Capítulo 1

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Despierto bañada en un sudor insoportable. Mi respiración es irregular, acompañada por jadeos y gemidos lo suficientemente fuertes como para asustarme. Está todo oscuro, ni siquiera se ve alguna delgada línea de luz que ilumine el lugar. ¿Dónde estoy?

Algo me está oprimiendo el pecho, ¿será que habré soñado una pesadilla? No, presiento que esto es mucho peor. Intento levantarme y el techo golpea mi cabeza, estiro mis brazos y no puedo, las paredes me lo impiden. Me acomodo como puedo, siento mis pulsos en los oídos, martillándome la cabeza. Mi respiración se acelera mucho más. Dios, permitime sobrevivir a esto. Intento recordar cómo llegué a este lugar, pero lo último que recuerdo es irme a dormir y luego... todo negro.

Intento calmarme, respiro hondo y el aire que entra en mis pulmones es totalmente caliente, me hace toser. Empujo el techo con las manos pero siento que ni se mueve, rasguño fuertemente el lugar en donde golpeé y grito, pero sigo sin darme cuenta de donde estoy. No estoy enterrada, ¿o sí?

Dios mío, ¡sí! me enterraron. Debo estar a por lo menos 3 metros debajo de la tierra, con un montón de peso sobre mí, no voy a poder salir nunca de acá.

Empujo con más fuerza, quizás logre romper un poco el lugar en el que estoy atrapada. Tengo que mantener la respiración adecuada para no gastar tanto oxígeno ya que solo tengo, como máximo, dos días de vida. Me pongo a llorar, desesperada. No puedo calmarme, pensaron que estoy muerta. Grito lo suficientemente fuerte como para que alguien me escuche —si tengo la suerte de que esté pasando por este lugar— pero yo no oigo ninguna señal de que me hayan escuchado.

¿Qué hora será? Si nadie me oye es porque es de noche y el cementerio está cerrado, ¿pero ni un guardia hay? Decido despejar un momento la mente para no entrar en pánico y pienso en mí, en quién soy, por lo menos para mantener la cordura.

Mi nombre es Morena Rasso. Tengo veintitrés años. Soy licenciada en Comunicación social. Vivo sola. No soy claustrofóbica, gracias a Dios, no le tengo miedo a la muerte —aunque en este momento sí— y quiero vivir hasta vieja porque todavía tengo mucha vida y sueños por delante. Soy pelirroja. Tengo ojos negros. Mi tono de tez es demasiado blanco y pálido. Soy muy menuda, en la universidad me decían enana de jardín, también me gusta sonreír porque mis dientes están bien firmes...

Entro en pánico nuevamente, no está funcionando mi táctica. Un día leí una noticia sobre un hombre que también fue enterrado mientras dormía y duró cuatro días vivo gracias a su técnica de meditación y fue rescatado. ¿Si medito? No creo que me funcione, pero quizás si lo intento, lo logro...

Cierro los ojos, inspiro relajadamente, conteniendo el aire hasta que aguanto, así no gasto el poco oxígeno que me rodea. No lo logro, empiezo a llorar. Quiero salir... quiero salir de acá, la madera sobre mi pecho no me deja respirar bien y estoy muy incómoda. ¿Por qué mierda me tuvo que pasar esto a mí?

Catalepsia, así se le llama a la enfermedad en la que no demostras signos vitales. Por eso pensaron que estaba muerta. Lloro más fuerte, ni siquiera pasé por alguna autopsia para saber mi causa de muerte, por lo menos me hubiese muerto en ese momento y no tenía que pasar por esto.

Siento el sudor mezclado con lágrimas rodar por mi cuello e histéricamente me limpio con el dorso de mi mano. Luego, con las dos manos, empiezo a palpar los bordes del cajón, para encontrar algún hueco medianamente abierto. Lamentablemente, está todo sellado y termino hiriéndome con un clavo que está sobresalido. Lo que me faltaba, perder sangre en este momento. Me río sarcásticamente.

Mamá, ojalá me escuches, pienso. No, no me va a escuchar con el pensamiento. Tengo que hacer ruido.

Grito, pateo, aplaudo... nada de señales. Por favor, tiene que haber alguien en este maldito cementerio.

Al final lo termino aceptando, sé que voy a morir en la propia tumba en la que viví las últimas horas de mi vida.

CatalepsiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora