4- Manantial

32 1 0
                                    

–El reloj marcaba las 12 del mediodía, y un rayo de sol, se colo por las cortinas corridas. En un intento inútil de levantarme, mi cabeza quedo reposada nuevamente en el almohadón. Miré para un lado y vi las copas de anoche en la mesa de vidrio, y una botella de tequila tirada en la alfombra. Me digne a levantarme, esta vez con mas cuidado, así no me mareaba, ni me daban esas puntadas en la cabeza que revolvían mi estomago. Me dirigi al baño, y abrí la ducha. Deje que el vapor templara el lugar. 

Luego de la ducha tibia, mi cuerpo se relajo. Y junto al café la resaca fue disminuyendo.Mientras prendía la TV, y leía el mensaje que me había dejado Santi:

Espero que hayas pasado una linda velada. Nos vemos, linda. 

Cuando le estaba a punto de contestar, tocan el timbre. Salí disparada como bala, solo para comprobar que era Melissa.

–¡Oh!, me parece que no era a quien esperabas– exclamó y dio un paso adelante. 

–La verdad que no– conteste restandole importancia y cerré la puerta, apenas paso. –¿Qué tienes en la bolsa?– pregunte. 

–Nada importante, seguro algo que no te interesa– dijo con sarcasmo. Al ver mi expresión agregó– Por las dudas no esta Santiago acá adentro, ni tampoco afuera, ni escondido, ni nada por el estilo de ficción– acoto finalmente. 

–Ya entendí– exclame de malhumor.

–Bueno ya que querías saber, en la bolsa hay...–comenzó a hablar. –No me interesa– interrumpí. –Esta bien, hay café, medialunas–comenzó a contar.

–Eres insufrible– exclame exasperada. 

–Lo sé, por eso soy tu mejor amiga–giñandome el ojo.–No– dije enojada. Me quiso abrazar y la intente esquivar, fracasando por completo. Ya que, cuando cai en la cuenta, estaba rodeada por sus brazos. Sinceramente, tenía un don único para frustrarme, en pocos minutos.

Comimos, y tomamos lo que había traído. Y nos pusimos a mirar una película, al rato estabamos desparramadas en el suelo, ella apoyandose en mis piernas y yo apoyando mi espalda, en el sillón. Riendonos de la comedia, ademas de tirarnos medio boul de pochoclos.

–Y, ¿qué tal tu noche con Santi?– preguntó. Tomó un sorbo de jugo, y agregó.–Hablamos de muchas cosas, excepto de lo mas importante. 

–No hay nada relevante que tengas que saber, o deba confesar– mentí. 

–No te creo– contesto.

–Creeme– aseguré. Ella me miro de reojo con cierta desaprobación.

–Haré que te creo, pero acá hay gato enjaulado– dijo.

–No paso nada– admití. –Aunque a vos tampoco se te dan tan bien los dichos, eh– dije riendome. 

–Callate– dijo y me dio un manotazo en mi brazo.

El living se inundo de un silencio acosador, y Melissa rompio el silencio. 

–Bueno, ya que no me hablas. Por lo menos, podríamos salir a algún lado o dar una vuelta– sugirió.

–Esta bien, con algo tengo que compensar el desayuno–dije.

–Ah, igual fue una idea de Santia– dijo. –¿Idea de que?– grite de mi habitación. Estaba preparando mi bolso, y retocando el maquillaje, y no había escuchado su comentario. Camino hasta la cocina, y ella me dice: –Nada, nada, deja, que fue una idea anticipada, improvisada–dijo. –Te recomiendo, que agarres una muda de ropa. Ya sabes, por las dudas– al decir esto. Obedecí. En ocasiones, se nos hacía muy tarde y nos alojabamos en un hotel, y pasabamos la noche allí. 

Diario de un dolarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora