Lloré inconteniblemente sobre su hombro, por que me sentía sola; sentía que tarde o temprano así me quedaría. Sola.
Tardé unos minutos en recuperarme y vi cómo había empapado su camisa, produciendo en ella un manchón sobre su hombro.
-Perdón -murmuré mirando lo que había producido mi llorar.
-No te preocupes -me limpió con su pulgar una lágrima que caía por mi mejilla y me recordó a Justin esta mañana.
Gemí.
-No puedo creer que haya sucedido -musitó.
-Fue mi culpa.
-No -me contradijo firmemente-. No sólo ha sido culpa tuya, Justin también es culpable, y yo diría que más de la mitad de la culpa cae en él. ¿Por qué no lo evitó? Digo, tú... estabas borracha, pero, ¿el? Él estaba en sus cinco sentidos -meneó la cabeza en forma de reproche. Se quedó en silencio un momento y luego pareció darse cuenta de otra cosa. Me miró -. Pensé que odiabas el alcohol -musitó.
-Lo sigo odiando, Chris. Ahora más que nunca -siseé y luego gemí con dolor-. Pero es que la mente se me nubló y... fue la única estupidez que se me ocurrió para olvidar -admití.
-Prométeme que nunca más volverás a hacerlo -me pidió.
-En lo que me resta de vida -levanté la mano, jurándolo.
Christian volvió a abrazarme, pero esta vez fue un abrazo corto.
-¿Ya no hay vuelta atrás? -me miró, congojado.
Negué con la cabeza baja.
-Me voy, mañana en la mañana -murmuré.
-Justin es un idiota -resopló-. No puedo creer que tengas que irte, es decir, no tan pronto.
-Es lo mejor, de todas maneras ya lo había pensado. Me tardé demasiado analizándolo, ese fue el problema.
-¿Le dirás a Sharon? -me preguntó, como no queriendo la cosa.
Me tembló la boca y la quijada al contestar.
-Tiene que saberlo -tomé aire-. Pero no estoy muy segura de cómo -bajé la mirada.
-Todo va a salir bien, Allie-me tranquilizó, pero yo sabía que más allá de sus palabras, la verdad era otra-. ¿Te despedirás?
-¿De quién?
-De Ferni.
Otro pinchazo de dolor a mi corazón. Otra persona que extrañaría bastante, Fernanda.
-No me gustan las despedidas -musité, con el dolor en mi voz.
-Oh, vamos. No puedes irte sin decirle adiós. Sabes que ella te aprecia mucho.
-Pero me va a doler -dije.
-Y le va doler más a ella si no lo haces.
Suspiré.
-De acuerdo -acepté-. Ahora llévame al departamento, por favor -dije, sobándome la cabeza, que sentía explotar.
-Gracias -me hizo un cariño en el mentón y luego abrió el cajón de delante de mí-. Toma, te ayudarán un poco -me ofreció unos lentes de sol y cuando me los puse y mi vista se oscureció, el dolor disminuyó quedamente.
Arrancó el auto y condujo hasta el departamento, tenía que comenzar a hacer mis maletas.
Cuando llegamos y subimos, Christian me preparó una extraña malteada blanca.
-Tómatela -me dijo, dándome el vaso y me hizo recordar la noche anterior, cómo Gaspar ponía frente a mí los vasitos con alcohol.
Lo miré, recelosa.
-Si algo he aprendido de mi tía, es a hacer remedios caseros para todo, anda -me instó-. Se te quitará ese horrible dolor de cabeza.
Le di un sorbo pequeño al vaso y luego, le abrí paso a uno más grande; hasta que divisé el fondo de cristal de aquel vaso.
Aquello no sabía tan mal.
-Perfecto -sonrió, Chris-. ¿Qué vas a hacer ahora?
-Mis maletas -musité-. Entre más pronto termine todo, mejor.
Él suspiró con pesar, enterrando sus ojos chocolate en mí; luego, soltó una risita y meneó la cabeza.
-Tú te atreviste a hacer lo que nunca pude hacer yo -me dijo-. ¿Qué hubiera pasado si hubiese sido yo el que hubiera robado un beso a de ti? -me preguntó.
-Supongo que no me estaría yendo ahora -admití-. Pero dicen que las cosas suceden por alguna razón.
-Sí, ahora yo tengo a Ferni y...
-Y yo regreso a California -traté de sonreír.
Ambos nos quedamos en silencio.
-Tengo que ir, Chris -musité-. Gracias... por todo -dije, desde lo más profundo de mi corazón.
-No agradezcas, para mí ha sido todo un placer conocerte, mi principessa -sonrió.
-No nos despidamos aun -dije-. Te veo más tarde -sonreí y salí de su apartamento hacía el mío.
Cuando me hube adentrado en él me dejé caer sobre el suelo y parecía como si las ganas de llorar no acabaran jamás.
Me levanté cansada, pero al menos evitando a toda costa derramar una gota de agua más. Me dirigí a mi habitación y saqué mi par de maletas azules que había traído conmigo, luego, comencé a llenarlas de ropa, objetos y todo lo que me pertenecía.
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Manual de lo Prohibido
Teen FictionÉl, algo muy parecido al príncipe azul de los cuentos de hadas que mi madre me contaba cuando era una niña. Ella, la mejor amiga con la que deseaba toparme desde los seis años, única e incondicional. Decían que era la chica perfecta para él. Yo, sit...