Segunda Parte: Un intercambio de Papeles.

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El abril pasado, estábamos en Fort Wille Park, Lisa me pidió que saliéramos juntos. Todos mis amigos pensaron que aquello era un ejemplo monstruoso de roles de género intercambiados, pero mis amigos a veces pueden ser unos mentecatos muy estrechos de miras. Recordárlo -recordar que ella fue quién dio el paso al frente- tiene su importancia para mí, porque deja claro que Lisa vio algo en mí, una vida ajena en la que quería aventurarse, que no estaba viéndose con alguien cuya vida quisiera que se echara a perder.
El intento de cometer ya-saben-qué dos meses atrás no tan sólo resultó egoísta, sino también embarazoso. Cuando, sobrevives todos te tratan como a un niño al que hay que agarrar la mano antes de cruzar la calle. Y lo que es peor, todos se dicen que, o bien estabas empeñado en llamar la atención, o bien eras demasiado estúpido para hacer las cosas como está mandado.
Camino a lo largo de diez manzanas en dirección sur, hasta llegar al piso dónde vive Lisa vive con su padre. Su padre no le hace mucho caso que digamos, pero por lo menos está vivo, lo bastante como para ignorárla. Llamo al interfono; me desespero por no haber podido hacer el trayecto en bici. Mis sobacos apestan, y tengo
la espalda sudorosa. La ducha que acabo de pegarme no ha servido para nada en absoluto.
-¡Taetae! -grita Lisa,asomando la cabeza por la ventana del segundo piso, con el rostro iluminado por los rayos del sol-. Bajo en un momento, cuando termine de lavarme.
Me enseña las manos, embadurnadas de pintura amarilla y negra, y me hace un guiño antes de desaparecer por la ventana. Me gustaría creer que estaba dibujando un emoji amarillo y sonriente, pero su hipermaginación seguramente le ha llevado a pintar algo del tipo mágico, como un hipogrifo con el vientre amarillo y los ojos de un negro perlado, perdido en un bosque de espejos, sin más pistas para encontrar el camino a casa con una estrella dorada en el firmamento. O algo por el estilo.
Baja un par de minutos después, todavía vestida con la astrosa camisa que se pone para pintar. Sonríe antes de abrazarme, y la suya no es una de las medias sonrisas a las que con el tiempo no me he acostumbrado. No hay nada peor que verla triste y abatida. Tiene el cuerpo en tensión, y cuando finalmente se relaja, la correa de la pequeña bolsa de deporte color verde claro que le regalé para su cumpleaños se le escurre del hombro. Ha hecho muchos dibujos en la bolsa: ciudades en miniatura a veces, en ocasiones la vizualisación de la letra de una canción que le gusta en particular.
-¿Qué tal? -saludó.
-Hola -responde.
Se pone de puntillas y me besa. Tiene los ojos verdes acuosos. Me llevan a pensar en un cuadro de motivo selvático en el que estuvo trabajando hace unos meses y no llegó a terminar.
-¿Qué es lo que pasa? Que me huelen los sobacos ¿no?
-Ya lo creo que te huelen, pero no es eso. La pintura me está estresando un montón. Has llegado justo a tiempo para rescatarme.
Me suelta un puñetazo en el hombro; es la forma agresiva que tiene de coquetear.
-¿Qué estás pintando?
-Un pez ángel japonés que sale andando del mar.
-Vaya. Pensaba que estabas metida en algo más 'cool'. En algo de tipo mágico, con hipografos y tal.
-No me gusta ser así de predecible, tontito.-Es como me llama desde la primera vez que nos besamos, un par de días después de que comenzáramos a salir juntos. Tengo claro que es por que le di un para de cabezazos en la frente sin querer, pues por algo era el chaval más inexperto del mundo en materia de besos en los labios-. ¿Tienes ganas de ir al cine?
-¿Y si hacemos un intercambio de planes?
Un intercambio de planes no consiste en cambiar tu plan para ligar por el de otra persona. Un intercambio de planes -la expresión es de Lisa- consiste en que yo escojo un lugar que sé que ella le va a gustar, y ella hace otro tanto para mí. Naturalmente, lo que hacemos es intercambiar nuestros gustos o pasatiempos preferidos, no cambiarnos el uno al otro.
