Lucha en la distancia

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DISCLAIMER: Los personajes y lugares le pertenecen a Akira Toriyama. Este fanfic procede del original elaborado por Odette Vilandra, quien me ha otorgado permiso para relanzarlo y continuarlo, hasta su conclusión.

[...]

Había pasado una semana, desde la visita del general Karbash. Gine caminaba por las calles de la zona residencial de la clase alta, en medio de las dudas: si había alguien a quien debía contarle su situación, ésa era ella. Conocía muy bien su carácter, estaba muy nerviosa por su reacción; pero hizo de lado aquel pensamiento. Era como la hermana que nunca tuvo y la necesitaba, ya fuera con su apoyo o sus reclamos. Finalmente se detuvo frente a una vivienda y tocó la puerta.

—Ya voy... —se escuchó a la dueña desde el interior, que abrió la entrada— ¡Gine! ¿Qué haces aquí?

—Rosicheena, yo —una melancólica sonrisa se dibujó en el rostro de la futura madre— tengo que hablar contigo.

—Pasa —se hizo a un lado para permitir la entrada de su ex compañera, intuyendo que tenía problemas—. ¿Qué es lo que te sucede, Gine?

—Rosi... —volteó a ver a su amiga, intentando contener las lágrimas.

Gine emitió un suspiro y se encogió de hombros, sabiendo que no tenía caso darle vueltas al asunto: por un lado, debido a la impaciencia de su amiga; por otro, la verdadera razón de su visita.

—Estoy embarazada —le contó, y en medio de un lúgubre silencio, los ojos púrpuras de Rosicheena se abrieron a más no poder.

—¡¿Qué?! ¿Gine, cómo...? ¡¿Quién es el padre?! —exclamó, sorprendida e indignada por la triste actitud de su ex camarada de entrenamiento.

—S-su padre es... —se le hizo un nudo a la garganta.

—¡¿Quién es el padre de tu hijo?! —la sujetó por los hombros, temiendo lo peor— ¡Gine, dime! ¡Si alguien se atrevió a forzarte, juro que voy a asesinarlo!

—¡No! Él... ¡él no me forzó! —gritó desesperada, dejando caer una lágrima traicionera— Bardock es el padre de mi hijo.

—Gine... —la expresión de Rosicheena cambió de preocupación a enojo— ¡¿acaso estás loca?! ¡¿Meterte con tu capitán?! —se separó de su amiga, llevándose las manos a la cabeza— ¡¿Cómo fue que cometiste tal estupidez?! ¡¿Cuántas veces hablamos de las que se involucraban con sus superiores?!

—¡No insinúes que soy una zorra, Rosicheena! —exclamó, con el orgullo herido— Además, todo fue sin planearlo. Yo... ¡ni siquiera sé cómo pasó! Jamás creí que Bardock quisiera tener algo conmigo y de repente, una noche...

—¡No necesito detalles! —interrumpió una sonrojada Rosicheena— Sé perfectamente cómo se hacen los bebés —enfatizó lo último con ironía.

Segundos, quizás minutos, de tenso silencio invadieron aquel domicilio. Rosicheena se recargó en una pared con la mirada distante, mientras Gine permanecía de pie junto a una ventana.

—¿Qué tienes planeado hacer? —habló la guerrera de ojos púrpura.

—Tenerlo conmigo —respondió, sin apartar su vista de la ventana.

—Lo sabía —recorrió la sala, dándole la espalda—. Como obviamente no vas a trabajar hasta que tengas al mocoso —meditó su siguiente frase—, te quedarás aquí en mi casa.

—Pero —Gine pestañeó, sorprendida por la ayuda que le ofrecía su amiga, a pesar del tono frío de su voz—, Rosi, no es necesario.

—¡No me discutas! Ya sé lo que dirás: «Tienes la casa de tus padres». Es verdad, pero te hará falta el dinero: los mocosos son fugas vivientes de efectivo. Por otro lado, no creas que lo hago por ayudarte —se cruzó de brazos, escondiendo en vano sus buenas intenciones con Gine—. Mi casa siempre está sola: a veces no tengo mucho tiempo de limpiar o cocinar, y a ti se te da muy bien eso.

Amor en tiempos de purgaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora