Patrick ha sido una compañía inmejorable desde que llegó a Lima la semana pasada. Le he referido —sin ocultar ninguna situación— todo lo acontecido desde enero. El recibimiento de Paola en el aeropuerto, nuestras indagaciones respecto al estado de Elena, los encuentros con personas que la conocieron en el pasado, la visita a la casa de reposo y el encuentro con Raúl. Nuestras incursiones por los diferentes distritos de la capital, el encuentro con Luciana y los diarios. Incluso le hablé de la confesión de Paola y su posterior alejamiento desde ese día.
Paola. Había visitado a Elena un par de veces. De la primera vez tuve conocimiento por la misma Elena, de la segunda porque me crucé con ella en el hall de la recepción justo en el momento en que se retiraba. Me vio y sonrió con resignada naturalidad, incluso intercambiamos saludos con la normalidad de los amigos que se encuentran después de un breve tiempo.
—Era de esperarse, hermano, y eso me obliga a reafirmar una vieja teoría: las mujeres aman el drama, y mucho más si viene acompañado de un valiente caballero dispuesto a salvar la situación. Debes agradecer que la chica haya sido lo suficientemente inteligente para alejarse en el momento preciso en lugar de abalanzarse sobre ti como una fiera, dadas las circunstancias...
No le he contado a Elena sobre el incidente de la última vez y tampoco creo que sea necesario. Desde que tuvo conocimiento de su intervención, ha estado muy unida a ella y siente que le debe la vida por el papel tan importante que desempeñó desde el principio. Comparado con todo lo bueno que se había conseguido gracias a su iniciativa, lo que pasó aquel día parecía un asunto sin importancia.
—Sé que no lo habría hecho. Paola es... es una gran chica. Encontrará al hombre indicado algún día.
Patrick soltó una carcajada.
—Querido amigo, a veces eres tan soñador como una jovencita. Sin embargo, por tu bien y el de tu Elena, espero que sea como dices. Y a propósito de eso, ¿cómo se encuentra ella?
Elena estaba cada vez más recuperada.
Aunque Raúl sigue advirtiéndonos que la esquizofrenia no se cura (solo se mantiene controlada siguiendo con estricta disciplina la toma de la medicación prescrita) todos tenemos esperanza. Confiamos plenamente en la inquebrantable voluntad que le pone al tratamiento. Se ve mucho más fuerte y el color ha vuelto a cubrir sus mejillas.
Ahora permanece tranquila la mayor parte del tiempo. Pasa los días en el mismo lugar cerca al rosedal, leyendo Del amor y otros demonios, la obra de su autor favorito, escuchando las melodías de piano y las canciones de algunas de mis bandas favoritas que descargué para ella en mi iPad, escribiendo continuamente en el cuaderno que le dio Raúl desde que volvió a hablar; conversando con su madre o sus hermanos en los días de visita. Dando largos paseos a solas o cogida de mi brazo al atardecer —¡he presenciado los atardeceres más bellos de mi vida en una casa de reposo para pacientes psiquiátricos!—, siempre vestida con esos pijamas que su madre le cosió, y a los que sorprendentemente ya me he acostumbrado. Raúl tenía razón: la conversación nos había hecho bien a los dos. Las enfermeras dicen que es admirable la rapidez con la que ha mejorado desde el día de nuestro reencuentro.
Aquel día se vio menguado uno de mis miedos más grandes. Me había reconocido y había corrido a mis brazos abiertos. Había borrado con sus lágrimas todas mis reservas. Supe entonces que, si la quería para siempre, tendría que empezar a descubrirle los sucesos de mi vida que hasta ese momento me había empeñado en ocultar.
Conocer de labios de sus amigas y después por el mismo Raúl de la adoración que sentía por el personaje que yo había interpretado, me había confirmado la idea de que ahora Elena conocía la verdad acerca de mi identidad.
—¿Por qué no me lo dijiste? —había sollozado en mi pecho—. ¿Por qué me lo ocultaste, Matthew?
Era la primera vez que me llamaba por mi nombre. Para ella siempre había sido «Matt», un hombre común y corriente que había conocido en Londres y con el que había mantenido contacto desde entonces. No me había reconocido en un principio. Pero ahora ya lo sabía.
—Lo supo desde antes del ataque. Me confesó que lo había descubierto gracias a su hermana. Coincidía con el tiempo en que dejamos de comunicarnos después de Navidad. Fue por eso que dejó de hablar conmigo.
—Lo cual confirma que, durante toda su estadía en Londres, no se dio por enterada de quién eras —sentenció Patrick.
—Es increíble. Me cuesta imaginar que todavía existan ese tipo de perlas en el mundo —agregó riendo—. Probablemente haya sido la única mujer en todo el Reino Unido que no sabía a quién había rendido con sus encantos. Nada más y nada menos que a una celebridad del cine y el teatro.
Cuando le hablé de la extraña sensación que me había invadido estando solo, y que finalmente me había impulsado a emprender el ansiado proyecto de la creación de un libro basado en nuestra historia, elevó los pulgares en señal de aprobación.
—Sería una buena historia. Una bella extranjera que se cruza con un hombre nada interesante, cuyo pasatiempo principal es caminar como un anciano por las mañanas en St. James's Park y sumergirse en la tranquilidad de su apartamento; además de pasar las noches entre aburridas conversaciones con sus viejos amigos del teatro en un bar que, para variar, es el más anticuado de todo Convent Garden... ¡qué digo! Más bien de todo Londres, y que aun así se haya atrevido a aceptar una invitación, ciertamente es algo digno de contar. ¡Valiente es tu adorada extranjera! Tiene toda mi admiración y respeto por haber realizado semejante hazaña.
Me reí ante su ocurrencia. No eran las palabras que yo habría utilizado para resumir nuestra historia, pero ciertamente estaba muy cerca de la verdad.
Después de haber respondido —sin un ápice de mi antigua reticencia— a cada pregunta que me hizo, me sentí liberado. Sus ojos brillaron bajo una nueva luz, una que hasta el momento me había sido desconocida: la luz del reconocimiento. Aquello la volvía una criatura mucho más hermosa.
En ese instante veía a la verdadera Elena por primera vez. Lejos de la magnificencia de mi amada patria, de mi bella Londres. Con un aspecto que no guardaba ninguna semejanza con la sofisticada figura envuelta en abrigo beige que se me presentó en St. James's Park el otoño pasado; o la absolutamente hermosa y tentadora sensualidad que, sin saber, desplegó frente a mí durante nuestra salida a la ópera.
En un lugar diferente, con el cabello un tanto descuidado, vestida con pijamas pasteles y una figura mucho más delgada y trasparente, veía a una Elena diferente.
Una cálida sensación me invadió el pecho.
Me sentí complacido al notar cómo poco a poco la esperanza le iba ganando terreno a la incertidumbre en mi interior, y surgía de mis labios la misma palabra que había pronunciado en Londres después de haberla conocido: fascinación.
Ahora que todo se siente más real —incluso el que me haya confesado que, a pesar de las tormentas que la acechan, ama en mí al hombre y no al personaje—, sigo tan fascinado como la primera vez.
Fascinado —y además enamorado— por aquella criatura extraordinaria. Mi hermosa y valiente Elena.
Ella sigue luchando. Yo seguiré luchando por ella.
Nuestro camino recién comienza.
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El vuelo de la mariposa negra
RomanceJane Austen, principalmente con Orgullo y prejuicio, ha impactado en la vida de Elena, quien ha soñado con viajar a Londres para tratar de encontrar algunos pasajes de la novela en el mundo real. Y ese sueño se concreta un día, embarcándose así en u...