IV

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El tiempo pasó. Las hojas de los árboles cambiaron de color, cayeron y volvieron a aparecer.

Las flores de una tumba con lápida blanca se empezaban a marchitar, el color rojo vivo empezó a dejar de brillar y el tallo empezó a doblarse hacia abajo, algo estupido de describir ya que si se dobla algo es hacia abajo.

Pero lo importante aquí son los detalles y no los errores de una escritora que no nació para escribir.

El whisky de una tumba con el nombre de la lápida degradado aún no caducaba, pero no le faltaba mucho. Junto al whisky de un borracho muerto se encontraba una revista de deportes antigua, lo suficiente para corregir que el deportista de la portada había confesado doparse y se le habían quitado todos los títulos.

Anne y Mike dejaron una rutina para entablar otra.

Cada día, entre las 17 y las 18 se sentaban en el mismo sitio, con el mero propósito de compartir tiempo, cariño y un libro. Cuando el tiempo finalizaba, cada uno, apenado de no haber conseguido su apuesta interna se giraba hacia un lado del camino. En la mitad de este Anne se giraba, y observaba la espalda de su compañero de lectura y volvía la vista hacia delante para no caer.

Luego de Anne venia la mirada de Mike, que no veía a una simple joven de espaldas sino que la asemejaba con el libro que compartían y no podía evitar susurrar esas tres palabras. Es una sirena.

No hablaban y hasta el momento no puedo decir que lo haigan echo en algún momento.

Aún no hay beso, el beso es para clichés y ellos nunca han querido eso.

Anne & MikeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora