Epílogo

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El sabor de su perdición

Tan rápido como Zed terminó de leer la carta, buscó desesperado alguna otra que no haya pasado por sus manos. El nudo que se formó en su garganta le arrebató un quejido: ni siquiera podía llorar. ¿Qué había hecho? ¿Cómo pudo ser así con la única persona que demostraba no temerle? Se sentía más que fatal.

Unas cuentas horas pasaron desde que encontró aquellas cartas, y Kayn había desaparecido hacía ya dos días. Supo al instante dónde estaría, en el lugar donde todo comenzó: el Río Epool. Partió rumbo en su búsqueda, y no le quedó opción, debía usar sus habilidades con las sombras para llegar en cuanto antes. Mientras tanto, cada memoria leída golpeaba su pecho, cada palabra escrita retumbaba en su mente.

Por supuesto que se acordaba de cuando lo vio por primera vez, de cuando le dio un nombre y cuando lo besó. Recordaba a la perfección cada abrazo y cada caricia. Las frías y duras noches de invierno, que junto a su discípulo, parecían ser las más cálidas y acogedoras. ¿Cómo iba a olvidar lo único que lograba arrebatarle una sonrisa?

Se lamentó haber impuesto aquella distancia entre ellos, pero Kayn estaba despertando algo en él que desconocía, algo que no era moralmente correcto. Ese algo le daba la sensación de que, sí llegaba a perder a Shieda, le dolería más que cualquier otra cosa. Y ahora, su cobardía le costaría la vida de la persona que más le importaba. Jamás tuvo que darle aquella misión, pero era necesaria. Sin embargo, pudo haber evitado todo esto. Pudo, en pocas palabras, quedarse con él, guiarlo; no abandonarlo, tal y como lo hicieron Kusho y Shen con él.

Horas transcurrieron para cuando llegó a las costas, y allí lo vio. Desahuciado, con su trenza hecha un desastre. Por un lado, traía las sombras marcando su piel con aquel azul tan brillante, y por el otro, la parte derecha de su cuerpo completamente corrompido. La guadaña se elevó por los aires y apuntó directo al vientre de su portador.

Desabrido, Kayn observó la guadaña, y antes de que aceptara su destino, el destello de un metal llamó su atención. A lo lejos, Zed estaba viéndolo. El dolor, la rabia y el extraño sentimiento que tenía por él lo invadieron: sostuvo al darkin, sacando la fuerza de donde ya no había. Cerró sus ojos y se concentró.

Destruye la mente.

“La mente lo es todo.”

Construye la mente.

“El arte de dominar el cuerpo mismo, de llevarlo a una expresión sublime es dominando y amoldando la mente.”

Libera la mente.

“Una vez que comprendas esto, tus pensamientos fluirán y el dolor se liberará.”

La voz de Zed resonaba en su cabeza. El conocimiento adquirido a lo largo de los años habían rendido frutos. Por unos instantes, la realidad pareció distorsionarse; el negro y azul predominaban en lo que pareció ser una explosión. Esta nueva forma de Kayn florecía en la oscuridad, dejando al ninja estupefacto: el darkin fue vencido.

Miró a su alumno; el cabello lo traía suelto y largo, era tan oscuro como la noche, a excepción de los mechones azules. Su piel se había vuelto más pálida de lo normal y en el cuerpo las marcas de las sombras aún permanecían. Ante sus ojos continuaba siendo igual de atractivo. El mayor no tardó en correr hacía él, mas Kayn no le permitió tocarlo: blandió su guadaña atacándolo, y Zed retrocedió esquivando.

—¿Shieda...?

Éste no respondió. No parecía reconocerlo, pero en cuanto lo hizo continuó firme. Transformó todo el dolor y tristeza en ira y rabia; quería acabar con él, no verle jamás. Por otra parte, Zed temió. No por su vida, sino, por la de Kayn. Sabía que lo derrotaría si la pelea se desataba, era consciente de que no podría ser vencido.

—Escúchame, Shieda... Debes calmarte —habló despojándose lentamente de sus armaduras—. No quiero pelear, no quiero hacerte daño.

Kayn rió y sonrió de lado; esa sonrisa que irradiaba confianza se vio distorsionada por sus ojos, los cuales clamaban nervios.

—Quieras o no hacerlo, ya tuve suficiente de ti —respondió frío, sin bajar la guardia—. Eres mi principal problema, Zed. ¡No te quiero cerca!

Tras lo dicho atacó nuevamente, esta vez provocando una cortada en su pecho. Zed dio una estocada en el vientre del menor, de modo que Kayn quedó tirado en el suelo. Sin pensarlo acorraló su cuerpo, pero el pelinegro fue mucho más rápido golpeando con el mango de su arma el rostro que tanto admiraba. El yelmo salió volando y Kayn posó el filo de su guadaña en el cuello del maestro, mientras que Zed, apuntó directo al corazón de su alumno.

El silencio fue desgarrador. Lo único que se oían eran las agitadas respiraciones de ambos. En sus manos sostenían la vida del otro, y resultó ser irónico. El albino no apartó sus ojos de los del menor, y una lágrima escapó.

No quería matarlo.

—El aire se me escapa con tan solo imaginar que te pierdo —confesó seguido de un quejido—. No me hagas hacer esto, Kayn...

—Palabras, son sólo palabras...

La sangre brotaba de su pecho, la tierra y el sudor adornaban sus cuerpos. Sin pensarlo dos veces, Zed soltó lo único que tenía para defenderse y llevó sus manos a las mejillas de su discípulo.

No podía hacerlo.

Hizo lo que jamás pensó hacer en esta situación: besarlo. Unir sus labios con los de Kayn por última vez, disfrutar, sin miedo o prejuicios el sabor y la calidez que su muchacho le brindaba. En lugar de sentir el filo del metal desgarrar su piel, sintió los labios ajenos corresponder, y besó mucho más profundo, casi desesperado.

A Kayn le costaba procesar que Zed, el gran maestro de las sombras estuviera demostrando su amor de la forma más pura y bella. Temblando, arrojó su guadaña lejos, y decidió que estaba bien sucumbir un rato a su merced.

—¿Por qué tardaste tanto...?

—Lamento haberte hecho pasar por todo esto —soltó abrazándolo fuerte, como si temiera perderlo—. Tus cartas, las encontré y leí hace unas horas...

Las mejillas de Shieda ardieron fugazmente, recordando todo lo que había escrito. Por un momento se sintió ridículo, y no tardó en apartar la mirada y asentir. Zed lo tomó del mentón y entregó un pedacito de papel. Kayn lo leyó.

«Me gusta.
Lo que haces, lo que dices, lo que eres.
Me gusta[s].”»

Allí, en las costas del Río Epool, Kayn tomó la mano de Zed y antes de regresar se besaron nuevamente sin importar qué. El albino se había cohibido por mucho, mucho tiempo. Sin embargo, ya no más. Se perdió en los labios que tanto le gustaban, en aquel sabor que tanto lo elevaba.

Kayn era, sin duda alguna, su más peligrosa y bella perdición.

Dear Zed 「Zed x Kayn」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora