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                       Brighton, UK       2014

Mi padre estaba terminando de meter las cajas. Toda nuestra vida estaba ahí dentro, por lo que toda meticulosidad era poca al colocarlas formando un puzzle en el camión de mudanzas.

Aquel día resultó ser un caos total, tanto fuera como dentro de mi cuerpo. Aunque, por otra parte, sentí una gran satisfacción al comprobar que todo nuestro trabajo vaciando esa formidable casa había dado su fruto.

—Amanda, por favor te lo pido, acelera un poco, que te quedas mirando las musarañas—me acusó mamá mientras salía de mi cuarto con una de las últimas cajas con ropa, tal y como quedaba escrito en un costado. 

Derek y yo aún merodeábamos por el antiguo salón, con miedo tan solo de pronunciar una palabra y escuchar el terrible eco resultante. Tan poco acogedor, tan poco reconocible aquí.

Mi hermano, como siempre, había acabado con su cuarto hacía horas. Sin embargo, mamá aún se agobiaba sacando los bártulos del mío.

Regresé por última vez a mi habitación, en donde ella me tendió algunos objetos delicados, como los trofeos, para que los bajara.

Resoplé y atravesé la puerta principal de la que se convertía en ese instante en nuestro viejo hogar. Bajé los tres escalones del porche, abrí con una mano la pequeña puerta de metal que me separaba de la acera y metí mis últimas pertenencias en ese camión enorme, entre ellas, a duras penas, la tabla de surf.

Apoyé mi espalda contra el tráiler, rendida ante mis circustancias. Mi mirada decidió acabar por posarse sobre el horizonte, más allá de la vivienda, acompañada por el ruido de las olas del mar al otro lado del jardín.

Era invierno, mediados de Febrero, hacía frío pero, aún así, notaba todas y cada una de las partes de mi cuerpo hervir.

Me dolía dejar toda mi infancia entre esas paredes, pero lo acepté. Supe que pronto volvería.

Había transcurrido tan solo una semana desde que nos confirmaron que debíamos abandonar la ciudad. En solo siete días, nos habían desapuntado de clase a mi hermano Derek, de quince años, a mí, y a Sophie, de cinco.

La inscripción ya casi cerrada de mi esperada participación en el concurso anual de Surf de la costa este se había esfumado, el equipo de basket en el que mi hermano jugaba contaría con un jugador menos, y la clase de infantil se quedaría sin su artista preferida.

Para más vuelta de tuerca, mis padres sopesaron la idea de vender la casa, pero les obligué a mantenerla. Era mi lugar favorito en la tierra. Vivíamos a dos metros de la playa, y la playa era mi vida, y de ninguna manera dejaría que vendieran este tesoro.

Mi hermano salió cabizbajo de la casa y trotó hasta donde yo me encontraba. Llevaba de nuevo esa sudadera gris de Slipknot que tanto odiaba. Le recibí con una amplia sonrisa, le rodeé los hombros con mis brazos cansados y esperé con él a que mis padres cortaran la luz y el agua de la casa.

—¿Te mudas, Crawford? —Escuché preguntar a la inconfundible voz de Liam Wells. Giré mi cabeza y lo miré, sorprendida. Llevaba el traje de neopreno por la cintura y la tabla bajo el brazo.

¿De verdad me lo preguntaba? Ya lo sabía toda la ciudad, y apuesto a que él saltó de alegría al enterarse. Ahora el campeonato era suyo, y lo odiaba por ello.

Liam era un viejo compañero, si así puede llamarse. Desde pequeños habíamos estado compartiendo/compitiendo continuamente por algunas olas.

Más de una vez había tenido que cederselas si no quería acabar rodando por el fondo marino. Su carácter simple y bobo no era uno de mis favoritos.

Atlas Hands® #Wattys2015Donde viven las historias. Descúbrelo ahora