XXIII

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-Al final, eh... Mañana es el último, ¿no? -musitó, bajito. Gabriel aún miraba la pantalla. -Digo, como ya lo habíamos hablado. -la mandíbula de Gabriel ahora estaba un poco más tensa, pero se mantenía tranquilo.

Volteó la cabeza hacia él para conectar sus ojos.

Los de Renato transmitían miedo, desconfianza, temor.

Los de Gabriel, duda.

Los siguientes minutos fueron silencio, Gabriel abría y cerraba su boca pero no le salían las palabras. El menor estaba irritado; le asustaba toda la situación y ya no sabía qué hacer con lo cabezadura que era su... ¿novio?

-Gabriel, escuchame... -musitó, casi en un susurro.

-Renato... -sentenció.

El chico negó, impidiendo que termine la oración.

-No, escuchame vos. Ya habíamos hablado de esto, Gabi, hablamos de que mañana iba a ser la última. Quedamos en que mañana participabas vos, que mañana te despedías de esto que te viene acompañando hace tantos años. Ahora ya no estás solo, Gabi, ahora ya no estás vos sólo en tu vida... -dijo, bajando la cabeza. - Quieras o no ahora estoy yo, acá, con vos. Somos algo. -señaló rápidamente ambos cuerpos, con la cabeza aún baja. -No puedo permitir que sigas en esto, Gabi... es peligroso, vos lo sabes. Yo lo sé... y sinceramente nunca me importó, nunca tuve nada que perder más que mi vida o a mi padre, que no es algo menor; pero es más terco que vos y ya acepté hace años que no lo voy a cambiar. Pero vos... -susurró. Esta última oración, casi inaudible. -Vos no me podés dejar, bebé, vos no. No puedo dejar que te me escapes, que alguno te encaje un golpe fuerte y te deje grave, o que te mate... yo... -no pudo hablar más, se vio interrumpido por unos brazos que lo envolvieron con toda la calidez que él había sabido brindar a su vida.

Gabriel había logrado cosas en él.

Había logrado hacer que descubra que se puede volver a sentir amor luego de que te rompan el corazón de tal manera, que sientas que nunca vas a sanar. Había logrado hacerlo gritar de placer, pero también calmarlo cuando la discusión con su padre había sido tan fuerte que lo había hecho sollozar.

Había llegado a su vida de la manera más rara que alguien se pueda imaginar.

Sin embargo, ahí estaban; con miedo de perderse el uno al otro, buscando eterno refugio en los brazos ajenos.

-No te voy a dejar, chiquito, no pienses eso... -susurro, mientras rodeaba su cuerpo y depositaba besos sobre su pelo despeinado. -Sos valioso, Tato, sos como el tesoro que tengo en mi vida. Te voy a cuidar siempre, pero siempre; y creeme que estoy intentando dejarme cuidar. Desde que mataron a mi padre yo... yo no sé qué es ser cuidado; nadie se había preocupado por mi al punto de tener miedo de perderme desde que mi padre dejó la tierra. Por eso me cuesta, mi amor... -continuó, apretando el agarre cada vez más mientras sentía las lágrimas de Renato mojando parte de su remera. Eran lágrimas de lástima y compasión, por él y por no haber llegado antes a su vida. -Si lo que vos necesitas para estar tranquilo es que yo deje de pelear, lo voy a hacer, mi amor. Mañana va a ser la última. -afirmó.

-No quiero que sientas que te estoy alejando de una parte de tu vida que te unía a tu papá, o que pienses que... no sé... -Gabriel negó.

-Renato, vos sos lo que me importa ahora. Sos mi sustento desde hace un mes, quiero hacer las cosas bien con vos, no quiero que tengas miedo de perderme cada vez que me pongo los guantes y me enfrento a alguien. No quiero hacerte doler nunca más, chiquito... -musitó. Renato se reincorporó y se abrazó a su cuello, depositando incontables besos sobre sus labios y prácticamente sobre toda su cara. -Quiero que sepas que conmigo vas a estar seguro...

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