El pibe

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Quince años, son motivo suficiente para que las hormonas se trencen en lucha desaforada contra  la razón, que intenta sofocar el estallido del instinto primario.

Con el ingreso al mundo laboral y los primeros trabajos de aprendiz, Felipe, tenía asegurado contar con un mínimo de dinero, que luego de aportar a la economía familiar, dejaría lugar para algún gusto que no implicara demasiado gasto.

Irascible y rebelde, el adolescente recorría ese duro trayecto de la década de los 70, que discurría entre novedades que aparecían en el mundo y las vivencias propias de una sociedad histérica que hablaba de modernidad, para encubrir la proverbial pacatería en que estaba sumida. "Las chicas buenas son para casarse", pero con 15 años —nadie se casa— "Las chicas malas pueden contagiar enfermedades" y los discursos complicaban demasiado esta condición de "ni niño, ni hombre" para el muchacho huraño, a quien el cuerpo le pedía aflojar la tensión. El régimen de sábado inglés, lo dejaba libre después del medio día y entonces le avisaría a su madre que iría al cine. Las viejas películas clásicas de vaqueros no tenían interés más que para los pocos parroquianos que desmayaban su cansancio en las butacas del desvencijado cine de barrio. Dos películas después, el pibe salió a la noche que se desmoronaba en tormenta. Luego de mirar el cielo, insultó a su suerte, pero quedó a medio camino de una maldición, cuando se topó con los ojos oscuros de una chica, mayor que él, que se protegía debajo del toldo desteñido de un viejo local. No mediaron muchas palabras entre ellos, ni nombres ni presentación, ¿para qué lo necesitarían dos solitarios en medio de la noche?

La mano, la joven lo guió hasta uno de esos hoteluchos cercanos a la estación, donde los obreros dejan sus penas junto a sus módicos ingresos en fechas de pago. A la luz amarillenta de una bombilla incandescente, toda la fiebre contenida se fue evaporando entre gemidos y golpeteo violento de las gotas en el vidrio de la ventana. El sueño profundo lo invadió y, solo lo dejó, cuando llamaron a la puerta para avisar que terminó su turno; entonces se restregó los ojos y buscó a tientas a su compañera, no podía recordar su voz, si es que hubieran hablado. Pronto entendió que no había nadie más en la habitación y un pensamiento lo sobresaltó. De un tranco llegó a la mesita de luz para buscar sus cosas y estaba vacía, ni billetera ni documentos ni una miserable nota de adiós. 

Cuando salió a la vereda llovía muchísimo, cerrada y espesamente. Era de madrugada cuando comenzó el regreso a casa, había un largo trecho por caminar.  Cuatro horas después estaba en su cama, fulminado, cansado, desilusionado. La pila de ropa empapada descansaba en el suelo. Quizás esa noche había soñado que lo amaban, sabía bien que eso no era amor,  pero seguro quedaría en el recuerdo. El domingo lo pasó durmiendo. Lo esperaba una semana de mucho trabajo.



Cuentos ...que fueron llegandoWhere stories live. Discover now