Dos -Anna

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No le preguntó a Gitta por el viejo trineo con rayas rojas. Salió a la playa por su cuenta, cuando estaba oscureciendo. La playa en el crepúsculo era el mejor lugar para poner sus pensamientos en orden, para esparcirlos fuera sobre la arena como piezas de tela, para desenrollarlos y enrollarlos, una y otra vez.

No era ni siquiera un apropiado océano. Solo era una simple bahía, no más que unos cuantos metros de profundidad, situado entre la costa y la isla de Rügen. Una vez que el agua se congelaba, se podía llegar a la isla a pie.

Anna se quedó en la playa vacía por un largo tiempo, mirando hacia el agua, que estaba empezando a tener una capa de hielo. La superficie era tan fina ahora, que parecía como el piso de madera en casa, encerado y pulido por el tiempo.

Pensó sobre su vida de "burbuja de jabón". La casa en que Anna y sus padres vivían era vieja, sus habitaciones de altos techos, de otros tiempos más elegantes. Estaba en una parte bonita de la ciudad, entre otras casas viejas que habían sido grises y abandonadas en tiempos del socialismo y donde ahora habían sido restauradas y redecoradas. Más temprano hoy, cuando llegó a casa de la escuela, se había encontrado mirándola de manera diferente. Se sentía como si estuviera de pie bajo sus altos techos con Abel Tannatek a su lado. Miró las grandes repisas de libros a través de sus ojos, los cómodos sillones, las antiguas vigas de madera expuestas en la cocina, las obras de artes en las paredes, blanco-y-negro, moderno. La chimenea en la sala, las ramas de invierno en el elegante florero de la mesa de café. Todo era hermoso, hermoso como una pintura, intocable e irreal en su belleza.

Con Abel todavía al lado de ella, había subido por la amplia, escalera de madera en el medio de la sala, hasta su habitación, donde cerca de la ventana un atril musical estaba esperando por ella. Trató de sacudirse a Abel Tannatek fuera de su cabeza: su gorro de lana, su viejo abrigo militar, su sudadera heredada, la harapienta muñeca. Sintió el peso de su flauta en su mano. Incluso su flauta era hermosa.

Se encontró a sí misma tratando de producir un diferente tipo de sonido en su instrumento, un discordante, atonal sonido, algo más áspero y rebelde: un sonido blanco.

Fuera de su ventana, una sola rosa estaba floreciendo en pleno invierno. Estaba tan sola que lucía insoportablemente fuera de lugar, y Anna tuvo que suprimir el deseo de arrancarla...

Ahora, estaba de pie en la playa, el aire por encima del mar se había vuelto azul medianoche. Un barco de pesca se encontraba entre el océano y el cielo. Anna rompió la delgada capa de hielo con la punta de su bota y escuchó las pequeñas grietas y el gorgoteo del agua por debajo.

-Él no vive en una casa como la mía -susurró-. Sé eso con certeza. No sé cómo vive alguien así. Diferente.

Y entonces entró en el agua hasta que se filtró en su bota, y la humedad y el frío llegaron a su piel.

-¡No sé nada! -gritó al mar-. ¡Nada!

¿Sobre qué? preguntó el mar.

-¡Sobre el mundo fuera de mi burbuja! -chilló-. Quiero... quiero... - Alzó sus manos, con guantes de lana de estampado azul y rojo, un gesto de impotencia, y las dejó caer otra vez.

Y el mar se rió, pero no fue una risa amistosa. Se estaba burlando de ella. ¿Pensaste que tú podrías llegar a conocer a alguien como Tannatek? preguntaba. Piensa en la sudadera. ¿Estás segura que no te estás involucrando con un Nazi? No todos con una hermana pequeña son un buen chico. Por cierto, ¿qué es un buen chico? ¿Cómo defines eso? Y, ¿de verdad tiene una hermana pequeña? Quizás...

-Oh, estate tranquilo, quieres -dijo Anna, girándose para caminar sobre la fría arena.

A su izquierda, detrás de la playa, había un extenso bosque, profundo y oscuro. En primavera habrían anémonas floreciendo bajo el alto y frondoso árbol de haya pero sería un largo, largo tiempo hasta entonces.

The story teller -Antonia MichaelisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora