Assassin's love

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Era una noche fría, y ella andaba con las manos en los bolsillos y la cabeza gacha. Vestía una gran sudadera negra, unos vaqueros negros y unas botas igualmente negras. Andaba por callejones oscuros pues no quería hacer daño a nadie. De repente, se oyeron unos pasos y aceleró el ritmo. Pasó bajo una farola y se vio a sí misma. Los pasos fueron acelerando y, al final, aparecieron dos hombres. El más alto era fuerte, pero no tanto como el otro que, pese a ser anormalmente bajo, era bastante fuerte:

-¿Dónde va una chica tan guapa como tú a estas horas y por estas calles?-preguntó el más alto.

-¿Y a ti qué te importa?- respondió.

- Mala respuesta- dijo el más bajito, poniéndole la mano en el brazo.

-Quítame las manos de encima, cerdo.

-¿Y si no quiero?¿qué vas a hacerme?-preguntó con sorna.

Entonces no pudo contenerse, le dio una patada en la boca. Cuando el otro trató de agarrarla, le propinó una patada en el estómago. Justo en ese momento, algo creció dentro de ella, algo que siempre luchaba por controlar. Era algo que le decía que las cosas no podían quedar así, algo con tales ansias de sangre que la enloqueció. Entonces, sacó su navaja del bolsillo de la sudadera, se acercó al más alto y…

Melanie se despertó sobresaltada. Estaba empapada en sudor y la cama se hallaba revuelta. No había gritado de milagro. Aquel sueño-que, mejor dicho, era un recuerdo- se repetía una y otra vez, impidiéndola dormir. Siempre terminaba en ese punto , a partir de ahí no recordaba nada más hasta el final. El recuerdo confuso de su última noche antes de entrar perder la libertad. En ese instante, cayó en la cuenta y miró la habitación, su habitación desde hacía tres años.

Al instante se deprimió. Era un cubículo con una cama enana que al lado tenía una especie de mesilla, un armario pequeñísimo, el lavamanos con un espejo (cubierto por una tela negra) y un escritorio.

Encendió la lamparilla y se levantó. Primero miró por la ventana –si se le podía llamar así-, un cuadrado enano con unos barrotes fucsias que ella misma había pintado para dar un toque de alegría a la habitación. Afuera se veía el maltrecho edificio donde se daban las clases, y el “patio”, rodeado de una verja electrificada.

Se apartó bruscamente. No podría seguir mirando aquello mucho más. Paseó la mirada por la habitación una vez más y se fijó detenidamente en el espejo. Hacía demasiado tiempo que no miraba su reflejo. De hecho, evitaba cualquier superficie en la que se pudiera reflejar, aunque fuese mínimamente. Lo hacía así porque, cuando veía su imagen, lo único que de verdad podía ver era un monstruo. Pero había llegado la hora de superarlo. Se puso en frente de él, quitó la tela y se alejó para poder verse entera. Se observó largo rato. Ni siquiera parecía ella. ¿Era posible cambiar tanto?. Recordaba los álbumes de fotos que solía ojear de vez en cuando en los años que estaba en su casa. Su casa…Tanto tiempo hacía que no la pisaba que le parecía una ilusión, un sueño, un dulce, dulce sueño…Puede que su infancia no hubiese sido perfecta -ni se le acercaba a la perfección- pero la había pasado en esa casa. Conocía cada escondite, cada pasadizo, cada grieta, cada sala. Recordaba las tardes que pasaba con su padre leyendo delante de la chimenea, las tardes en las que jugaba con sus hermanos al juego que ellos mismos habían inventado y que jugaban todas las tardes, lloviese o estuviera soleado, después de volver de clase. Se olvidaban de los problemas que habían tenido en clase jugando, y habían seguido jugando hasta los doce años, edad en la que la habían tenido que meter al reformatorio. Y ya habían pasado tres años. Tres largos años fuera de casa. Tres años en los que sólo había visto a su familia tres veces. Bueno, en realidad -pensó- a los que se habían “rebajado” a pisar un reformatorio. La verdad, su familia siempre había estado dividida de forma extraña. Su madre había tenido dieciocho hijos- nueve niñas y nueve niños-. Su madre siempre había criado a sus hijas para que siguieran su ejemplo <<El ejemplo de una manipuladora egoísta, egocéntrica, que piensa que para lo único que sirven las mujeres es para casarse con un rico que las mantenga>> pensó Melanie con amargura. Pero ella había sido diferente. Según su padre, sus hermanas habían  nacido con el mismo espíritu manipulador que su madre, pero que ella había nacido con el espíritu revolucionario y feminista refulgiendo en su mirada. Y eso había provocado que su madre la despreciase nada más nacer. Sus hermanas la habían despreciado, pero sólo porque eran un reflejo de su madre. Las más mayores, Rosalinda y Estela, eran iguales que su madre. Su deseo de complacerla era tal que pegaron palizas una y otra vez a Melanie y, en una de ellas, incluso llegaron a  hacerle una calavera en la nuca que, según ellas, significaba que había nacido con la muerte acompañándola. Que no iba a hacer más que traer destrucción al mundo. Y, en cierto modo, llevaban razón. Pero lo peor no eran las palizas -eso podía soportarlo- lo peor era que su madre nunca había movido un dedo por evitarlas. Se quedaba en el salón, escuchando los gritos. Aún así, ella no era la única que había sufrido las palizas de Rosalinda y Estela. Cyntia, su hermana gemela, también las había padecido. Pero ella no pudo soportarlo. Ella no era fuerte. Ella se suicidó. ¡Ella tenía seis años!. Pensó Melanie y, a causa de la rabia que se apoderó de ella, rompió el espejo de un puñetazo. Luego tendría que ir a la enfermería a curárselo. Luego. Primero venía la descarga. Se preparó y al instante sufrió una sacudida que le llegó desde las cervicales hasta las puntas de los pies. Con el tiempo se había casi acostumbrado, pero eso no quitaba que fuese doloroso. Muy doloroso. Las descargas se las producía un collar que llevaba ya que el psicólogo y el juez la habían considerado “muy peligrosa”. ¡Qué tontería! No podía ser peligrosa. Con la cantidad de pastillas que la hacían tomarse… Anti psicóticos, antidepresivos, tranquilizantes, ansiolíticos…

