Perla

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Mi gata se sienta en mi falda y luego de media hora de estar allí, entre ronroneos y caricias, de pronto se ha quedado quieta y me mira con sus ojos amarillos.

Me siento culpable, tengo que levantarme de la silla y comenzar un día atiborrado de tareas. Pero ¿cómo abandonar esa mirada que me reclama presencia? No se puede privar a alguien que pide amor. Que pide lo único que no puede comprarse.

Yo le hablo suavecito, para que le llegue profundo el sonido de mi voz. Le digo qué la quiero, qué es muy bella, qué le agradezco el regalo de su compañía.

Perla mueve una oreja y entrecierra los ojos, indicando que me ha comprendido; en esa complicidad sin palabras que da el amor.

Me duele un poco la espalda, ya que cuando quiero cambiar de posición, ella se molesta y me mira con reproche. Luego se deja plácidamente acariciar, cuando me disculpo por mi descortesía.

El sol giró camino al patio y  ahora refleja estrellas sobre el azabache de su lomo. Ella advierte que el calor inundó la escena y me mira de frente, como despedida. Cada una volverá a sus cosas, pero me ha dejado medio nostálgica esa charla muda, ese "te quiero mucho", con respuestas de bigote acariciándome la mano ¡Es tan corto el tiempo del amor!... pero grandísimas sus huellas.

Ahora, la dama nocturna duerme debajo de las calas. Al pasar a su lado, me mira desdeñosamente y continúa su siesta felina... sabe que voy a volver y  me esperará, para seguir la charla.

Cuentos ...que fueron llegandoWhere stories live. Discover now