Sangre.
Hay sangre por todas partes. En sus manos, en las manos de ella, en su camiseta, en su rostro, en los azulejos, en la pequeña y redonda alfombra. La alfombra solía ser azul; nunca será azul de nuevo.
La sangre es roja. Él está arrodillado en ella. No se había dado cuenta de que fuera tan brillante... gotas grandes, esparcidas, del color de las amapolas. Son hermosas, tan hermosas como un día de primavera en una soleada pradera... Pero los azulejos están fríos y blancos como la nieve, como si fuera invierno.
Será invierno para siempre.
Extraño pensamiento: ¿Por qué sería invierno para siempre?
Él tiene que hacer algo. Algo con la sangre. Un mar, un rojo mar sin fin: olas carmesí, espuma carmín, colores salpicados. ¡Todas esas palabras en su cabeza!
¿Cuánto tiempo ha estado arrodillado, con estas palabras en su cabeza? Lo rojo está comenzando a secar, está formando bordes, perdiendo un poco de su belleza; las amapolas se están marchitando, poniéndose amarillas, como palabras en papel...
Él cierra sus ojos. Contrólate. Un pensamiento a la vez. ¿Qué debe ser hecho? ¿Qué va primero? ¿Qué es lo más importante?
Es más importante que nadie se entere.
Toallas. Necesita toallas. Y agua. Y un trapo. Las salpicaduras en la pared son difíciles de remover... el empastado entre los azulejos va a estar manchado para siempre. ¿Alguien se va a enterar? Jabón. Hay sangre seca bajo sus uñas también. Una escobilla. Refriega sus manos hasta que la piel está roja, un diferente color rojo, un cálido, vívido rojo colorado con dolor.
Ella no lo está mirando. Ha alejado su mirada, pero siempre la alejaba, ¿no? Así es como ella vivía, con sus ojos hacia el otro lado. Él tira las toallas sucias a la oscura, ansiosa boca de la lavadora.
Ella está sólo sentada allí, apoyada contra la pared, negándose a hablarle.
Él se arrodilla enfrente de ella, en el piso limpio, toma sus manos en las de él. Susurra una pregunta, una sola palabra:
-¿Dónde?
Y él lee la respuesta en sus frías manos.
¿Lo recuerdas? ¿En el bosque? Era primavera, y bajo las ramas, pequeñas flores blancas estaban floreciendo... estábamos caminando de la mano y me preguntaste el nombre de las flores... no lo sabía... el bosque. El bosque era el único lugar que teníamos para nosotros, un lugar sólo para nosotros dos... ¿lo recuerdas, lo recuerdas, lo recuerdas?
-Lo hago -susurra él-. Lo recuerdo. El bosque. Anémonas. Sé cómo se llaman ahora. Anémonas...
Él la levanta en sus brazos como una niña. Ella es pesada y ligera al mismo tiempo. Su corazón está latiendo al ritmo del miedo mientras la carga hacia afuera, dentro de la noche. Sostente de mí para no dejarte caer. Sostente, ¿sí? ¿Por qué no me ayudarás? ¡Ayúdame! Por favor... ¡sólo por esta vez!
El frío lo envuelve como una bata de hielo; él huele la congelación en el aire. La tierra no se ha congelado todavía. Tiene suerte. Un extraño pensamiento... que tiene suerte en esta noche de febrero. El bosque no está lejos. Ellos están muy lejos. Él mira alrededor. No hay nadie. Nadie sabe... nadie recordará lo que ocurrió esta noche.
No hay ninguna pequeña flor blanca floreciendo en el bosque. La tierra está enlodada y café, y las hayas grises están desnudas, sin hojas. No puede reconocer los detalles... está demasiado oscuro. Sólo lo suficientemente oscuro. No hay luces en la calle aquí. La tierra cede, a regañadientes, a la desgastada pala. Él maldice en voz baja. Ella todavía no lo mira. Apoyada contra un árbol, parece lejana en sus pensamientos. Y de pronto, la rabia brota de él.
Se arrodilla enfrente de ella por tercera vez. La sacude, intenta levantarla, ponerla de pie; él quiere gritarle, y lo hace, pero sólo en su cabeza, silenciosamente, con su boca ampliamente abierta.
¡Eres la más egoísta, desconsiderada persona que haya conocido! Lo que hiciste es imperdonable. Sabes lo que va a pasar, ¿no? Siempre lo supiste. Pero no te importó. Por supuesto que no. En todo lo que pensaste fue en ti y en tu pequeño, lastimoso mundo. Encontraste una solución para ti misma, sin embargo no una solución para mí... para nosotros. No pensaste en nosotros ni un segundo... y luego él está llorando, llorando como un niño, con su cabeza en el hombro de ella.
La siente acariciar su cabello, su toque es ligero como la brisa. No... es sólo una rama.
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The story teller -Antonia Michaelis
Novela JuvenilAnna y Abel no podrían ser más diferentes. Ambos tienen diecisiete años y están en su último año de la secundaria, pero mientras que Anna vive en una bonita casa vieja de ciudad y proviene de una acomodada familia, Abel, el traficante de droga...