Pero de pronto, una voz en mi cabeza me preguntó escandalizada que qué estaba ocurriendo y me ordenó severa que parara.
-¡No!-jadeé, apartando su rostro del mío.
La respiración estaba acelerada y el puñado de mariposas volaba desquiciadamente en mi estómago. Miré con el pánico pintado en los ojos el rostro prohibido que acababa de besar y la culpa me revolvió el estómago; aventé su cuerpo lejos del mío y me llevé las sábanas hasta la cabeza, cubriéndome completamente.
-Lo siento-susurró.
-Vete-alcancé a decir, con un hilo de voz.
Oí después el sonido de la puerta al cerrar y el silencio me hizo derramar algunas lágrimas. Eso había estado mal, muy mal. La que tuvo que haberse disculpado tenía que haber sido yo. Yo fui quien aferró su rostro al mío, quien anheló ese beso, yo, yo, yo... traidora era mi segundo nombre.
La culpa que sentía en ese momento era inexplicable; parecía como si los órganos dentro de mi cuerpo se hubiesen vuelto pesados y luego desaparecieran dejando un vacío completamente abrumador. Había tocado fondo.
Estaba ebria, pero por supuesto, aun me quedaba una pizca de cordura. El corazón hecho pedazos debajo de mi pecho, me dolía de la inmensa culpa que estaba sintiendo y era como si trajera un espina clavada en mi bombeador de sangre. Cada latido era una oleada más fuerte de dolor y el mar al que pertenecían aquellas olas llevaba nombre propio: Sharon.
Mathew me lo había advertido, "nada estúpido" me había dicho y yo, iba con un letrero de 'Estúpida' pintado en la frente. Seguro Mathew me mataría, pero aquello era lo mejor, yo merecía morir como mínimo ó con menos dramatismo, irme de la vida de Sharon.
La hora de partida había llegado, yo tenía que irme en cuanto tuviera la oportunidad, tomar el primer avión a California o cualquier otro medio que me ofreciera alejarme de aquí.
La cabeza comenzó a punzar de dolor y con el estómago revuelto aun, me levanté de la cama y visualicé rápidamente el baño, a donde corrí y en el que devolví lo último que había tocado mi estómago.
Luego de que quedé vacía, lavé mi cara y me dejé caer sobre el azulejo blanco del piso, sintiendo su frío contacto con mi piel y allí, hecha un ovillo de hilo en el suelo, perdí la conciencia de nuevo.Al abrir los ojos, el dolor de cabeza taladró con intensidad mi cráneo, haciéndome cerrarlos de nuevo. Traté de abrirlos otra vez, poco a poco, y la luz clara del día me los encandiló a tal grado que el dolor agudizó.
Tenía un recuerdo vano del día anterior y entre más me esforzaba en ordenar el desorden en mi cabeza, más me dolía.
El bar, el espejo, Justin, su Hybrid, el beso... ¡Sharon! Tan pronto como le encontré sentido a esas palabras, el recuerdo llegó a mi mente. Me levanté sobresaltada y visualicé después de unos segundos una habitación. No era mía, de eso estaba segura; había una guitarra negra y el decorado del cuarto era en color azul de diferentes tonos. Esta era la habitación de un hombre y el único que me venía a la mente era Justin.
La cama estaba desecha pero yo estaba segura de que anoche me había derrumbado sobre el piso del baño y no sobre la cama. Lamentablemente, nada había sido una pesadilla nada más, como yo lo hubiese deseado, todo era real, y aquellos labios rosados, rellenos, suaves y ahora con sabor a menta y chocolate, habían sido míos anoche, por un minuto.
Traté de buscar un reloj y encontré uno pequeño sobre el escritorio, eran las doce treinta y cinco del medio día y la cabeza no me dejaba de doler.
Fui al baño, medio mareada aun, y lavé mi cara. Traté de acomodarme los cabellos soltando mi pelo completamente. Luego de que me vi con un aspecto mejor, decidí que tenía que salir corriendo de esta casa.
Esperaba y cruzaba los dedos porque Justin no estuviera, así, saldría sin que él se diera cuenta y... me iría.
Tomé mi morral que se encontraba en una silla cercana y me lo crucé sobre el pecho. Me armé de valor y giré la perilla de la puerta, abriéndola. Salí con la mirada baja y al instante de que me encontré fuera de la habitación, la levanté, encandilada horrorosamente por la clara luz del medio día.
