XXX

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Mes diecisiete.

Los rayos de sol pegaban con fuerza sobre su piel, después de tanto tiempo. Hoy había salido de la cárcel después de meses de encierro; después de largas horas de juicio y de charlas interminables con abogados. Él no se dejaba engañar; lo que lo había sacado de allí no era lo convincente que era su abogado ni la baja gravedad de su caso en comparación a otros delitos. Lo había sacado de ese calvario nada más y nada menos que la guita. La guita que sus amigos habían juntado vaya uno a saber de dónde; quizá de más peleas, quizá de alguna otra persona, quizá de su trabajo.

No sabía, ni quería preguntar.

Pisar el suelo fuera de prisión nuevamente, le parecía algo irreal y hasta imaginario. Llegó a pensar que por ahí estaba soñando, que todo lo había creado su mente para jugarle una mala pasada y se despertaría de nuevo en ese colchón duro, rodeado de gente que no conocía y de todo lo que conllevaba estar tras rejas.

Se dio cuenta de que no, que no era todo producto de su cabeza. Que esa misma noche, se encontraría a sí mismo tomando cervezas en un bar junto a sus amigos, como solía hacer antes de que su vida se tornara tan rara. Unas chicas le dirigirían una mirada provocativa, y él las llevaría a la parte de atrás de su auto, como solía hacer. Al final de la noche, llegaría a su casa exhausto, comería algo y dormiría hasta el mediodía del día siguiente, como solía hacer.

Sin embargo, ya no todo era como solía ser. A la cuarta cerveza lo habían tenido que abrazar, conteniéndolo, porque el recuerdo de Renato abrazaba su mente y se negaba a salir de allí jamás.

Sentía que Renato jamás dejaría de dolerle; sentía que ese cuerpo blanco y esbelto jamás abandonaría sus constantes pensamientos. Asumía que jamás tendría un sexo igual al que el chico solía brindarle; y que no importaba cuántas personas durmieran ocho horas sobre su pecho a partir de ese día, ningún corazón latiría igual que el de ese chico de pelo castaño y ojos que miraban lo infinito.

Renato era su amor diferente. Y no sabía dónde estaba.

Y posiblemente no lo vería nunca más.

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