-Bueno, y ¿Por qué no?
Nos lo jugamos a piedra, papel o tijeras. El que pierde tiene que ser el primero en elegir, y mi tijera recorta su papel sin compasión. Podría haberme ofrecido de voluntario para escoger el primero, pues sé dónde quiero llevarla, pero no estoy seguro el cien por cien de las palabras que voy a decirle, y no me vendría nada mal ganar algo de tiempo para asegurarme de que se lo digo como tiene que ser. Lisa me lleva a mi tienda de cómics preferida, en la calle 144.
-Por lo que veo, te has cansado de ser impredecible. -observo.
La puerta de entrada está pintada a imitación de una cabina telefónica al viejo estilo, como la usada por Clark Kent cada vez que necesitaba vestirse de Superman con rapidez. Nunca terminé de entender la relación monógama entre Clark y aquella cabina en particular situada frente a la redacción del •Daily Planet•, pero el hecho es que hoy me siento superbién. Y es que hace meses que no vengo por aquí.
Este lugar es un paraíso para los chavales de tipo bicho raro. Vestido con una camiseta de Capitán América, el cajero está ocupado en reponer existencias de unos bolígrafos en forma de martillo de Thor que salen por siete wons. En una estantería que es copia de la repisa de chimenea de
la mansión de Batman hay unos bustos de Lovezno, del increíble Hulk y del Hombre de Hierro que cuestan un ojo de la cara. Es de sorprender que a ningún cuarentón sin desvirgar le haya dado un patatús al encontrarse con este formidable batiburrillo de héroes de la Marvel y de DC Comics. Incluso hay un armario con clásicas capas de superhéroes que puedes comprar o alquilar para una pequeña sesión de fotos del propio establecimiento. Para mi rincón favorito es el del gran cajón de ofertas, dónde venden cómics de hasta un solo won.
Hasta hay muñecos coleccionables como aquellos con los que Baekhyun y yo acostumbrábamos a jugar de niños, como los del Hombre Araña y El Doctor Pulpo que vienen juntitos en un paquete de dos por uno. También hay un juego de los cuatro fantásticos, y me digo que Baek y yo seguramente hubiéramos perdido a la Mujer Invisible -¿lo pillaron?- , pues mi preferida era la Antorcha Humana y el suyo era el Señor Fantástico.
También me gustaban el Duende Verde y Magneto, porque Baek siempre se decantaba por los héroes de rigor, y la cosa así era más divertida.
Cada vez que nos damos un intercambio de planes, Lisa insiste en escoger este lugar, porque sabe que es el que más me gusta de todos, aunque durante mucho tiempo lo siguió de cerca a la piscina municipal en la que me enseñaron a nadar, hasta que por poco me ahogo (otra larga historia).
Deambula por el interior y echa un vistazo a los pósteres, mientras voy directamente al rincón de los saldos. Rebusco entre los cómics, con la idea de encotrar algo estupendo que me inspire en trabajar mi propio cómic. Lo dejé en un punto emocionante en las aventuras del Guardián del Sol, el héroe que me he inventado, quién de niño se tragó un sol del espacio exterior y hoy tiene la misión de defenderlo. En este momento tiene el tiempo justo para salvar a una sola persona y evitar que se precipite de una torre celestial hasta la boca del dragón, y el pobre no sabe si salvar a su novia o a su amigo del alma. Está claro que Superman no lo pensaría dos veces y salvaría a Lois Lane, pero me pregunto si Batman salvaría a Robin antes que su amiguita en el espisodio semanal de turno.
Uno de los chavales estaba hablando de la última película de los Vengadores, así que escojo dos cómics y me planto frente del mostrador con una rapidez, para no tener que convertirme en un Hulk furibundo si les da por contar el final de la peli. No la vi en su estreno en diciembre, porqie nadie tenía ganas de ir al cine. Todos estabámos hechos polvo por lo sucedido a Taemin.
-Hola, Jin
-¡Taehyung! Cuánto tiempo.
-Pues sí. Digamos que he estado metido en un episodio algo complicado.
-Eso suena muy misterioso. ¿Es que te ha dado por meterte una máscara y saltar de un rascacielo a otro?
