3. Vacio .3

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La salud de Michelle empeoraba con el pasar de los meses, los médicos decidieron ponerla en cuarentena para que no contagiara a las personas de tercera edad y a los más pequeños, ya era octubre y no había mejoras en la salud de la azabache, todo e...

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La salud de Michelle empeoraba con el pasar de los meses, los médicos decidieron ponerla en cuarentena para que no contagiara a las personas de tercera edad y a los más pequeños, ya era octubre y no había mejoras en la salud de la azabache, todo era lo contrario ya que mientras más días pasaban ella se ponía cada vez más grave. Estaba en cama con los huesos casi sobresaliendo de su piel por la desnutrición que le causaba la enfermedad, sus ojeras la hacían ver como un muerto viviente mientras que su piel estaba casi banca como una hoja de papel.

Los médicos que contrato la iglesia no se explicaban como es que el tratamiento contra la tuberculosis no era efectivo con la mujer, la daban como un caso perdido y con mucha pena tuvieron que disculparse por no haber hecho más esfuerzos con Michelle. Al padre de esa iglesia le preocupaban los hijos de la muchacha, desde que fueron alejados de su madre no eran los mismos de antes, eran niños callados y muy tristes, se le partiría el alma cuando les dijera que el tiempo de su madre estaba contado.

Ese día seria la despedida final, Michelle ya no podía más y estaba a punto de partir, todos se iban a despedir de ella, dieron de preferencia que la azabache pasara más tiempo con sus hijos, llevaron a los niños con su madre para que tuvieran un tiempo a solas, pasando por un corredor de pisos y paredes de ladrillos, llegaron al final de lo que sería una puerta de madera, el padre que los estaba acompañado sacó de su bolsillo una llave vieja con la que abrió la puerta.

El sonido dio señal de visitas para la mujer, quién estaba acostada en cama con la mirada fija en la entrada de la habitación, sus verdes olivas crearon un brillo al ver a sus dos pequeños hijos, siendo correspondida con el mismo brillo en los ojos de los menores.

— Mamá! ¡Mamá! — Los hermanos corrieron hasta llegar a la cama de su madre, subiendo sin la importancia de quitarse los zapatos solo para poder abrazar a su progenitora con desespero y emoción. El anciano veía con alegría el reencuentro de la familia y sintiéndose de más en la habitación a lo que optó por dejarlos a solas.

Michelle lloraba por el amor que recibía por parte de sus hijos mientras los abrazaba con todo el cariño de una madre, sintiendo la obligación de besar la frente de cada uno, sus hijos soltaban algunas lágrimas por la ausencia de su madre y por la felicidad de estar de vuelta en sus brazos. — Mamá, porfavor no vuelvas a dejarnos, ¡nos sentimos muy solos y tristes sin ti! — Belén lloraba en el pecho de su madre ocultando su llorosa mirada en ella, siendo calmada por las caricias en su suave melena. — Lo siento mucho, no era mi intención hacerles sentir esa pena —.

El ambiente nuevamente tomo un estado de calma, los niños se pudieron calmar para no alterar a su madre y ahora estaban a su lado junto a ella, Michelle acarició con el dorso de su mano derecha las mejillas de sus hijos con una sonrisa. — Mamá, ¿Cuándo te recuperarás? — Esa pregunta le sacó un suspiro a la mayor. — Hijitos, ustedes...tienen que comprender que todos tenemos un tiempo límite de vida...a algunos les toca vivir muchos años mientras que otros a duras penas pueden sobrevivir —.

La Intrusa (L. 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora