El día que Anna encontró la muñeca fue el primer día realmente frío del invierno. Un día azul.
El cielo era grande y claro, como una cúpula de cristal sobre la ciudad. En su bicicleta, yendo a la escuela, decidió que iría a la playa al mediodía para ver si el océano estaba congelado en los bordes. Se congelaría, si no hoy, en unos días.
El hielo siempre llegaba en febrero.
Y ella respiró el aire invernal con anticipación infantil, empujando su bufanda lejos de su rostro, deslizando su gorro de lana fuera de su cabello oscuro, inhalando el frío hasta que se sintió ebria y mareada.
Se preguntó cuál de las muchas cajas en el ático contenía sus patines, si nevaría, y si sus esquís estaban guardados en el sótano. Y si podía persuadir a Gitta a sacar su viejo y pesado trineo, el que tiene la línea roja. Gitta probablemente diría que estaban demasiado viejas, pensó.
Dios mío, diría Gitta, ¿quieres hacer el ridículo? Te vas a graduar este verano, corderito. Anna sonrió mientras estacionaba su bicicleta en la escuela. Gitta, que sólo era seis meses mayor, siempre la llamaba "corderito". Pero entonces Gitta se comportaba con madurez-o como alguien que se creía maduro-al contrario de Anna. Gitta salía a bailar en las noches de los viernes. Había estado manejando un escúter a la escuela por dos años y lo cambiaría por un auto tan pronto como tuviera dinero.
Se vestía de negro; usaba tangas; dormía con chicos. Corderito, tenemos casi dieciocho... hemos sido grandes por un largo, largo tiempo... ¿no deberías pensar en crecer?
Ahora Gitta estaba recostada contra la pared, hablando con Hennes y fumando.
Anna se les unió, todavía respirando con fuerza por el viaje, su respiración formando nubes en el aire frío.
-Así que -dijo Hennes, sonriendo-. Parece que has empezado a fumar después de todo.
Anna rió y sacudió su cabeza.
-No. No tengo tiempo para fumar.
-Bien por ti -dijo Gitta y puso su brazo alrededor de los estrechos hombros de su amiga-. Si comienzas, no puedes parar. Es el infierno, corderito, recuerda eso.
-No, en serio. -Rió Anna-. No sé cuándo encontraría tiempo para fumar. Hay tantas otras cosas que hacer.
Hennes asintió.
-Como la escuela, ¿cierto?
-Bueno -dijo Anna-, también eso. -Y sabía que Hennes no entendía a lo que se refería, pero eso no importaba. No podía explicarle que necesitaba ir a la playa a ver si el mar se había comenzado a congelar. Y que había estado soñando con el trineo de Gitta con la línea roja. No habría entendido de todas formas. Gitta haría un espectáculo de no querer sacar el trineo, pero después lo haría, finalmente. Gitta sí entendía. Y mientras que nadie estuviera observando, iría a pasear en trineo con Anna y actuaría como una niña de cinco años. Lo había hecho el invierno pasado... y cada invierno antes de ese. Mientras que Hennes y los otros chicos en la escuela estaban sentados en casa estudiando.
-Se acabó el tiempo -dijo Hennes, mirando su reloj-. Tenemos que empezar a irnos. -Apagó su cigarro, inclinó su cabeza hacia atrás y sopló su cabello rojo fuera de su frente. Dorado, decidió Anna. Rojo-dorado. Y pensó que Hennes probablemente practicaba soplar el cabello fuera de su frente cada mañana, en frente del espejo. Él era perfecto: alto, esbelto, atlético, inteligente; había pasado sus vacaciones de navidad haciendo snowboard en algún lugar en Groenlandia... no, probablemente Noruega. Tenía un "von" de nobleza en su apellido, una distinción que dejaba fuera de su firma. Eso lo hacía aún más perfecto. Había definitivamente buenas razones para que Gitta estuviera fumando con él. Ella siempre estaba enamorándose de alguien-y cada tercera vez, era de Hennes.
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The story teller -Antonia Michaelis
Teen FictionAnna y Abel no podrían ser más diferentes. Ambos tienen diecisiete años y están en su último año de la secundaria, pero mientras que Anna vive en una bonita casa vieja de ciudad y proviene de una acomodada familia, Abel, el traficante de droga...