Capítulo 4

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Despierto otra vez y no puedo creer la manera en que sobrevivo. ¿En serio estoy viva? Quizás mis pulmones son tan pequeños que no necesito mucho aire.

Recuerdo cuando tenía diez años, estaba en la piscina con mi hermano y estábamos jugando a quién aguantaba más la respiración debajo del agua. Aguanté tanto que mi hermano se asustó, llamó a mi mamá y me sacaron rápidamente. Yo era pequeña, así que me reí por las tonterías que hacía.

Ahora pienso el susto de muerte que se habrá llevado mi familia... ¿si sabían que estaba viva y me enterraron para hacerme pagar todas esas travesuras que hice? ¿Si esos chicos en realidad le avisaron a mis padres y ellos se rieron y no me dieron importancia?

No, Morena. Ellos todavía no saben que estás viva. Es más, los adolescentes esos fueron a buscar ayuda. Todavía siguen buscando, es que nadie les cree. Dice la voz que se presentó como Marcos. No respondo.

Es una buena opción pensar en ello, ¿quién les creería a unos chiquillos como esos?

—Marcos, ¿tenés hora? —pregunto con voz aguda y dándome por vencida, aceptando aquella voz.

¿En serio me preguntas? Estoy encerrado en un cuarto blanco y tengo un chaleco que apenas me deja mover los brazos ¿y pensás que sé la hora? Si viene la enfermera le pregunto.

—¿No sabés qué día es?

Sí, 24 de febrero.

24 de febrero. Recuerdo que la última vez que me fui a dormir era 22 lo que significa que estoy encerrada hace prácticamente... ¿dos días? Si cuento el funeral —si es que lo hicieron— y el entierro, llevo dos días aquí y todavía no morí. ¿Podré durar otros dos días?

Tomo otro sorbo de agua, esta vez más pequeño para que no se agote. El gusto está un poco más extraño, pero sigue siendo una bebida. Me acuerdo cuando tomé una bebida alcohólica por primera vez, llegué a mi casa totalmente ebria y pasé por todos los sentimientos en una sola noche. Mi novio en esa época se río de mí mientras tomaba conmigo. Lo dejé porque no quería una relación seria.

¿Será que estoy recordando muchas cosas porque voy a morir? Si es verdad lo que dicen, uno recuerda toda su vida en el momento de su muerte; tal vez ya estoy cerca. ¿Dónde estarán esos chicos?

Ya llegaron a buscar la ayuda, responde Marcos —o mi mente—, van a tardar por lo menos tres horas en venir porque están muy lejos, pero supongo que llegarán. Ríe.

Tampoco respondo en esta ocasión. Tengo mucha hambre, me comería hasta mi propio brazo con tal de que el estómago no me llame más la atención, es demasiado molesto. Mis ojos ya se acostumbraron a la oscuridad y, compensando la ceguera, puedo sentir más las cosas... Creo que está lloviendo afuera.

De repente, percibo un cosquilleo subir y bajar por mi brazo herido. Debe ser la sangre goteando. Me tanteo y no hay nada mojado, sino que toco a un bicho que se está arrastrando por mi piel. ¡Un gusano!

—Dios mío, Dios mío, Dios mío —repito una y otra vez, tratando de no vomitar.

Empiezan a darme escalofríos, si hay uno es porque hay muchos. ¿Cómo entraron? Si está todo perfectamente sellado. A no ser... el estúpido clavo salido con el que me lastimé dejó un hueco, seguro entran por ahí.

—Mierda —mascullo.

Pienso la posibilidad de que en el agua también se encuentren los gusanos y por eso tiene ese gusto tan raro. Aguantá, Morena. No vomites si no querés quedarte toda sucia, pienso, bastante con que tengo los pantalones mojados.

Vuelvo a gritar, con fuerza y con toda la poca energía que me queda en el cuerpo. Sollozo. Nadie me va a escuchar, ni aunque esos chicos lleguen con ayuda. Ya voy a estar muerta. Sigo gritando.

Ya dejá de gritar, no servirá de nada —vuelve a decir mi compañero mental—. Mejor intentá sobrevivir.

CatalepsiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora