Otoño de una flor

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Todo pasó demasiado rápido.

Irónicamente, lo que recuerdo de ese día se reproduce increíblemente lento cada vez que lo encuentro en mis memorias. Ahora en la cocina, mientras observo por la ventana, casi puedo verlo en el reflejo del cristal que se superpone a la vista del jardín descuidado con los años.

Puedo ver a Aníbal sentarse en la cama, tomarse unos momentos para despertar del todo, colocarse las gafas y levantarse con pesadez para ir hacia la cocina. Yo recuerdo haber despertado horas atrás, en ese entonces solía desvelarme casi a diario. Aníbal, por otro lado, jamás sufrió de insomnios, pero con los años había acumulado suficientes problemas circulatorios para que a ambos nos preocupara más su salud que la mía. Sin embargo, todavía no sé qué me impulsó ese día a dejar de esperar el sueño y seguirlo a la cocina.

Le encontré mirando por la ventana sin expresión alguna. Era un día soleado, toda la cocina estaba tan iluminada como el jardín en el exterior. Aníbal parecía murmurar algo, pero no recuerdo haberlo escuchado. Al advertir mi presencia de reojo, me miró y me saludó.

Aquí tengo una pequeña laguna mental. Es normal que después de tantos años haya perdido detalles, como si sonreía o tenía algo en las manos. Pero eso lo recuerdo: durante todo el día no paró de sonreír; y no: sus manos estaban vacías, su contacto al abrazarme es algo que tengo grabado a fuego. Lo único que no recuerdo es lo que decía. Esa ha sido mi conclusión: No logro recordar nada de lo que dijo en el día de su muerte y cada vez es peor. Es como si, de alguna manera haya ido olvidando todas sus palabras desde ese día hacia atrás, una tras otra...

Cuando miro por esa misma ventana hacia el jardín, antaño radiante y bien cuidado por Aníbal, sólo veo las pobres Astromelias que luchan por prevalecer, pero que comienzan a marchitarse entre la maleza. Yo no he hecho nada por impedirlo. Marina, por otro lado, trató de mantenerlas vivas hasta hace poco más de un año. Al principio solía traer a la pequeña Lía consigo para cuidar de las plantas.

-Me recuerdan a él, a mi infancia, a cómo me enseñaba a cuidarlas. Además, ya ves cómo le encanta a Lía la jardinería, madre -dijo una de las últimas veces que vino. Entonces, con una expresión un tanto más lúgubre, confesó: -Quiero mantener algo de él con vida en esta casa. Además, es agradable llegar y ver las flores que tanto amaban... ¿Por qué no nos ayudas?

Me preguntaba lo mismo cada vez que venía. Nunca le contesté, ni ahora podría hacerlo. Las Astromelias siguen siendo importantes para mí; pero sólo veo otra laguna mental cuando trato de recordar por qué. Estos vacíos cada vez son más frecuentes, no logro evitarlo. No sé cómo decírselo a Marina, hace ya mucho que no me visita. Lía y Mark vienen de vez en cuando, pero no creo que cambie gran cosa si les dijera que estoy olvidando a su abuelo; que estoy demasiado cansada para recordar o cuidar sus flores... Probablemente sólo les duela si les digo que quiero estar con él.

¿Que cómo murió Aníbal?
Ojalá supiera, de ese día soleado sólo recuerdo la mañana y parte de la tarde, lo demás se ha ido. Los días que siguieron, me encontraba en el hospital y en reuniones con familiares tristes diciendo cosas alentadoras que olvidé hace mucho ya. Los detalles parecen ser volátiles, noventa años (y algunos más) no vienen gratis.

Cierro los ojos. Ya no soporto ver su jardín marchito. No soporto la soledad de esta casa, el silencio se siente como otro vacío. Ver los recuerdos, su rostro, su contacto, su aroma flotando en la casa. No quiero abrir los ojos. La brisa recorre el jardín y se cuela por la ventana entreabierta, pasando por mi piel como el tacto helado de las manos de Aníbal. Huele como las Astromelias, huele como él. Sonrío.

Entonces lo escucho: "Adelina". Siento pánico, frío y un dolor extraño durante unos segundos; luego, tan repentino como la voz, todo desaparece.

Tantos locos -Cuentos cortos-Where stories live. Discover now