Al momento se abrió la puerta. Era la guarda de seguridad, Tonia.

-¿Otra vez?-le preguntó-Ya es la tercera esta semana.-

Melanie no respondió, simplemente se encogió de hombros y se sentó sobre la cama. Como siempre que pasaba la descarga, Tonia venía y la llevaba a cuestas a la enfermería.

Melanie sentía una especie de afecto por Tonia. Era la única adulta -profesores, enfermeros y guardas-  que realmente la trataba bien. Siempre tenía una sonrisa para ella, o una mirada amable.

Cuando llegaron, la atendió la misma enfermera avinagrada de siempre. Pero, aunque esa enfermera nunca le había caído bien, la primera vez que la vio había notado que tenía algo raro la mirada. Era como si al mirarla, uno tuviese la sensación de caer en el abismo que eran sus ojos, y se transportase a otra dimensión. Al principio lo había achacado a la descarga, pensando que estaría demasiado aturdida y se imaginaría cosas. Pero luego, las otras veces que había ido -no siempre por las descargas- había tenido esa misma sensación, y cada vez estaba más segura de que en esa mujer había algo raro. Pero, pensó, qué más daba, si ahí dentro no tenía los medios para averiguarlo.

Cuando salió, notó que todos los demás la miraban. Se acercó a Johnny, su mejor amigo. Johnny era caníbal, pero eso a ella nunca le había importado, se fiaba de él. Y, aunque eso a Johnny le había parecido extraño, ella le había asegurado que, con el paso del tiempo, había aprendido, nada más mirar a una persona, quien era de fiar y quien no.

Al acercársele y sentarse, Johnny fue el primero en hablar:

-¿Qué te pasa? Ya es la tercera vez que vas a la enfermería esta semana, y estamos a martes.

-¿Por eso me miran todos?

-Sí.

-¿Sólo por eso?

-Que yo sepa, sí.

-Pues me parece una tontería.

-No lo es. Es la primera vez que pasa. Hasta los profesores y los guardias se preguntan qué pasa. Por eso te pregunto. Y ahora, ¿puedes responder a mi pregunta?

-¿Cuál?

-¿Qué te pasa?

-Nada nuevo. Lo de siempre. Recordaba. Me puse furiosa. Pegué un puñetazo al espejo. Me dieron una descarga. Fui a la enfermería. Y ya.

-¿Puedo hacerte una pregunta?

-Claro.

-¿Qué es lo que recuerdas que te pone tan furiosa?-

Melanie no respondió inmediatamente. No sabía si hacerlo. Había meditado mucho sobre si contárselo alguna vez. Y aún no había decidido nada. De repente, reparó en que Johnny la estaba mirando. Y decidió contárselo. Le contó lo de las palizas de sus hermanas, le contó lo del suicidio de Cyntia, le contó cómo su madre la había pegado, cómo su padre la había apoyado, cómo ella había provocado su divorcio. Se lo contó todo. Bueno, o casi todo. Paró en seco cuando estaba llegando a la parte de sus crímenes, incapaz de contárselo, pues pensó que si lo hacía, él dejaría de hablarle para siempre.

-¿Qué pasa?-le preguntó Johnny-.

-Nada.

-¿Entonces por qué te paras así, de repente?

-Por que ya he respondido a tu pregunta. Ya sabes lo que me pone furiosa. Así que el resto no tienes por qué saberlo.

-¿Por qué no? Tú lo sabes todo sobre mí. No es justo.

-Lo sé, créeme que lo sé, pero no puedo. Es…demasiado difícil de explicar. Lo siento-.

Melanie se levantó y se fue.

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