Dayana no dejaba de sentirse culpable por cómo habían terminado las cosas entre Miguel y ella, aún después de pasadas dos semanas, pero sentía que como mínimo debía respetar el deseo de él; de mantener la distancia y no tratarse más.
Por otro lado, el hecho de tener que ver a Luca en el trabajo, era un recordatorio de culpa constante para ella. Todavía no se atrevía a hablar con él como antes, mucho menos a hacer mención del hecho de que su exnovio, Miguel, los había atrapado metiéndose mano. Dayana había estado evitando los intentos de Luca por hablar con ella. Y esperaba que pronto se cansara, pues no sabía cómo sentirse respecto a él sin que el peso de conciencia la invadiera y gracias a ello, últimamente se encontraba avergonzada, enojada, triste y confusa consigo misma. Empezaba a odiarse. Ahora que entraba al edificio donde vivía, sólo podía pensar en la horrible persona en que se había convertido dos semanas atrás… En realidad, ya se odiaba.
―Disculpe, señorita Dayana ―el portero del edificio la llamó en su camino al ascensor, distrayéndola de sus pensamientos―. Alguien le dejó una caja. Era ese muchacho que venía seguido aquí ―le hizo señas para que se acercara al mostrador. ―También dejó un sobre de manila.
― ¿Está seguro?
Miguel era el único que había ido seguido a su edificio, pero era raro que él hiciera algo así. Dayana no se esperaba eso después de que le dejara tan claro que lo mejor sería no acercarse de no ser estrictamente necesario.
―Venga mire, allí dice que es para usted, señorita. Están a nombre de un tal Miguel.
―Debe haber un error, Miguel no me... ―pero calló al ver que, efectivamente, había sido él quien le había dejado ambas cosas. Al reconocer su letra cursiva, sobretodo la forma en que alargaba la “y” en Dayana, una punzada de culpabilidad le hizo difícil respirar por unos segundos.
― ¿Ve? ―le reprochó para luego añadir: ―Por cierto, debería llamar al muchacho, se veía como deprimido, ¿le habrá pasado algo?
―No sé, acordamos que no íbamos volver a hablar ―replicó Dayana involuntariamente, y se percató de la mirada expectante del portero, como si esperara una historia―. Pero de todas formas, muchas gracias, Alberto.
―Otro día me cuenta, si quiere, no se me vaya a poner triste usted también, señorita Dayana ―la ayudó a agarrar la caja y puso el sobre de manila encima, con una sonrisa amable.
Alberto la acompañó al ascensor y presionó el botón con el número 3, ya que ella tenía las manos ocupadas.
―Muchas gracias, que le vaya bien ―una breve sonrisa se dibujó en los labios de Dayana, hasta que las puertas se cerraron y la cabina ascendió con un zumbido.
Ella se quedó en silencio, mirando fijamente el nombre de Miguel, escrito con marcador permanente sobre la caja y el sobre. Se preguntaba por qué le había dejado ambos y qué tan importante era lo que contenían, como para él acercarse a ella. Las puertas del ascensor se abrieron, revelando un pasillo de paredes azuladas con puertas blancas a ambos lados. Salió y se dirigió con paso firme hasta detenerse en la tercera puerta a la derecha, se las arregló para encontrar las llaves en su bolso y abrió como pudo, cuidando no soltar nada.
Cerró la puerta con un pie y caminó apresurada a la mesa del comedor, donde descargó todo lo que tenía en las manos. Corrió una silla en la que colgó su bolso y chaqueta, para luego sentarse y suspirar con agotamiento. Le dolía levemente la cabeza, por lo que se soltó el cabello, dejándolo caer en ondas por sobre su hombro. Con sus dedos trató de masajearse para aliviar el dolor y volvió a fijarse en los paquetes de Miguel. Decidió abrir el sobre de manila primero, podría ser que dijera alguna precaución sobre el contenido de la caja. Dentro encontró dos sobres de papel más pequeños, uno de los cuales contenía fotos de ellos y una nota que decía: “Aquí están todos nuestros recuerdos juntos, te los dejo a ti, pues no quiero verlos más. Tal vez tú sepas apreciarlos mejor.”
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Tantos locos -Cuentos cortos-
General FictionCuentos diversos, unos más cortos que otros, sobre historias que te pasan a ti, al vecino, a la señora que se cruzó contigo en la calle, al hijo de esa señora, o a alguien que aún no conoces. Cosas cotidianas, contadas con personajes sin mucha relac...