Justin me miraba, sentado en una de las sillas que tenía cerca de la mesa. Allí otra espina a mi corazón. Ambos nos miramos por un largo rato, como si nos comunicáramos con los ojos. Aquello pudo haberse interpretado como un 'Te odio' doloroso y afrentoso ó como el 'Te amo' más honesto de la historia.
Tan sólo respirar me dolía, así que bajé la mirada y me dirigí a la que parecía la puerta de salida. Apresuré mis pasos pero parecía como si mis pies no se abrieran tanto en cada paso.
-Espera, Allie-su voz tan hermosa me hizo detenerme aunque la razón me gritaba despavorida que saliera corriendo ya.• • •
-Volveré a California, Christian-sollocé.
-¿Por qué? ¿Por qué tan pronto?-inquirió, más confundido que antes.
La voz se me atoró en el nudo de la garganta, impidiéndome hablar. Me sentía fatal de confesar mi pecado.
-Hice algo muy malo, Chris-admití y halé la puerta para abrirla, luego me subí al auto. Todo lo hice tan rápido que no le di oportunidad para hablar.
Corrió hacía el otro lado del auto y subió de la misma manera que yo.
-¿Qué tan malo pudo haber sido como para que te obligué a irte? -quiso saber.
-Muy, muy malo -las lágrimas eran el vivo recuerdo de la noche anterior e incluso de esta misma mañana.
-Por favor, Allie, no me asustes. ¿Qué hiciste?
Lo miré, con los ojos empañados aun y mis labios temblaban con las palabras a punto de salir.
-Anoche me embriagué...
-Oh, vamos Allie, eso no es tan malo... -el alivio huyó de su rostro cuando continué hablando.
-...y besé a Justin -confesé, tratando de ahogar el nudo en mi garganta.
Entonces se le desplomaron las cejas de sorpresa y desconcierto.
-¿Qué? -preguntó, incrédulo.
Me llevé las manos a la cara, intentando al menos ocultar mi rostro avergonzado y las lágrimas que lo bañaban, ya que no podía pararlas.
-¿Besaste a Justin? ¿Pero cómo? ¿Por qué? -sus preguntas sólo sirvieron para que el dolor me sucumbiera más, sin contar que la cabeza estaba por explotarme.
-¡Por estúpida, Christian! -solté, retirando las manos de mi rostro para elevarlas en modo de desesperación- Sharon se dio cuenta de que Justin no era el mismo y el domingo pasado a la muy idiota de mí, se le ocurrió bailar con él en plenas narices de su novia. Debí imaginarlo, ¿sabes? Hasta la persona más estúpida lo hubiera reflexionado, pero se trata de mí, ¡claro! la idiota de mí-farfullé, atropellando las palabras.
-Allie, tranquila -me tomó del brazo y sentí su tacto cálido sobre mi piel-. Cuéntame con más calma y sin insultarte -me pidió.
Suspiré, yo no sabía cómo es que esperaba que no me insultara a mi misma. Me merecía toda clase de insultos habidos y por haber. Pero traté de tranquilizarme.
- Mathew me lo dijo -continué-, y me pidió que fuera... sensata y lo primero que hago es ir a embriagarme para olvidar el dolor por romperle el corazón a mi mejor amiga, dime ¿qué tan sensato es eso? Justin fue a buscarme al lugar cuando estaba borrachas, me sacó de allí y me hizo subir a su Hybrid... Casi le confieso que lo amo -la voz volvió a quebrárseme- y luego de una ridícula discusión me quedé dormida. Cuando desperté me di cuenta de que no estaba en el departamento de Sharon sino en la casa de Justin, acostada en su cama -el recuerdo apareció nítido en mi mente, como si fuese una película que se estuviese proyectando con bastante claridad-, musité su nombre y él se acercó a besarme en la frente para desearme buenas noches -ya no estaba tan segura de que mi voz tuviera sonido, pero Chris seguía mirándome atento-. Sujeté su rostro entre mis manos y lo besé, simplemente lo besé -me perdí por un momento en el recuerdo.
-¿Y Justin qué hizo? -inquirió.
-No se apartó... ¡No se apartó! Yo tuve que detener aquello porque si no... -entonces mi voz se perdió entre las lágrimas que me ahogaban la garganta.
-Tengo varias cosas qué decir, pero primero... -abrió sus brazos y me abrigó en ellos y yo, derramé allí todo mi dolor.
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Manual de lo Prohibido
Подростковая литератураÉl, algo muy parecido al príncipe azul de los cuentos de hadas que mi madre me contaba cuando era una niña. Ella, la mejor amiga con la que deseaba toparme desde los seis años, única e incondicional. Decían que era la chica perfecta para él. Yo, sit...