Me tomo un segundo antes de responder:
-La familia, ya se sabe.
Le entrego mi tarjeta regalo para pagar los dos wones que le debo. Lo pasa por la máquina. Vuelve a pasarla y dice:
-Estás sin saldo, colega.
-No, aún me quedan unos wones en la cuenta.
-Me temo que estás en las últimas; peor que Bruce Wayne con la cuenta de banco bloqueada -dice.
Tendría que darle vergüenza, y no por que sea una descortesía, sino por que lleva meses repitiendo el mismo chiste malo. No me digas que estoy peor que Bruce Wayne en sus peores momentos.
-Si quieres, te los guardo.
-Eh, bueno, veo que te enrollas bueno, pues vale.
Lisa se acerca.
-¿Todo bien, cariño?
-Sí, sí, ¿Te parece si ya nos vamos?
El rostro se me acalora, y los ojos se me humedecen.
No porque no vaya a volver a casa con el par de cómics —pues
tampoco tengo ocho años—, sino porque estoy muriéndome
de vergüenza delante de mi chica.
Lida ni me mira mientras rebusca en el interior de la
bolsa deportiva y saca un puñado de dólares, lo que viene a
incomodarme más todavía.
—¿Cuánto es?
—Lis, no pasa nada. Tampoco los necesito.
Los compra, sin embargo. Me pasa la bolsa y empieza a hablarme de una idea que tiene para un cuadro: unos buitres
famélicos siguen las sombras de unos muertos que circulan
por la calle, sin percatarse de que los cadáveres en realidad se
encuentran sobre sus cabezas. Me parece que es una idea
fantástica. Quiero darle las gracias por lo de los cómics, pero
seguramente hace bien al cambiar de tema para que deje de
sentirme como un inútil.
—¿Recuerdas la vez en que Kai se sometió al tratamiento
Leteo?
Lo del «¿recuerdas aquella vez en que…?» es un jueguecito
tontorrón al que jugamos, siempre refiriéndonos a cosas que
han sucedido hace muy poco o que están pasando ahora
mismo. Recurro al jueguecito para distraerla mientras
caminamos por Fort Wille Park a la altura de la calle 147,
cerca de la oficina de correos en la que trabajaba mi padre,
no lejos de la gasolinera donde Jimin y yo solíamos
comprar cigarrillos de chocolate cuando nos sentíamos algo
estresados (hoy a veces bromeamos sobre lo tontitos e
infantiloides que éramos).
—¿Y cómo se sabe, si nadie lo ha visto? —Sin soltarse de mi
mano, Lisa se sube a un banco de un salto y empieza a
andar por lo alto del respaldo, en un equilibrio menos que
inestable. Estoy seguro de que un día de estos va a romperse
el cráneo y tendré que suplicar a los del Instituto Leteo que
me ayuden a olvidarme del espectáculo—. Es posible que a la
chismosa de la madre de Namjoon le haya llegado un cuento
chino. Por lo demás, decir que Kai se ha olvidado de Taemin es un poco excesivo, pues los del Leteo suprimen tus
recuerdos. No los borran para siempre.
Lisa tampoco cree en el método del Instituto Leteo, y
eso que antes sí creía en las predicciones de los horóscopos y
las cartas del tarot.
—Diría que si no vuelves a acordarte de lo sucedido, es
como si lo hubieras olvidado.
—Buena respuesta.
Lisa finalmente pierde el equilibrio, y consigo
agarrarla, aunque no de una forma heróica, como para
llevarla en brazos hacia el horizonte, ni siquiera de modo
divertido, para que cayera sobre mí en perfecto plano
horizontal, a fin de rematarlo todo con un beso. Su cuerpo
más bien se retuerce, y la agarro por debajo de los brazos,
pero sus piernas le fallan y patinan, y termina con la cara
frente a mi entrepierna, lo que resulta incómodo, pues nunca
ha visto lo que se esconde bajo el pantalón. Le ayudo a
levantarse, y nos disculpamos los dos; yo por ninguna razón
en particular, y ella porque un poco más y hunde la nariz en
mi pantalón.
Bueno, siempre habrá otra ocasión.
—Eh… —Se aparta los cabellos oscuros del rostro.
