Capítulo 2

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No recuerdo cuando caí dormida —o desmayada—. Lo único que sé es que seguramente ya es de día porque estoy escuchando ruidos que provienen de arriba de la tierra. Deben ser los pasos de la gente yendo y viniendo, o tal vez algún familiar mío.

Vuelvo a hacer lo mismo de anoche: gritar, patear, llorar, aplaudir y reír como una loca por imaginarme lo estúpida que me debo estar viendo. Tengo hambre y sed, ni pensar las ganas de ir al baño. Maldita sea, si salgo viva de esta voy a pedir que los ataúdes se fabriquen con mucho espacio, baño y heladera, por si a alguien le pasa lo mismo que a mí. Ah, y tener un teléfono también. ¿Teléfono? Siempre llevo el mío en mi bolsillo, espero que me hayan enterrado con él. Me toco los bolsillos por fuera y siento un bulto en el bolsillo derecho; meto la mano rápidamente y no es mi celular, es una bolsa que hace mucho ruido, pero tal vez lo que tenga dentro sirva para algo. ¿Qué será? Mmm...

De repente, recuerdo la lista que les hice a mis padres cuando estaba planificando mi entierro en forma de broma hace unos meses:

"Queridos padres: si leen esto nuevamente es porque estoy muerta así que quiero que pongan y/o me vistan con lo siguiente que aparece en la lista en mi cajón.

1) Una bolsa de caramelos de menta.

2) La ropa que usé la primera vez que fui a un programa de radio.

3) Mi oso de peluche de cuando tenía 3 años.

4) Una botella de agua.

5) Y por último, mi reproductor mp3"

Gracias, los amo."

También me acuerdo a la perfección de por qué nos reímos. ¿Por qué los muertos van a querer tomar agua o escuchar música? Además los caramelos se derretirían y las hormigas vendrían desesperadas a comérselos. Pero ahora me parece genial haber pedido todo eso. Aunque... ¿dónde están el agua, el oso y el reproductor?

Escucho muchos golpes sordos seguidos justo encima de mí que me sacan de mi ensoñación.

—¿Hay alguien ahí? —grito.

Logro oír un chillido que parece ser de una niña pequeña y luego pasos que se van rápidamente. Mi única oportunidad de que me rescaten y me toca asustar a una chica. Espero que le diga a sus padres y ellos le crean, sino... no lograré vivir. Me queda poco tiempo, unos pocos minutos, tal vez horas. Espero que días.

Sigo tocando lo que encontré en mi bolsillo. ¡Ya sé lo que es! Cuando me dormí, llevaba una bolsa de caramelos allí guardada. Me río alocadamente. ¡No me sacaron los caramelos! Si me como uno por hora tal vez me saque un poco el hambre, lo malo es que es dulce y me va a dar más sed, pero veré después que hago con eso. Desenvuelvo uno y me lo llevo a la boca. Una explosión de sabor a menta se expande por mi garganta y la lengua. Genial, la menta quita un poco la sed; por lo menos por un rato.

Me siento flotar cuando cierro los ojos y me como el otro caramelo. Me encanta esto, me relajo demasiado. No es tan malo vivir aquí...

¿A quién engaño? ¡Quiero salir ya!

—¡Ayuda! —vuelvo a gritar, golpeando el techo del cajón— ¡Estoy viva!

Río. Que irónica es la vida, en serio estoy viva en la tumba. Cierro los ojos nuevamente y me dejo llevar por la paz que me empieza a corroer. Voy a descansar en paz, literalmente.

¿Qué te parece, Morena? Quizás vas a morir en uno o dos minutos, con suerte tenés tres horas. Ya estás sintiendo la presión de tus pulmones pidiendo cada vez más aire, ¿quién sabe? Por lo menos la muerte va a ser indolora...

Me pego en la cabeza para acallar esa voz en mi mente. No voy a morir, me van a rescatar justo antes de eso. No voy a morir, no voy a morir, no voy a morir. Tampoco voy a enloquecer.

Desenvuelvo otro caramelo y lo como lentamente, saboreándolo hasta el último minuto.

CatalepsiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora