El graznar.

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«Pobre de aquel humano que no ha sentido nunca el temor y el sufrimiento de la soledad, ya que de ella emana la mezcla de sentimientos más emotiva, que te hace pensar más en vuestra vida, en lo que hacéis y lo que no con ella...»

Expectante, delante de aquella puerta de metal negro, tratando de ordenar aquellos pensamientos.
La niebla estaba por debajo de mi cintura, no muy espesa, ni tan oscura, pero de ella provenía lo tétrico e incesante de la noche...
Moví suavemente la llave inglesa que mantenía aquel lugar encarcelado, así mismo me fui adentrando, podía ver ahora las lapidas grises, con manchas negras extrañas, algunas con demasiada maleza y olvidadas.
¿Qué hacía aquí?
Ni yo mismo los sabía, pero tenía que buscar alguna respuesta de lo que sucedía...
Las piernas me fallaban, pero no me iba a detener, porque sé que ahora en este lugar, pondré todo en su lugar de una maldita vez (valga la redundancia).
El pasto seco, a pesar de que había llovido, la tierra suelta, a pesar de que no la han movido.
¿Todo ello para qué?
Continué caminando, mirando de reojo el mausoleo, el sol hacía un guiño a aparecer, pero no lo haría aún, en los arboles azabaches me pareció ver a un cuervo graznar, aún así no me detuve, nada me detendrá, no siento miedo de nada de lo que vaya a pasar, ya que sé de todas formas, que nada de esto ocurre en realidad...
Me detuve, con mi mirada nostálgica, lágrimas picaban en mis ojos.
Aquella lapida un poco descuidada, con una parte de la esquina destrozada, tenía un nombre escrito a mano en la piedra cincelada.
—Miche... lla...—susurré para mí, las lágrimas salieron lentamente de mis ojos.
Me arrodillé frente a ella, llevándome las manos a los ojos.
¡Crooak, crooak!— se escuchó graznar.
Un cuervo de alas dañadas se había dejado caer encima de la lapida, con partes de plumas faltantes y cicatrices.
Oh, cuervo mío—dije entre lágrimas—cuervo nocturno, ¿cómo has llegado hasta aquí? ¿Acaso el mundo te ha hecho tanto sufrir así? Aún en la noche te veo mal, ante la poca luz que nos depara y separa, una parte del alma desamparada y desesperada.
Así mismo, me acerqué un poco, traté de toquetearlo para ver como se encontraba, pero sólo me encontré con una mordida que no esperaba.
Me había arrancado un pedazo de carne del dedo anular, el dolor no era tan grave, así que lo podré soportar.
Miré con tristeza al pobre animal, que con tanta hermosura, y tanto repudio mal se encontraba, su pata temblaba mientras estaba boca arriba.
Tomé una flor que se encontraba junto a un árbol seco, la flor brillaba ante todo aquello, no era totalmente maravillosa, pero la hermosura siempre termina destacándose.
La coloqué junto al cuervo.
Observé de nuevo la escena tan tétrica y triste...
"Nadie existe a propósito—dije en tono suave y callado—nadie pertenece a ningún lugar, todos vamos a morir..."
Mis ojos bajaron de nuevo.
Volteé, caminé y casi al momento de empezar a caminar oí una voz.
—"La incomodidad, —el disgusto—el cruel sufrimiento—han cesado con la fiebre que enloquecía mi cerebro, con la fiebre llamada «vivir» que consumía mi cerebro" ¿Te suena?— la pregunta se quedó en el aire y yo sonreí para mis adentros con la boca cerrada.
— ¿Por qué me atormentas?
Dije y reí un poco.

El Día que Conocí a Edgar Allan Poe.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora