Entre libros

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Pocos días después, entré a la biblioteca y Miluska vino a sentarse a mi mesa. Me contó que Graciela todavía no había logrado entregar la carta. Respiré más calmada:

–¿Cómo crees que reaccione?

Ella hizo un puchero:

Néstor es impredecible. Una vez lo vi reírse a carcajadas con Ricardo y cuando me acerqué a saludarlos, se puso serio mientras Ricardo, llorando de risa, le pidió: "Ya pues, Néstor, vuelve a contar el chiste", ¿y sabes lo que hizo?

–No.

–Pues se levantó y dijo: "Perdón, pero ya me tengo que ir", ¡y se largó!, sin ningún motivo.

Quedé estupefacta.

–¡Imagínate cómo quedé yo!, le pregunté a Ricardo y trató de suavizar el efecto: "No le hagas caso, a veces se pone así", ¡pero, quién sabe!, fácil que está medio quemado.

No me extrañaba tanto la reacción de Néstor, pues ya me habían contado episodios semejantes. Me intrigaba la causa, la razón de su comportamiento. Cabían muchas posibilidades:

1) Néstor odiaba que le impongan compañía.

2) Néstor era muy celoso con sus amigos. (Sobre todo con Jeanet).

3) Néstor era el colmo de la timidez.

4) La última posibilidad cobraba más fuerza: Néstor era voluble, engreído, demasiado inteligente: le agradaba sumirse en su propio mundo sin tener en cuenta a nadie.

Para sustentar mi hipótesis, acudí a la experiencia de Rafael:

–A veces, está de buen humor y conversamos largo y tendido; otras, está más seco que... –y miró el jardín de la facultad– ... un árbol seco, y me responde: "Sí..., no...", entonces entiendo que prefiere estar solo y me alejo.

–El lunes intenté hablarle.

–¿Y?, ¿te contestó?

–Pues sí.

–Esa es una buena señal. ¡Una muy buena señal! –Rafael sonreía, visiblemente impresionado.

–¡Cómo!, ¿o sea, lo que en los demás es...?

– ... normal...

– ¿... es muy buena señal en él?

– Así es. Lo normal para Néstor es permanecer callado.

Esta afirmación coincidía con la de Mirella:

–Hay ratos en los que está tranquilo y me dice: "¡Hola, qué tal!", pero generalmente no me responde el saludo, y sigue fumando su cigarro como si no viera a nadie.

Y agregó, confundida:

–¡Ese chico me da nervios!, ¡no tiene expresión facial! –y se tocó el rostro con energía.

¡Ah!, pensé, si por soberbio no recoge la carta, ¡me olvido de su existencia! Ahora comprendo: nadie está obligado a recoger un anónimo... Aunque él sí lo hizo. 

Ola de OtoñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora