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En aquella brillante metrópolis, por demás afamada y concurrida, se desplazaban cientos de miles de personas por día. Gente de cualquier procedencia, de rasgos étnicos tan diferentes como los colores del arcoiris, que a pesar de ser tan diversa se mezclaba entre sí creando un metafórico océano donde no se lograba distinguir a nadie. En medio de la multitud de extraños era más fácil pasar desapercibida.

Sus pasos eran inaudibles gracias a la ligera capa de nieve que empezaba a aglomerarse en las calles de la ciudad. El aliento, debido al frío, era visible como pequeñas nubes que flotaban de su boca al exterior para desvanecer con rapidez. El cabello rubio ceniciento, cortado en capas, le llegaba por encima de los hombros y se mecía de manera grácil al caminar. Usaba lentes de pasta debido a su miopía, los cuales le enmarcaban sus finos ojos verde lima, y llevaba puesto un grueso abrigo café para protegerse del clima, dejando entrever únicamente sus ajustados pantalones de mezclilla junto a las botas con plataforma que disimulaban su baja estatura. En una de sus pálidas manos sujetaba un teléfono con la dirección de un hotel cercano, en la otra arrastraba una pesada maleta de viaje con ruedas que facilitaban su transporte.

Continuó caminando por la avenida abarrotada de personas, moviéndose de manera fluida para no chocar con ninguna, mientras su vista iba de la pantalla del teléfono al camino que tenía en frente y viceversa. Luego de varios minutos de silencioso trayecto en linea recta, dobló a la derecha y caminó una cuadra más hasta detenerse en frente de su aparente destino: el Hotel Mirror, que se alzaba majestuoso en su fachada de piedra caliza, con numerosos banderines de países en las ventanas superiores y balcones bellamente decorados con arreglos florales.

Ingresó por la puerta de cristal del edificio como un soplo de brisa, llamando la atención de la mujer detrás del mostrador de la recepción. Ésta, de ojos increíblemente celestes y cabello corto de un tono durazno claro, le sonrió amablemente al notar que un posible huésped se acercaba.

—Buenas noches y bienvenida al Hotel Mirror, ¿en qué puedo servirle, Señorita...?

No respondió de inmediato. A la par que guardaba el celular en el bolsillo externo de su abrigo y liberaba la manilla de la maleta de su agarre, se distrajo con el collar de perlas que llevaba puesto la empleada, que a simple vista se confundía entre la blanca tela de su camisa y el tono níveo de su piel. Le sonrió a pesar del cansancio.

—Lázuli. Peridot Lázuli. ¿La habitación 909 está disponible?

La recepcionista asintió afirmativamente, apresurándose en tomar los datos necesarios para poder registrarla en el hotel. Pagó por los próximos tres días pero no dio fe que se iría tan pronto terminara ese plazo, pues no sabía con exactitud cuánto tiempo se quedaría en la ciudad, recibiendo un No se preocupe y una sonrisa diplomática en respuesta. Le indicó que tomara asiento en uno de los muebles de cuero marrón de la sala en lo que llamaban a un botones para que trasladara su equipaje a la habitación. Al sentarse soltó un pesado suspiro, estirando sus brazos y descansando sus agotadas piernas. Al menos, esa noche dormiría tranquila de nuevo.

En pocos minutos una mujer alta de piel morena y cabello afro que usaba el uniforme del personal del Hotel Mirror se le acercó, diciéndole que ella se encargaría de llevarla junto a su equipaje a la suite 909. La siguió por el vestíbulo hasta el ascensor, decorado en matices dorados al igual que la estancia que dejaban atrás.

Ni bien ingresó a la habitación se quitó las pesadas botas y el abrigo, depositándolos en la cama junto a la maleta, revelando un par de pies con medias de lunares y una camiseta a rayas. El ambiente ahí adentro era mucho más agradable que el del exterior, con una bonita decoración más colorida de lo que esperaba y un balcón donde era apreciable tanto el oscuro cielo invernal como las luces de la cuidad. A sus pies la marea de gente seguía su curso, los autos se movían veloces y los edificios vecinos irradiaban luz.

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