—Faltan seis minutos —susurró mi compañera de banco y mejor amiga desde la infancia. Asentí con la cabeza y acomodé los cuadernos de forma que parezca más natural sobre el banco.
—¿Está en línea? —la puerta del salón se abre y la más bajita y malvada del curso, exige miradas atentas mientras desfila hasta su banco con la cabellera rubia bailando a sus espaldas.
—Sí —murmuró mi amiga apretando los nudillos. Ella también la odiaba. Todos a odiaban. Incluso el hippie comunista con el que se quitan las ganas los fines de semana.
—Entonces viene.
—Sí, viene.
—¿Hora?
—7:20 a.m.
—Temprano. Genial.
Como todos los días, esperábamos la llegaba deslumbrante de nuestro amor secreto. Compartíamos, desde el primer día de secundaria, una profunda agonía hacia uno de nuestro compañeros de curso. Era alto desde hacía unos pocos años, tenía el pelo castaño oscuro y muy liso, jamás había cambiado de peinado y era tan delgado que parecía imposible que pudiera correr tan rápido en los partidos de fútbol, pero lo hacía. Incluso una vez lo oímos comentar que en unos meses se irá de la ciudad a estudiar Educación Física, su gran pasión. Sólo nos había dirigido la palabra siete veces en seis años, siempre por el motivo de pedir algo prestado, lo cual devolvió sólo cuatro.
Hacía unas dos semanas que habíamos decidido que no podía terminar el ciclo escolar sin tener contacto directo con nuestro amor platónico. Así que llevamos el hecho a una votación definitiva. Analizamos las opciones, los resultados y la realidad absoluta del caso. No podíamos ejecutar el poliamor, sólo una podía ser la elegida como representante oficial de nuestro amor por él. Y no íbamos a terminar nuestra amistad por aquel romance de secundaria. Basándonos en muchas teorías sobre quién nació primero (ella viviría menos probablemente), quién lo vio primero, nuestras compatibilidades según el zodiaco y el horóscopo chino, características físicas (para el bienestar de nuestros hijos), compatibilidad de personalidades, encuentros amorosos con otras personas en los últimos años, distancia entre nuestras casas y un serio duelo de piedra papel o tijera; el resultado fue claro. Yo sería la afortunada. La pérdida de Bautista, claramente, a mi amiga no le gustó para nada, pero lo aceptó finalmente, alegrándose por mi.
Hoy sería el día especial. Lo hablamos planeado todo con extremada precisión; y nada, absolutamente NADA, podía fallar. Sabíamos qué hacer y cómo hacerlo. Podíamos con esto. Cada movimiento estaba calculado.
—Cuatro minutos, ya no está en línea.
Comenzó a temblarme todo el cuerpo. Me arrepentí. Ay no. Ay no. Ay no. Mis manos se aferraron al pupitre con todas mis fuerzas. Respiré hondo, pero no entraba aire.
—No sé si puedo.
Los ojos de mi amiga se abrieron como platos. Apretó los labios hasta que desaparecieron de su cara. Sonreí forzosamente porque estaba a punto de darle un ataque de histeria y sus ataques de histeria... bueno, no son la mejor forma de comenzar una semana.
—Es broma, tonta.
Soltó mucho aire, parecía estar a punto de ponerse violeta antes de hacerlo. Enterré la cabeza entre las manos. No quería hacerlo. No podía. Estaba aterrada y si el amor de nuestras vidas se me reía en la cara cuando le confesara mis sentimientos, creo que podría mudaría a otro país.
—Ochenta segundos, está subiendo la última escalera si no se cruzó con nadie en el camino.
El corazón me empezó a latir con fuerza, creí que podría escapar de mi pecho con cobardía y que el resto del aula medio vacía, podía oírlo latir desesperado. Me llené los pulmones de oxígeno y erguí la espalda.
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7:20, la espera eterna
Short StoryLas conversaciones de madrugada acaban con corazones palpitando con tanta pasión y fuerza que matarían a cualquiera con la presión alta. Las historias escondidas al rededor de esos dos latidos, encierran muchos más secretos de lo que crees. No confí...