Era imposible sacarla de mi mente, verla llorar fue lo más doloroso que me había pasado.
Tomé nuevamente la linterna y salí al patio trasero.
La empuñadura estaba helada, sentí como el frío quemaba mi mano de forma casi placentera.
-¡No, por favor no, no tienes que hacerlo!

Ahora duermo con una sonrisa al recordar sus ojos perdiendo el brillo. Ella descansará acostada bajo esta tierra y lo más importante, yo descansaré de ella.

Distorsión (Microcuentos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora