Y sus miedos no disminuyeron conforme se acercaba la boda, al contrario: se hicieron mayores y aunque trató de buscar consejo y ayuda con familiares, trabajadores, criadas y pajes, ninguno supo bien qué decirle. Así cada vez se retraía más frente a Esther, y sus constantes críticas, y se veía cada vez más melancólico. Incluso el señor Castilla notó una vez su silencio nervioso durante una cena con las dos familias reunidas, pero cuando preguntó a qué se debía su comportamiento Carmen intervino de inmediato:
-Deben ser los nervios prenupciales, Antonio ha estado muy inquieto respecto a la boda, no para de preguntarnos sobre los detalles, ¿verdad, Esther? -las dos mujeres se sonrieron y acapararon por completo la conversación.
Entre escenas como esa transcurrieron los meses y Antonio dejaba que todo a su alrededor pasara sin reacción alguna; hasta el día tan esperado por todos, cuando él estaba más que inquieto.
-Todo tiene que estar perfecto, revisen de nuevo todos los arreglos florares y asegúrense de que no quede una sola vela sin encender -decía Carmen yendo de un lado para otro-. Antonio, hijo, deberías estar ya vestido. Comienzan a llegar los invitados. ¡Ingrid, llévalo a la sacristía, y fíjate que la ropa no tenga arrugas!.
La criada se apresuró a cumplir con las órdenes de su señora, seguida por un Antonio distraído que no dejaba de mirar hacia todos lados con nerviosismo.
-Señorito Antonio -lo llamó Ingrid, revisando el traje como le habían mandado-, apresúrese que no querrá que su madre lo encuentre sin esto puesto.
-No te preocupes Ingrid -contestó con una expresión vacía en el rostro-. Quiero estar solo para prepararme, ¿podrías retirarte?
Y sin más que una inclinación, la mujer salió del lugar, dejando a solas al muchacho. Antonio comenzó a desvestirse, colocando su chaqueta a un lado con mucho cuidado para ponerse la camisa, el chaleco, el corbatín, la flor en el ojal y el pañuelo en el bolsillo. Peinó su cabello castaño y revisó cualquier cosa que su madre o Esther pudiesen reprocharle. Luego desistió, de todas formas lo harían. Vació los bolsillos de la chaqueta que traía y puso en una mesita un sobre con su firma.
Suspiró. ¿Estaba haciendo lo correcto?, se preguntó mirándose al espejo. Siguió el rastro de la cicatriz en su mejilla, cualquiera apostaría a que se trataba de un vestigio de su tiempo en las tropas españolas, pero era un simple rasguño que llevaba desde su niñez. No recordaba cómo se lo había hecho, pero sí el sinfín de regaños que recibió de su madre mientras le untaba menjunjes que le incrementaban el dolor. En esa vez también regañó a su padre por llevarlo con él a los viñedos, como de costumbre, pero lo que Antonio notó en la mirada de Alfredo lo aterró por primera vez. Nada. No vio ninguna emoción y desde entonces no volvió a ver a su padre sonreír o fruncir el ceño, era como si no sintiese nada, pues su rostro se veía siempre inexpresivo.
Ahora que se veía al espejo casi veía ese mismo rostro en sus facciones y le helaba la sangre. No estaba seguro de estar tomando la decisión correcta y estaba totalmente aterrorizado. Era un temor extraño que lo dominaba desde la voz de Carmen y, hacía unos meses, que la de Esther también. ¿Estaba seguro de hacer eso?. Llamaron a la puerta, era su madre gritándole que saliera y se presentara en el altar.
-¡Que ya casi llega la novia, Antonio!
Y por un momento sus ojos perdieron el brillo, casi olvidó cómo se sonreía mientras se veía al espejo. El miedo había congelado su rostro durante unos segundos que le parecieron eternos, pero cuando volvió en sí sólo vio el terror en sus expresiones. Así salió de la habitación que se le hacía cada vez más pequeña y sofocante, para escuchar a su madre decirle algo sobre serenarse.
-Estás haciendo lo correcto.
¿Lo estaba?, no sabía cómo convencerse de lo que Carmen le decía y estuvo en una especie de trance hasta que sonaron las primeras notas de la marcha nupcial. Se sentía despierto, consciente de él y de todas las miradas que se desplazaron de él hacia la novia que se acercaba al altar. ¿Hacía lo correcto?. Ya Esther se encontraba a su lado y la ceremonia había comenzado. ¿Qué estaba haciendo?. Comenzaba el escrutinio, Esther contestaba las preguntas del sacerdote y le dedicaba miradas amenazantes cuando él debía responder de acuerdo con lo establecido. Antonio dejó de prestar atención a la ceremonia por un momento para mirar a los presentes. Todos expectantes, con falsas sonrisas y a la espera de que terminara todo para ocuparse de sus propios asuntos.
-Si alguien se opone a esta boda, que hable ahora o calle para siempre.
Entonces Antonio soltó las manos de Esther, se volteó y recorrió con la mirada la capilla. Su madre, el señor y la señora Castilla, los socios de ambas vinicultoras y una gran cantidad de otros rostros vagamente conocidos como amigos y familiares... Todos con la misma expresión, todos con los ojos puestos en el espectáculo. Allí fue cuando lo supo: sí estaba haciendo lo correcto. Sacó de su bolsillo una de su par de pistolas para duelos ante la mirada y el murmullo escandalizado de los presentes. Su madre fue la primera en componerse y de inmediato abrió la boca, pero Antonio dirigió el cañón a su sien con seguridad y actitud desafiante.
-Yo me opongo -Esther balbuceaba algo junto a él y el sacerdote lanzaba rezos al azar. Antonio quitó el seguro del arma. Estaba haciendo lo correcto, por primera vez, para él, y sonrió al comprenderlo.
o--------------------------o--------------------------o--------------------------o
Nota:
Fin. Un poco tardado, pero por fin llegó el desenlace. Mi excusa se limita a la universidad, pero gracias a eso he podido escribir más cuentos. Ya la próxima semana publicaré uno nuevo, de este agradecería sus opiniones y críticas. También que votaran si les gustó la historia, es gratis y se siente bonito.
Bai :3
o--------------------------o--------------------------o--------------------------o
YOU ARE READING
Tantos locos -Cuentos cortos-
General FictionCuentos diversos, unos más cortos que otros, sobre historias que te pasan a ti, al vecino, a la señora que se cruzó contigo en la calle, al hijo de esa señora, o a alguien que aún no conoces. Cosas cotidianas, contadas con personajes sin mucha relac...