—¿Y cuál sería tu estrategia si los zombis vinieran a atacarnos
en este preciso instante?
Esta vez soy yo quien cambia de tema para que ella no se
sienta incómoda. Cojo su mano y la llevo por el parque. Me
responde con unos planes no muy elaborados, que digamos:
subir a las copas de los manzanos y esperar a que los zombis se
larguen del parque. Quien la oyera en este momento pensaría que es tonta de remate.
Su madre acostumbraba traerla a este lugar cuando era
pequeña, cuando el parque era más adecuado para los niños y
en él había columpios y toboganes. Lis dejó de
frecuentarlo después de que su madre muriera en un
accidente aéreo mientras se dirigía a visitar a unos familiares
en la República Dominicana, hace un par de años. Cuando
jugamos a intercambiar planes, por lo general llevo a
Lisa a otros lugares, como el mercadillo de segunda
mano o la pista de patinaje los miércoles, pero hoy vamos a
acordarnos del día en que me pidió que saliera con ella.
Llegamos a la explanada donde están las fuentes decorativas
de agua. Los diez conductos de salida hoy están obturados de
hojas asquerosas, colillas de cigarrillos y basura de todo tipo.
—Hacía tiempo que no venía —comenta ella.
—Pensé que estaría bien venir contigo aquí —apunto.
—Tampoco es que nos hayamos peleado.
—¿Es que tenemos que pelearnos para venir? —pregunto.
—No puedes pedirme que salgamos juntos si ya estamos
saliendo juntos. Eso sería como matar a alguien que ya está
muerto.
—Bien observado. Dime que rompes conmigo.
—Necesito tener una razón.
—Ya. Eh… eres una petarda, y tus cuadros son una birria.
—Rompo contigo.
—Fantástico —digo con la mejor de mis sonrisas—. Siento
haber dicho que eres una petarda y que tus cuadros son una
birria. Y siento haber intentado cometer lo-que-ya-sabes.
Siento que tuvieras que pasar por eso y siento haber sido lo bastante imbécil para pensar que no tenía ninguna razón para
sentirme feliz cuando está más que claro que mi felicidad eres
tú.
Lisa cruza los brazos. En el codo hay algunos rastros
de pintura que ha olvidado limpiarse.
—Que era tu felicidad, hasta que rompí contigo —corrige—.
Pídemelo otra vez.
—¿De verdad tengo que hacerlo?
Me suelta uno de sus puñetazos.
—Muy bien, Lis. ¿Quieres salir conmigo?
Se encoge de hombros.
—¿Por qué no? Este verano voy a tener que matar el tiempo
de alguna manera.
Encontramos la sombra de un árbol y nos libramos de las
zapatillas dando unos patadones en el aire; nos tumbamos con
los pies descalzos sobre el césped. Me dice por millonésima
vez que no tengo que disculparme por nada, que es verdad
que en su momento sufrió y lo pasó muy mal, pero que no me
odia por ello. Y lo pillo, pero me hacía falta este nuevo
comienzo para los dos, aunque haya sido medio en broma. No
todo el mundo puede permitirse ir al Instituto Leteo para que
le reformateen el pasado, y el hecho es que si pudiera,
tampoco iría. Porque, en ausencia de los recuerdos
necesarios, después sería incapaz de recrear momentos de la
vida tan bonitos como este.
—Y bien… —Lisa resigue con el dedo las líneas de la
palma de mi mano, como si se dispusiera a leerme el futuro,
cosa que en cierto modo va a hacer—: Mi padre va a
marcharse de la ciudad el miércoles. Su novia y él se marchan a ver una exposición de arte en un pueblo del norte del
estado.
—Bueno, pues me alegro por él.
—Va a estar fuera hasta el viernes.
—Me alegro por ti.
Tan solo ahora comprendo dónde quiere ir a parar. Se me
enciende una bombilla sexual en el cerebro, y entonces me
levanto y pego un salto tan alto que temo dejar un boquete en
forma de Taehyung entre las nubes. Pero cuando vuelvo a
aterrizar en la hierba, me acuerdo de algo fundamental. Y es
que, carajo, en lo referente al sexo soy un cero a la izquierda.
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Holasss, solo daré otra aclaración todo capítulo será narrado por Tae ;).
Byeee

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