Odio

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Veo caos, anarquía,  saciedad de lo políticamente correcto.
Odio.
Mucho odio.
Desprecio hacia aquello que daño causó, ira desenfrenada. Personas lanzando piedras, peleando entre sí con instintos primitivos, sin control. Dejando que su otro yo hable, aquél que es capaz de revelarse, de oponerse, de no pensar pero sí actuar. Es ahí cuando, de una manera óptima, se saben los verdaderos ideales del pueblo y se crea la mente colectiva capaz de todo, pues ya no tiene nada. Se le despojó de todo aquello con lo que contaba, con lo que se desarrollaba y se conformaba. Entonces veo rebelión, desprecio hacia sí mismos y hacia todo, hacia todos. Ahí es cuando la humanidad logra liberarse de las barreras que la limitan, y entonces compra un arma.
Ya tenía las balas.
Carga el fusil, dispara hacia sus hijos, su esposa y su dios. Los mata. Asesina a todos.
¿Vivir? No, ya está muerta pero con los ojos abiertos.
Decide cerrarlos.
Le queda una bala, ahora es hora de asesinar a su líder, su rey, su presidente, el que ha librado desde el otro lado toda esta batalla. Pone su fin en su sien pero piensa que es anticuado, cliché, entonces decide realmente acabarse y se dispara en sus genitales, evitando así esparcirse.
Y vive, vive unas horas con aún ese odio en su interior. La sangre brota, el dolor es llevadero comparado con la masacre que acaba de efectuar. Aprieta el botón rojo porque de todas maneras es irremediable. Lo último que ve, el total de lo que sabía y nunca dijo y a lo que hubiera llegado en algún punto de su historia jamás se sabrá.
Acabó con todo, y lo liberó. Se liberó.
No.
En realidad los liberó a todos.

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