Capítulo 1

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Si había algo que ella amaba, era la lectura. Todas las personas que la conocían coincidieron en eso. Yo mismo pude comprobarlo durante los días que tuve el placer de compartir con ella. Un día, después de nuestro primer encuentro, me confesó que, aunque gustaba de leer todo libro que pasara por sus manos, tenía especial inclinación por las novelas ambientadas en el periodo de regencia inglesa.

Nos conocimos un martes en St. James's Park. Aquella mañana hacía frío a pesar del sol. Nada en especial me condujo hasta allá, solo quería respirar un poco de aire puro. Mientras caminaba por el lado sur del lago fui abordado por una jovencita morena que debía de tener unos veinte años; usaba botas negras altas y un abrigo beige, llevaba un libro y un mapa que apenas conseguía sujetar a causa del viento. 

Se aproximó a mí con paso decidido, aunque en su mirada descubrí lo avergonzada que estaba. Por su inglés poco fluido supe que era turista.

—Hola, buenos días, podría indicarme, por favor, cómo llegar a... mmm, ¿la catedral de St. Paul? —dijo sonriendo y supuse que intentaba darle a su acento mayor naturalidad.

No acostumbraba a ser muy expansivo con los turistas pero, por alguna razón, con ella fue diferente. Me miraba cordialmente, sin ese embeleso que reconocía muy bien en los ojos de muchas de las mujeres que solían abordarme por la calle. No parecía impactada por lo que estaba viendo, solo quería llegar a la catedral; me ofrecí a mostrarle el camino. Pareció sorprendida, supongo que solo esperaba recibir unas cuantas indicaciones de mi parte para luego retomar su camino sola. Sus ojos dudaron solo un segundo antes de volver a mostrarme una sonrisa de oreja a oreja, asentir y emprender el camino conmigo. Hice algunas preguntas, a las que ella respondió con frases cortas. Sí, llevaba poco tiempo en la ciudad. Estaba de visita. Sí, había venido con su madre pero ella había preferido quedarse a descansar en el hotel con una tía suya. No, no era europea. Sí, lo que había visto hasta el momento le parecía impresionante.

Era latina, específicamente peruana. ¿Dónde quedaba Perú? En América del Sur, lo comprobé más tarde.

Caminamos hasta la catedral. Cuando llegamos a la entrada me dio las gracias por haberme tomado la molestia de llevarla hasta allí. Me preguntó mi nombre. Se lo di. No quería parecer maleducado, así que también le pregunté el suyo.

—Soy Elena —me dijo.

—Elena, espero disfrutes tus vacaciones en Londres. Ha sido un placer conocerte —agregué en español, en un patético intento por mostrarme divertido.

Ella se rió. No podía creer que hubiera hecho tremenda escena ridícula frente a una desconocida. Me alejé al instante, pero ella me volvió a llamar.

—Matt, ¿quizá podría agregarte a Facebook?

Eso sí que me tomó por sorpresa. Me quedé en silencio por un momento, pero reaccioné de inmediato al notar el intenso rubor en su cara. Debió arrepentirse de ser tan osada.

—Claro, dime cómo encontrarte y te agregaré hoy mismo.

Nuestra segunda despedida me dejó una sensación diferente. Me alegraba que me hubiese detenido, que me hubiese abordado en el camino y que no me hubiera reconocido. Era simplemente una bonita muchacha latina conociendo a un inglés en un parque de Londres.

No pude esperar hasta el día siguiente.

Esa misma noche, al llegar a mi apartamento, busqué mi Mac y le envié una solicitud de amistad. A los cinco minutos mi solicitud ya había sido atendida y lo primero que me saltó a la vista fue la misma sonrisa que había visto por la mañana, acompañada por el fondo de lo que parecía ser un claustro.

Una ventana de conversación se abrió paso en la pantalla: «Hola, Matt, ¡he conocido demasiado de Londres en solo unas horas, y tengo ganas de más!».

El vuelo de la mariposa negraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora