Una tarde, salí corriendo del salón de clases de la universidad para recoger las copias de un libro, y encontré a un compañero mío, Néstor Saavedra, sentado justo frente a la puerta. Él, apenas me vio, se levantó de un salto y procuró hablarme, pero como nunca antes lo habíamos hecho, a pesar de conocernos desde hacía dos años, me llené de nervios y aceleré el paso, pues debía regresar pronto a la clase (a la que él no había entrado).
Néstor me agrada. Se cubre con una campana de serenidad inexpugnable. Es inteligente, mordaz, orgulloso y posee un acervo de tenacidad del que yo carezco. Y además es frío, frío y huraño como un gato.
Necesitaba saber si aquel encuentro fue casual, así que unos días después entré a la biblioteca y me senté a dos mesas de la suya. Néstor permanecía inmóvil, abismado en sus apuntes, mientras yo no lograba concentrarme en nada. A la cinco de la tarde iba a reunirme con mi amiga Gaby en el auditorio de la facultad, faltaba muy poco y él no daba muestras de reconocerme. Eran las cinco y diez, y abandoné toda esperanza. Salí volando en busca de Gaby y la descubrí trepada en lo alto de la escalerilla azul del Auditorio de Letras. Me saludó con la mano. Yo le sonreí, divertida, mirando a los estudiantes pasar, pero la sonrisa se me congeló en los labios. Allí estaba Néstor con su mochila al hombro. Me había seguido, porque se daba prisas para no rezagarse, pero al notar la presencia de Gaby, pasó de largo sin dejar de observarme.
Siempre tengo miedo si alguien se interesa en mí. Sea quien sea, la posibilidad de establecer una relación me aterra. Por eso no me muestro tal como soy, el temor al rechazo hace que finja una amabilidad y un equilibrio que no poseo. Él es distinto. Un día, llegaba con unas amigas al salón 8A de la facultad y lo divisé sentado junto a un grupo de chicos en el corredor. Mis amigas –Mirella, Gaby, Miluska, Dina y Candy– se pararon a conversar frente a ellos y luego de un instante, me atreví a espiarlo: Néstor me estudiaba con la tranquilidad con la que uno mira a un niño dormido, y no ocultaba sus ansias de hacerlo. Me observaba con tanta insistencia, que enseguida me sentí como en una vitrina y no podía moverme a causa del nerviosismo. Perdí el control, no era capaz de soportarlo más tiempo sin que notara mi inquietud y fue preciso ocultarme tras mis compañeras.
Después de esa tarde, empecé a obsesionarme con él y como en clase yo ocupaba una de las primeras carpetas, no me era posible ubicarlo con facilidad y debía esperar a que circulara la lista de asistencia para buscar su nombre de caligrafía perfecta, y saber dónde estaba sentado. Entonces, volteaba de cuando en cuando, e invariablemente lo encontraba en una actitud de acecho, con el ánimo de no perderse ni un segundo de la clase.
Un compañero de salón llamado Erick Ramos, conocedor de su bonita letra, le pidió que escribiera las tarjetas de bienvenida para los cachimbos (2) y él aceptó de inmediato. Entonces, lo llevaron al Centro de Estudiantes, donde lo esperaban Mirella y cerca de cincuenta tarjetitas por llenar. Ambos apenas se conocían, por eso emprendieron la labor en completo silencio: ella envolviendo las revistas que servirían de regalo, él rotulando las tarjetas. En un momento de especial tensión Néstor sacó de su billetera un cartoncito cuidadosamente doblado, el cual mostró a Mirella. Era la invitación que había recibido hacía dos años para su propia fiesta de bienvenida. Luego, Mirella aseguró sentirse identificada con él por dos razones:
1) También guardaba entradas, tickets y hasta dulces en su billetera.
2) Ambos iban asiduamente al mostrador de la fotocopiadora "La Rampa" y leían el periódico que el dueño ponía a disposición de todo el mundo, para consultar su horóscopo.
Las situaciones ambiguas con Néstor se sucedían, y una vez estuvo a punto de ocurrir algo. Había finalizado la clase y mis compañeros se retiraban del aula, cuando Néstor pasó como un fantasma a mi lado y se detuvo a unos pasos de mi carpeta. Fingía amarrar los cordones de sus zapatos y volteó a mirarme de improviso. Yo me sonreía con un sentimiento de regocijada confusión, y él, sin poder dominarse, salió huyendo a gran velocidad. En eso, una amiga suya lo llamó para conseguir ciertos datos sobre la clase, y Néstor, visiblemente turbado, le respondió a la carrera, mientras hacía lo imposible por eclipsarse.
Quise hablar con alguien de su entorno para aclarar las cosas y pensé que lo mejor era acudir a un amigo que teníamos en común: Ricardo Ráez Casabona.
–Se trata de Néstor –le confié.
–¿Néstor?, ¿el flaco... alto? –al parecer, nadie nos relacionaba.
–Sí. Últimamente lo noto extraño.
–¿Y eso?
Mientras le iba dando explicaciones inútiles, él sonreía con frialdad, como si lo que escuchara fuera el asunto más trivial del mundo.
–Se nota que estás fastidiada.
–¡No!, ¡pero no sé por qué lo hace!... –y lo miré aguantando la respiración.
–Pues él jamás te mencionó.
Aquello fue un tremendo golpe. Si de verdad le interesaba, debió preguntar por mí y no lo hizo. Traté de no evidenciar mi desilusión.
–Si tanto te molesta, por qué un día no le preguntas: ¿Quieres decirme algo?, y ¡ya está!, sales de dudas.
–No. Tienes que ayudarme.
–No esperarás que yo...
–Por favor.
Lo vi cobrar distancia. Quizás sopesó mi amistad con la de Néstor y decidió cuál valía más.
–Está bien. Hoy tenemos clase de Quechua. A la salida voy y le pregunto.
Le rogué que lo hiciera disimuladamente pero no aceptó. Mientras me despedía de él, tenía la cara de asistir a mi propio velorio.
–Entonces, ¿quedamos en eso?
–Sí... –contesté por inercia.
Luego caí en la cuenta de lo que significaba "eso" y llamé a Candy y la envié a todo galope con un recado de último minuto: "¡No le digas nada!"
Toda mi vida he luchado contra el miedo: lo que de niña era el miedo a salir de compras o a ir sola en el autobús, de grande se convirtió en el miedo a aceptar a las personas y a compartir mi vida con ellas. Recuerdo con dolor las oportunidades que he perdido y siento cosquillas en los brazos, como si la energía acumulada clamara por pasar a otras manos.
Sucedió lo mismo aquella mañana: Néstor estaba conversando en la puerta del salón y me vio venir desde lejos. Debo haber empalidecido, ¡Dios mío, cuánta cobardía! Juro que me costaba mucho trabajo solo caminar, como si avanzara contra un viento fortísimo. Cuando me acerqué y pude ver su rostro, me sentí mareada y tuve que beber un poco de agua para ocultar mi emoción.
(1) Los antiguos chinos decían que la mirada de una joven enamorada era suave y densa como una ola de otoño.
(2) Cachimbos: Jóvenes que recién han ingresado a la universidad, luego de rendir un examen que incluye diversas materias.
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Ola de Otoño
RomanceOla de otoño es una novela romántica que habla del profundo amor que va surgiendo entre dos estudiantes de Literatura de una universidad peruana, llamados Néstor y Evelyn. Ambos se quieren, pero su excesiva timidez les jugará muy malas pasadas.