato de acá...

—Jodete. —Respondió, dispuesto a alejarse.

—Sabes que está estrictamente prohibido que me dejen con objetos con filo cerca y , me diste la merienda. —Hizo una pausa. —Sería una lastima que te pudiese costar tu empleo y... ¡Ah, cierto! Sí te pueden despedir por este gran error, ¿qué harás sin el dinero, tommie? Lo necesitas.

Quedó paralizado. ¿Cómo es qué sabía todo eso? ¿Cómo sabía lo de su deuda?
Estaba turbido. Su pecho se apretó y um golpe de adrenalina le hizo despertar.

𝐌𝐚𝐧𝐢𝐜𝐨𝐦𝐢𝐨 [𝐓𝐨𝐫𝐝𝐓𝐨𝐦]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora