Rain

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Lluvia.

Le gustaba la lluvia. Le tranquilizaba, le hacía sentir tranquilo. Como si no hubiese nada más en esos momentos que él, la lluvia y el aroma de ésta al mezclarse con el resto del mundo. 

Cuando era más pequeño, solía salir con su madre Yuki a pasear debajo de la lluvia, los dos con un paraguas. Veían las hojas de los árboles recibiendo el agua, el río absorbiéndola en su caudal, y la ciudad adquiriendo un matiz nostálgico y solitario al no haber nadie fuera. Ambos reían y se dedicaban a charlar y bailar debajo de la lluvia. 

Sin embargo, la lluvia también podía ser triste. Para Kirishima, aquellos dulces recuerdos con su madre se contrastaban con el momento más triste de su vida, y lamentablemente, siempre primaría el último. 

Porque también llovía cuando su madre murió. 

Fue un día triste. Recordaba estar esperándola en el colegio, un día lluvioso de otoño, cuando le dijeron que no iba a venir a recogerle. Más bien, que nunca más vendría a recogerle, ni a acariciarle, ni a jugar con él o a regañarle por no hacer los deberes. Recordaba sus lágrimas mezclándose con la lluvia mientras miraba la tumba de su madre y le daba la mano a su hermana pequeña, demasiado confusa de lo que pasaba por la edad, pero consciente de lo elemental.

Nunca más volverían a ver a su madre.

No les dijeron la razón de su muerte, pero no hizo falta. Se enterarían días después de que había sido, simplemente, mala suerte. Había un villano atacando el centro comercial, y logró herir a tres personas mientras era capturado. De esas tres, una murió. Y esa fue su madre.

Una semana después, tendría que haberse celebrado el cumpleaños de Kirishima. Claramente, nadie en la familia tenía el ánimo de hacerlo, y un niño de recién seis años cumplidos no quería celebrar su cumpleaños sin su madre. Ese dieciséis de octubre, también llovió. 

Casi una década después, los siete de octubre seguían siendo un día triste para Kirishima. Parecía que llegaba ese día, y el mundo parecía un poco más oscuro. La lluvia caía con lentitud en su ventana, porque también parecía ser una costumbre que lloviese ese día. Lo único diferente era que esa no era la habitación de su casa, sino la de la residencia.

Aunque los años pasasen, el dolor permanecía en su corazón. Siempre sería así.

Como ese día no se sentía con ánimo de nada, nunca acudía a clases. Tenía un certificado psicológico que le permitía faltar ese día en específico, y aunque Kirishima era consciente de que algún día tendría que afrontarlo, simplemente no podía asumir no volver a ver a su madre nunca más.

Por eso, los siete de octubre los pasaba escuchando la lista de reproducción favorita de su madre mientras veía las fotos que tenía de ella, en todas apareciendo él o su hermana, o ambos. A veces, paraba la música cuando veía algún vídeo suyo, solo para escucharla con su voz alegre y la sonrisa que siempre tenía.

En un cambio de canción, escuchó la puerta siendo tocada. Paró la lista y frunció el ceño, preguntándose quién sería. Estaba seguro de que el profesor Aizawa habría dicho a todos que estaba enfermo y que no podían ir a verle durante todo el día.

Supuso que sería alguno de los profesores que habría acudido a ver cómo estaba, así que se limpió los ojos y ensayó su mejor sonrisa delante del espejo para no preocupar a nadie.

—Ya voy —anunció ante la insistencia, y desbloqueó la puerta.

Cuando la abrió, descubrió que se había equivocado estrepitosamente, e intentó cerrarla de nuevo. Sin embargo, el pie de Bakugou se lo impidió.

—Y una mierda que me vas a cerrar la puerta, idiota.

Kirishima no tenía fuerzas para insistir, así que le dejó pasar con un suspiro y se tumbó en su cama, dispuesto a jugar con su mejor actuación de persona enferma. Escuchó que la puerta se cerraba, y Bakugou se sentó en el borde de su cama.

—No hace falta que finjas que estás enfermo, porque te adelanto que eso no me lo trago.

Kirishima dio media vuelta en su cama para mirarlo sorprendido, y Bakugou rodó los ojos.

—Es obvio que no estás enfermo, porque ayer estabas perfectamente y dijeron que mañana estarías de vuelta, así que es imposible que una enfermedad te dure un día calculado. Además, tenías fuerzas para empujar la puerta y no has estornudado ni tosido una sola vez. Tampoco parece que tengas fiebre.

Kirishima sonrió resignado y se sentó.

—Vale, está bien, no estoy enfermo.

—Eso ya lo sé. Lo que quiero saber es por qué has faltado hoy a clase y ni siquiera has salido a comer.

Kirishima agachó la cabeza unos segundos, y luego miró el retrato familiar que tenía en su escritorio con tristeza. Estaban tan felices en ese momento... Kirishima aún recordaba que su abuela Hana les tomó la foto esa vez, cuando salieron toda la familia. Sus dos madres junto a él con cuatro años y su hermanita de dos apenas cumplidos. Ese día llovió también, porque era abril. Pero hizo sol justo en el momento de la foto.

—Hoy es el aniversario de muerte de mi madre. Era siete de octubre. También llovía.

Sintió la mano de Bakugou posándose en su hombro, y aunque Kirishima intentó sonreírle. Sin embargo, no resistió la mirada que el rubio le dedicó, que parecía ser consciente del esfuerzo que estaba haciendo para aparentar que todo estaba bien.

Se abrazó a él mientras echaba a llorar como si aún fuera el mismo niño de seis años que lloró frente a la tumba de su madre con las rodillas en la tierra y las manos en el corazón.

En ese momento, la lluvia se convirtió en tormenta.



31 days: Kiribaku october storiesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora