—Hola, Matthew, soy Raúl, el médico de Elena. He leído detenidamente los diarios que enviaron la semana pasada, también la última grabación. Han sido una gran fuente de información. He conseguido hablar con Elena también. Llamaba para preguntarte si podrías venir a mi consultorio mañana alrededor de las siete. Confirma con mi secretaria en el momento que escuches este mensaje. Cuídate, estamos en contacto.
Oír tan buenas noticias, después de los últimos días no tan gratos, fue como bálsamo sobre la herida.
Desde el día de nuestro encuentro con Luciana y la aparición de los diarios, la relación con Paola se había vuelto distante y tensa. Habíamos decidido, por respeto a la privacidad de Elena, que solo su médico conocería de la existencia y el contenido de los diarios.
Sentada a mi lado, aferrando los diarios en el pecho, Paola parecía estar tan perdida en sus propios pensamientos que no me atreví a romper el silencio que se había levantado entre ambos. En los casi dos meses de encuentros continuos, había aprendido a reconocer en sus gestos el estado de ánimo que la gobernaba, y en ese instante veía confusión mezclada con tristeza. Pensé que podría tratarse de Elena, y de la angustiante tentación de tener —literalmente— en las manos la posible respuesta al misterio de su estado. Yo mismo me sentía de ese modo.
Aunque sabía que no era lo correcto, la intensidad de mi deseo por conocer el contenido de los diarios —especialmente el del último— me quitaba la tranquilidad.
Al llegar a la calle que llevaba directo a la caótica parada de autobuses, se detuvo de repente y me anunció, con una sonrisa que me pareció particularmente forzada, que seguiría su camino sola.
—No necesito que me acompañes esta vez, Matthew. Ha sido un día cansado para ambos, y es mejor que vayas a tu hotel a descansar, yo estaré bien.
Por alguna estúpida razón se me ocurrió que tal vez lo que ella deseaba era quedarse sola cuanto antes para leer el contenido de los diarios.
—Pero... para mí no es molestia. Además, ese paradero es caótico y peligroso. No te dejaré ir sola —repliqué.
Un atisbo de irritación nubló su rostro.
—Oye, te lo agradezco, ¿vale?, pero no necesito que me cuides. Puedo hacerlo yo misma.
Paola, que había sido siempre tan cordial y amigable conmigo, ahora se mostraba irritada por mi insistencia.
¿Por qué de repente parecía tan molesta? Probablemente estaría cansada de tenerme cerca. Me quedé mirándola en silencio, sin saber qué hacer. Quería decir alguna cosa, plantear alguna réplica que me permitiera convencerla de lo contrario, pero me di cuenta de que yo mismo me encontraba tan cansado de todo aquello que no supe qué decir. Nos quedamos de pie. Más silencio.
En cuestión de segundos, su expresión cambió y sus ojos empezaron a llenarse de lágrimas.
—Lo siento, Matthew, lo lamento —dijo.
El espacio entre nosotros quedó completamente cerrado. Se puso de puntillas y me abrazó. Su reacción me dejó tan perplejo que tardé un poco en responder a su gesto.
—Lo siento... —susurró de nuevo, esta vez con la cara oculta en mi cuello.
Me encontraba atrapado en una situación en la que jamás pensé estar. ¿Acaso Paola sentía algo por mí? ¿Desde cuándo? Me sentía terriblemente incómodo y confundido, pero no me atreví a alejarla. En todo el tiempo que había pasado, ella había sido una amiga amable y fiel, tanto para Elena como para mí. Pero ¿cómo hacerle entender que no era posible? Yo le pertenecía a Elena, mi corazón y toda mi existencia le pertenecían. Sí. Era por eso que estaba allí, que había pasado junto a ella todos esos momentos. Por Elena.
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El vuelo de la mariposa negra
RomanceJane Austen, principalmente con Orgullo y prejuicio, ha impactado en la vida de Elena, quien ha soñado con viajar a Londres para tratar de encontrar algunos pasajes de la novela en el mundo real. Y ese sueño se concreta un día, embarcándose así en u...