Poemas de amor

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Mi entrevista con Rafael Gallardo marca el principio del fin. Era una tarde de diciembre, había procurado inútilmente hablar con Néstor y estaba sentada, sola, en una banca del patio. Tenía en el regazo la cubierta de un disco y Rafael vino corriendo a mi lado, pensando que eran unos versos. Se sentó conmigo, sonriendo benévolo.

–¿Le hablas a Néstor?

–¿Néstor Saavedra?, pues sí, me hablo con todos.

Necesitaba saber si era cierto un rumor que lo involucraba y le pregunté a Rafa sin más rodeos:

–¿Es verdad que le gusta Jeanet?

Jeanet era muy amiga de Rafa.

–¡Quién te dijo eso!

–Entonces es cierto.

–Si me dices quién, prometo contártelo.

–Está bien..., fue Gaby.

El miró a ambos lados, receloso, y se acurrucó en su asiento.

–Bueno, no sé si te acuerdas, pero ellos eran uña y mugre desde el integrado.

Traté de hacer memoria:

–Pero había algo más...

–De parte de él, sí.

–¿Cómo lo sabes?

–Cuando me acercaba a ellos, Néstor se ponía serio y se quedaba a un costado sin hablarme. Una vez traje mi cámara y cuando les pedí que salieran juntos, él dijo: "¡No!", pero así ¿ah?: ¡No!, incluso hubo que rogarle.

Era extraño, aquello parecía estar sucediéndole a otra persona: no sentía nada...

–El año pasado, Gaby los encontró después de Lingüística y Jeanet insistió en llevarla a almorzar.

–¿Y qué pasó?

–Por no desairarla, Gaby fue con ellos al comedor de la Facultad de Industriales. Allí Néstor la ignoró por completo y no le dirigió ni una sola palabra. Para colmo, Jeanet coincidió con una amiga y también la dejó de lado.

–Sí, Jeanet me contó que Néstor la había invitado a almorzar. Siempre comíamos en grupo pero ese día iban a estar los dos solos.

–Y tuvo miedo.

–Digamos que también me pidió que la acompañara.

Rafael es uno de mis pocos grandes amigos, por eso decidí hablarle sobre Néstor.

–Lo peor es que nunca hemos hablado.

–¡Nunca!

–No. Ni siquiera para decirle: "Aquí tienes la lista de asistencia".

–Oye, ¡eso es serio!

–Sí.

–¿Y no le has dado motivos?

–Antes me gustaba y lo miraba desde lejos. No puede haberse dado cuenta, ¡a menos que tenga ojos en la espalda!

–Eso dices...

–No lo niegues. Es desesperante que alguien te mire sin decirte nada.

–¿Sí? ¡No lo sabía! Yo siempre soy de tomar la iniciativa.

–¡Y claro!, ¡uno no es de hierro!

–Deberían conversar, ¿no?

–Me pongo nerviosa de solo pensarlo.

Ola de OtoñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora