Dios nunca va a perdonar cómo se ha contaminado el amor

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Estaba yo viendo cómo iba lloviendo sobre una ciudad que conocía las raíces del pecado y por un momento se detuvo el tiempo y los colores parecieron resistir sin sollozar. 

Le dije a una alondra que huía «Dios nunca va a perdonar cómo se ha contaminado el amor»...

Dentro de mí había una tormenta de agua negra como si un pintor maldito hubiera limpiado sus pinceles en mis entrañas. Mis costillas dolían de tanto pesar mientras escondía al corazón del vendaval. 

Y mientras aquel desprecio dolía, la piedad de la alondra me dio esa levedad para dejar el naufragio y empezar a volar. 

  «Dios nunca va a perdonar cómo se ha contaminado el amor».

Parecía una letanía en medio de otra más fuerte: encontrar el abrazo, el calor, el verano, en el rostro de quien también he soñado porque hasta el momento el amor era más herida que cariño, más profanación que sonrisa, más tumba que hogar... Y la ilusión, que era el inicio, se volvió el final...

Pero la resignación que me quedó fue que si Dios nunca perdonaría esas confusiones, tendría el paraíso para los que siempre hemos soñado que el mundo se puede detener con un suspiro, o con el latir desbocado después de dos palabras entre tú y yo o entre Tom Hiddleston y la tristeza. 

Porque los que anhelamos con el alma encendida merecemos, aunque sea, el candor de un diluvio; el baluarte al que van todos los sueños cuando la fe se desperdiga. 

Porque si tú y yo nos aferramos, lo valdrá toda la vida. 

Y al menos eso basta para dejar de ver la borrasca. 

 

Tom Hiddleston y la tristeza Donde viven las historias. Descúbrelo ahora