Asunción de ti

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Como parte de un plan desesperado, decidí enviarle un poema a Néstor. Ni más ni menos que "Asunción de ti", de Benedetti, una joya que nos calzaba como hecha a la medida: "Quién hubiera creído que se hallaba / sola en el aire, oculta, / tu mirada. / Quién hubiera creído esa terrible / ocasión de nacer puesta al alcance / de mi suerte y mis ojos, / y que tú y yo iríamos, despojados / de todo bien, de todo mal, de todo, / a aherrojarnos en el mismo silencio, / a inclinarnos sobre la misma fuente / para vernos y vernos / mutuamente espiados en el fondo,
temblando desde el agua, / descubriendo, pretendiendo alcanzar / quién eras tú detrás de esa cortina, / quién era yo detrás de mí. / Y todavía no hemos visto nada. / Espero que alguien venga, inexorable, / siempre temo y espero, / y acabe por nombrarnos en un signo, / por situarnos en alguna estación / por dejarnos allí, como dos gritos / de asombro. / Pero nunca será. Tú no eres ése, / yo no soy ésa, ésos, los que fuimos / antes de ser nosotros. / Eras sí pero ahora / suenas un poco a mí. / Era sí pero ahora / vengo un poco a ti. No demasiado, solamente un toque, / acaso un leve rasgo familiar, / pero que fuerce a todos a abarcarnos / a ti y a mí cuando nos piensen solos."

Al comienzo, escribí con fluidez, pero en un descuido, en lugar de "descubriendo", puse "descubiendo" y tuve que empezar de nuevo, con los consiguientes nervios. No fue tarea fácil, las manos se me adormecían y me hallaba en un estado de excitación deplorable, como si tuviera fiebre. Pensaba enseñarle la copia a Rafael para saber su opinión y lo encontré en el salón rodeado de amigos. Estaba con Ricardo, Miluska y Jeanet; parecían muy animados y quise pasar de largo, pero Miluska me llamó y debí acercarme a saludarlos.

–Tengo algo importante qué decirte –le expliqué a Rafael por lo bajo–, ¿tienes tiempo? –pidió disculpas a los chicos y salimos corriendo del salón.

–Ya le escribí una carta a Néstor –dije en tono fatídico.

–¡Se la mandaste!

–¡No, no!, aquí la tengo. Quiero que la leas.

Yo me sentía como si fuese un criminal llevando un explosivo en la bolsa, y echaba miradas furtivas hasta por encima del hombro para asegurarme de que ningún compañero nos viera juntos. Rafael me precedía unos pasos, me dijo que lo más prudente era sentarnos en el parquecito que había frente a la facultad, como quien va a Economía, y una vez allí le mostré la carta. Quise dejarlo leer tranquilo y procuré concentrarme en las pequeñas tiendas que pululaban tras las rejas de la universidad. En una de ellas, se veía a una chica de mi edad trajinar de mesa en mesa, con un azafate lleno de frutas y helados; en otra, a una mujer con una sonrisa a flor de labios vendiendo avena, café y pan a los estudiantes; en la de más allá a un hombre de aspecto cansado, sacando a toda velocidad cientos de fotocopias y anillando una ruma de libros.

–¿Tú lo escribiste? –exclamó, de pronto, Rafael. Parecía venir de muy lejos.

–Claro que no –sonreí, divertida–, es de Benedetti.

–Pues, ¡está muy bien! –musitó y, sin salir de su asombro, comenzó a recitar los versos. ¡Es genial!, pero le has hecho algunos cambios, ¿verdad?

–Sí, cuestiones de género, para que cuadre.

–Tiene lo que busco siempre en un poema: ambos "protagonistas" están al mismo nivel, ninguno de los dos destaca.

–No quiero que se lo tome como una declaración o una carta de amor. Sería terrible.

–Pues... eso parece –y Rafael dio vueltas a la hoja, observando sus detalles.

–No, casi al final pone: "Pero nunca será, tú no eres ese, yo no soy esa...", es decir, como no se conocen, se idealizan demasiado. Luego notan que son igual de huraños y exaltados, que comparten los mismos defectos.

–¿Dice todo eso?

–No, lo último me lo inventé.

–Sin embargo, ese rasgo que podría separarlos los une; aun en el juicio ajeno.

Volvió a leer los últimos versos y permanecimos quietos, pensando ardorosamente en su significado.

–Hace poco estuve enamorada de un amigo y me sucedió algo extraño: cada vez que me miraba al espejo lograba ver su rostro, sobre todo sus ojos.

–Y ahora, ¿es distinto?

–Pues... no sabría decirlo.

Se sonrió en silencio.

–Si no lo quieres, no tienes por qué enviárselo.

Como no obtuvo respuesta, me observó con atención y agregó, satisfecho:

–No te olvides de tipearlo en papel blanco –y enseguida me devolvió el poema, dándose aires de experto.

Rompimos a reír a carcajadas, pero tuvimos que callarnos cuando Rafael Verau, amigo de Néstor, pasó por allí y nos echó una mirada llena de suspicacia.

–Me dijiste que hablabas de todo con Néstor.

–Sí, es cierto.

–Incluso de chicas...

La sonrisa de Rafael se ensanchó mucho más. Parecía el Gato de Cheshire, solo le faltaba encaramarse a la rama de un árbol:

–¿Conoces a Piera?

–No –y Alicia olvidó al instante su reserva victoriana–, ¿quién es?

–Es una chica de Lingüística, alta, de ojos verdes, cabello castaño...

–No estoy segura de haberla visto.

–Te apuesto que le preguntas a cualquier chico por Piera y sabe de quién le hablas. Todos se mueren por ella –y lo dijo con tal entusiasmo, que hasta ahora tengo ganas de conocerla.

Una noche conversaba con Néstor y Jorge sobre chicas, y Jorge exclamó, de pronto, como un iluminado: "Yo estuve con Piera". Nos quedamos pálidos y estuvimos a punto de erigirle un altar ahí mismo, pero Jorge no aguantó más y se rio en nuestra cara. Ahora que lo pienso, no puede ser porque a Jorge no le gustan las chicas.

–¡No lo dirás en serio!

A Jorge le encantaba aburrirnos con sus interminables monólogos cuando preguntaba algo en clase. Sus discursos son como pompas de jabón: brillantes y ostentosos por fuera, pero tan vacíos que se pierden en el aire.

–Alguien me contó que en el grupo de Lecturas Literarias proyectaron una película sobre El beso de la mujer araña, y cuando pasaron la escena donde los presos se besan, Jorge se levantó de su asiento y solito apretó REW.

–¡Entonces confirmado! –dijo él.

Nos reímos con cierta vergüenza. 

Ola de OtoñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora