No volvieron a coincidir, por lo menos, no esa primavera.
Porque ella pasaba a las 18 y él sólo se quedaba esperando hasta las 17.
Las vidas de Anne y Mike volvieron a ser las mismas.
El gran dilema de Anne que con 17 años no se encontraba en la adultez ni en la adolescencia.
Y lo rutinario de Mike, que no cambio nada ni después de que su padre se suicidara. Le consideraba muerto antes de que muriera y sólo esperaba, apostando entre si lo hacía él mismo o lo hacía el ciclo de la vida, que su vida acabara pronto.
Anne llevó flores a una tumba vacía que no era más que el recuerdo de alguien que nunca murió, por lo menos no lo suficiente, no para ella, que tras investigaciones y búsquedas nunca encontró el cuerpo de su madre.
Mike llevó whisky malo y una revista de deportes. Su padre, nunca lo suficientemente bueno para llamarse padre, velaba por sueños ajenos desde una tumba vieja aún y siendo nueva. Había sido comprada por un hombre llorando que arrastraba a un niño de la mano, siete años atrás, cuando el hombre no era lo suficiente valiente para hacer lo que intentaba y se limitaba a beber.
El mejor sitio para encontrarte con alguien, sin duda no es el cementerio.
En cambio, como ya he mencionado antes esta es una historia que nunca quiso ser cliché.
Pues una historia del pasado narrada en presente no se puede cambiar.
