Capitulo 51

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Lloré inconteniblemente sobre su hombro, por que me sentía sola; sentía que tarde o temprano así me quedaría. Sola.
Tardé unos minutos en recuperarme y vi cómo había empapado su camisa, produciendo en ella un manchón sobre su hombro.
-Perdón -murmuré mirando lo que había producido mi llorar.
-No te preocupes -me limpió con su pulgar una lágrima que caía por mi mejilla y me recordó a Justin esta mañana.
Gemí.
-No puedo creer que haya sucedido -musitó.
-Fue mi culpa.
-No -me contradijo firmemente-. No sólo ha sido culpa tuya, Justin también es culpable, y yo diría que más de la mitad de la culpa cae en él. ¿Por qué no lo evitó? Digo, tú... estabas borracha, pero, ¿el? Él estaba en sus cinco sentidos -meneó la cabeza en forma de reproche. Se quedó en silencio un momento y luego pareció darse cuenta de otra cosa. Me miró -. Pensé que odiabas el alcohol -musitó.
-Lo sigo odiando, Chris. Ahora más que nunca -siseé y luego gemí con dolor-. Pero es que la mente se me nubló y... fue la única estupidez que se me ocurrió para olvidar -admití.
-Prométeme que nunca más volverás a hacerlo -me pidió.
-En lo que me resta de vida -levanté la mano, jurándolo.
Christian volvió a abrazarme, pero esta vez fue un abrazo corto.
-¿Ya no hay vuelta atrás? -me miró, congojado.
Negué con la cabeza baja.
-Me voy, mañana en la mañana -murmuré.
-Justin es un idiota -resopló-. No puedo creer que tengas que irte, es decir, no tan pronto.
-Es lo mejor, de todas maneras ya lo había pensado. Me tardé demasiado analizándolo, ese fue el problema.
-¿Le dirás a Sharon? -me preguntó, como no queriendo la cosa.
Me tembló la boca y la quijada al contestar.
-Tiene que saberlo -tomé aire-. Pero no estoy muy segura de cómo -bajé la mirada.
-Todo va a salir bien, Allie-me tranquilizó, pero yo sabía que más allá de sus palabras, la verdad era otra-. ¿Te despedirás?
-¿De quién?
-De Ferni.
Otro pinchazo de dolor a mi corazón. Otra persona que extrañaría bastante, Fernanda.
-No me gustan las despedidas -musité, con el dolor en mi voz.
-Oh, vamos. No puedes irte sin decirle adiós. Sabes que ella te aprecia mucho.
-Pero me va a doler -dije.
-Y le va doler más a ella si no lo haces.
Suspiré.
-De acuerdo -acepté-. Ahora llévame al departamento, por favor -dije, sobándome la cabeza, que sentía explotar.
-Gracias -me hizo un cariño en el mentón y luego abrió el cajón de delante de mí-. Toma, te ayudarán un poco -me ofreció unos lentes de sol y cuando me los puse y mi vista se oscureció, el dolor disminuyó quedamente.
Arrancó el auto y condujo hasta el departamento, tenía que comenzar a hacer mis maletas.
Cuando llegamos y subimos, Christian me preparó una extraña malteada blanca.
-Tómatela -me dijo, dándome el vaso y me hizo recordar la noche anterior, cómo Gaspar ponía frente a mí los vasitos con alcohol.
Lo miré, recelosa.
-Si algo he aprendido de mi tía, es a hacer remedios caseros para todo, anda -me instó-. Se te quitará ese horrible dolor de cabeza.
Le di un sorbo pequeño al vaso y luego, le abrí paso a uno más grande; hasta que divisé el fondo de cristal de aquel vaso.
Aquello no sabía tan mal.
-Perfecto -sonrió, Chris-. ¿Qué vas a hacer ahora?
-Mis maletas -musité-. Entre más pronto termine todo, mejor.
Él suspiró con pesar, enterrando sus ojos chocolate en mí; luego, soltó una risita y meneó la cabeza.
-Tú te atreviste a hacer lo que nunca pude hacer yo -me dijo-. ¿Qué hubiera pasado si hubiese sido yo el que hubiera robado un beso a de ti? -me preguntó.
-Supongo que no me estaría yendo ahora -admití-. Pero dicen que las cosas suceden por alguna razón.
-Sí, ahora yo tengo a Ferni y...
-Y yo regreso a California -traté de sonreír.
Ambos nos quedamos en silencio.
-Tengo que ir, Chris -musité-. Gracias... por todo -dije, desde lo más profundo de mi corazón.
-No agradezcas, para mí ha sido todo un placer conocerte, mi principessa -sonrió.
-No nos despidamos aun -dije-. Te veo más tarde -sonreí y salí de su apartamento hacía el mío.
Cuando me hube adentrado en él me dejé caer sobre el suelo y parecía como si las ganas de llorar no acabaran jamás.
Me levanté cansada, pero al menos evitando a toda costa derramar una gota de agua más. Me dirigí a mi habitación y saqué mi par de maletas azules que había traído conmigo, luego, comencé a llenarlas de ropa, objetos y todo lo que me pertenecía.

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