XXXIV

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Renato a veces sentía que la vida era demasiado justa con él.

Tan, pero tan justa, que le estaba devolviendo en forma de tristeza, nuevamente, todo lo malo que había hecho a lo largo de su vida. Todo el daño, las estafas y las crueldades de las cosas que alguna vez había descargado en otra persona, le estaba volviendo de la peor forma que pudo haber imaginado en su vida.

Renato, desde que era muy chico, había aprendido a hacer todo menos a estar solo. No sabía por qué, y sus padres tampoco; pero había desarrollado con facilidad cualquier cosa que se propusiera exceptuando el sentido de la independencia; formando de a poco una personalidad dependiente de sus padres y su hermano hasta que tuvo aproximadamente 14 años.

Cuando iba al colegio, necesitaba que su papá lo acompañara hasta la puerta; en el aula, siempre sentía la imperiosa necesidad de estar cerca de sus pocos amigos y amigas. El deseo de sentirse cuidado era ferviente dentro de sí; no era normal que el niño no pudiera ni siquiera ir al baño solo durante muchos años de su vida.

Todo esto repercutió en su adolescencia de tal forma, que con 14 años recién cumplidos se puso de novio con un chico un año mayor. Salían a escondidas ya que nadie, entre todos sus familiares, sabían de esto; ni de la relación ni de sus respectivas orientaciones sexuales.

Sin embargo, la situación de su novio era mucho más complicada que la suya. Su madre, homofóbica declarada, insistía en conseguirle una pareja al chico pese a sus escasos 15 años de edad. Su padre, por su lado, era peor; homofóbico, racista, xenófobo... y, para rematar, era también un alcohólico muy violento. Renato se había enterado al poco tiempo, que tanto su novio como la madre sufrían de violencia doméstica.

Desde ese día, el chico dejó de lado esta necesidad de ser cuidado, para expresar todo su amor y contención hacia su novio. Necesitaba protegerlo de todo, y de todos.

El amor que Renato sintió por este chico, llamado Santiago, no era comparable a ningún otro amor que hubiera sentido en su vida. Llegó a amarlo de una manera completamente ciega, dispuesto a dar todo por él. Su relación duró un año y dos meses. Comenzaron el 15 de septiembre de 2011, el día que cumplía sus 14 años; y todo se terminó el 15 de noviembre del año siguiente.

El dolor que se plantó en su pecho cuando entendió lo que pasaba a su alrededor, había sido profundo y lo había marcado de por vida. Después de no saber nada de su novio durante tres días, sin recibir mensajes ni haber sido visitado por él, la preocupación había empezado a crecer en su pecho de una forma increíblemente rápida.

Santiago y Renato tenían un "escondite secreto", como les gustaba llamarlo, en el patio de la casa del mayor. Era una pequeña parte bien en el fondo del lugar, que tenía varias plantas altas y algunos troncos de árboles cortados; lo cual permitía que este se convirtiera en el lugar perfecto para estar tranquilos, sin ser vistos.

Debido a los nervios que le causaba esa incertidumbre de no saber qué pasaba, el castaño decidió caer en su casa sin más, sin tanta vuelta.

Siempre hacía lo mismo; caminaba tres cuadras, giraba a la derecha, dos cuadras más, y a la izquierda. Rodeaba la casa amarilla de su novio y se escabullía por atrás, saltando un murito que marcaba el límite del terreno. Con el paso de los meses había tomado práctica, siendo esto ya una costumbre debido a que pasaban mucho tiempo allí.

Se sorprendió cuando no vio la enorme camioneta de su padre estacionada afuera, dado que el hombre siempre estaba en la casa ya que trabajaba desde allí. Las luces estaban apagadas y las cortinas bajas; las puertas, cerradas en su totalidad... y no estaba Theo, el perro labrador que siempre estaba en el patio del frente y movía la cola alegre cuando lo veía rodear la casa.

Renato sintió que algo estaba mal.

Rodeo con rapidez la casa llegando en unos pocos segundos a la parte de atrás. Puso el pie derecho en ese agujero del muro que él mismo había causado por subir tanto, y se impulsó hacia arriba con un movimiento, agarrándose con fuerza de la parte de arriba.

Una vez saltó el muro y estuvo dentro, miró hacia su izquierda a la parte trasera de la casa.

Nada.

Ni un movimiento.

Mordió su labio, sin querer pensar demasiado, y caminó hasta este lugar secreto a paso muy, muy lento; como queriendo retrasar lo que sabía que se venía, o no...

Tal vez aún en su pecho, sentía la vaga esperanza de que el pelinegro estuviera ahí sentado con su guitarra acústica, esperándolo con alguna barrita de chocolate que había comprado para él. Capaz, sentía la esperanza de que lo recibiera con los brazos abiertos, con su típico "hola, mi cielo" que le había dicho como apodo todos esos 14 meses.

Estas esperanzas terminaron cuando lo único que divisó en ese vacío lugar, fue un sobre blanco doblado de una forma inmaculada, como todo lo que Santiago hacía. Afuera decía "Tato" con una caligrafía que el castaño reconoció al instante. Ya había empezado a llorar.

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