Capítulo 3

623 106 11
                                    

No puedo evitar reírme cuando despierto de nuevo. Cada vez que cierro los ojos siento que es el último momento de vida que tengo, pero aún así vuelvo a despertar. Las pérdidas de conciencia que voy teniendo se deben a que cada vez tengo menos oxígeno, pero aprovecharé eso que me queda para buscar la botella de agua que supuestamente pedí en la lista.

Una vez leí que un ataúd mide aproximadamente dos metros, por lo que a mí me sobran unos 35 centímetros. Me muevo hacia lo que sobra y con los pies voy sintiendo lo que está a mi alrededor; también voy haciendo ruidos por si alguien me escucha. Grito de dolor cuando el clavo sobresalido se incrusta en la carne de mi brazo, no me había acordado de taparlo con algo. Rompo mi camiseta y me hago un torniquete apretado con la tela, alrededor del punto que sangra. Quién iba a decir que en algún momento necesitaría las lecciones de primeros auxilios que me enseñaban en los campamentos escolares.

Respiro agitadamente, me queda poco tiempo. Tengo que encontrar esa maldita botella de agua.

—¿Creés que hay un fantasma acá? —dice una voz de un adolescente con tono divertido en el mismo lugar en el que escuché a la niña— No te creo nada —se ríe.

—Te juro que escuchaba ruidos y gritos —responde otro muchacho.

—Yo no escucho na...

Lo interrumpo con mis golpes y gritos.

—¡Ayuda por favor! ¡Todavía estoy viva! ¡Sáquenme de este lugar! —grito.

No escucho a los chicos pero puedo sentir que están ahí.

—¡Me llamo Morena, estoy viva! ¡Ayuda! ¿Siguen ahí? —vuelvo a exclamar y a empujar la madera con las manos.

—¡Señorita! Vamos a buscar ayuda, no sé cuánto tardaremos... ¡pero aguante! —dice el primero que habló.

Luego percibo que echan a correr. Me río y lloro de felicidad. ¡Me escucharon! ¡Me van a rescatar! Siento aire renovado en mis pulmones, me van a rescatar.

¿Estás segura, More? Vuelve a decir la voz desconocida en mi mente. ¿No será que van a tener un accidente y van a morir? Entonces nunca te podrán rescatar y vas a morir como siempre supiste que harías. MORIR.

—¡Callate! —le mascullo a la voz— Dejame en paz, no sé qué querés, ni quién sos, pero callate. Ellos van a venir por mí y voy a estar viva. ¡VIVA!

Me entra un ataque de risa incontrolable. Río tanto que comienzo a asfixiarme, me agarro la garganta con las dos manos y toso, tengo que aguantar, esos chicos van a mandar ayuda. Sigo buscando la botella de agua y, a los pocos minutos, la encuentro. La atraigo hacia mi mano lentamente, arrastrándola con el pie sin perderla del camino. ¡Al fin la tengo! Abro la tapa y tomo muchos sorbos seguidos. Eructo y dejo escapar un largo suspiro. Está caliente y tiene un gusto muy raro, pero por lo menos me sacó la sed que tanto me molestaba.

El tiempo pasa... ¿dónde carajo están esos chicos? ¿Tanto tiempo van a tardar? ¡Es cuestión de vida o muerte!

¿Y si esa voz en mi conciencia tiene razón y tuvieron un accidente? ¿Un percance en el camino hacia la ayuda? Vuelvo a gritar, ahora con energías renovadas por el agua. ¿Será ya de noche? Maldita sea, mi mp3 traía la hora, pero eso no me lo pusieron en este puñetero cajón. Golpeo enojada el costado del lugar donde estoy encerrada y me río por mi ataque de furia. Tengo que dejar de reírme, eso consume el oxígeno; pero es que no puedo evitarlo.

¿Morena, necesitas hablar con alguien? Dice la voz. Me tiro de los pelos en un gesto nervioso. Si querés saber quién soy más vale que me respondas...

—¿Quién sos? —cuestiono en voz alta.

No me vas a creer, pero mi nombre es Marcos Baxin. Estoy encerrado en un psiquiátrico y no sé porqué me puedo comunicar con vos. Sé lo que te pasa, siento tus emociones y sentimientos. Y todavía no entiendo por qué.

Me río. Si esa es mi imaginación, en serio estoy enloqueciendo. Mejor que me saquen de aquí rápido antes de perder más la razón. Vuelvo a reírme.

No me creés, ¿verdad? Pero sé que en este momento te estás riendo, cuestionándote tu salud mental y pensando en salir de allí.

—Eso lo sabe mi mente muy bien... es obvio que te estoy imaginando para no sentirme sola así que, por favor, ¡salí de mi cabeza!

Intento sentarme sin recordar que no puedo y me golpeo la frente. Pierdo el conocimiento nuevamente.

CatalepsiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora