Quinta Parte: Una Cara Feliz Pero Sin Ojos

22 2 0
                                    

La tarde del día siguiente me encuentro en Melrose Avenue.
Voy a recoger a Jungkook al establecimiento donde trabaja,
Ignazio’s Ice Cream, donde el aire acondicionado está a
máxima potencia. No tengo previsto comprar nada en
absoluto. Si el dependiente fuera otro, seguramente me haría
el listillo, probaría algún producto de muestra y me iría, pero
Jungkook no da la impresión de estar de humor para tonterías.
Lleva puesto el delantal color caqui más feo que he visto en la
vida, y tiene las anchas cejas fruncidas mientras estudia un
tíquet tras el mostrador al tiempo que pulsa el teclado.
—Bienvenido a Ignazio’s —saluda sin levantar la vista—. ¿Le apetece un café? ¿Quiere probar nuestros gofres?
—Me conformo con un poco de contacto visual —
respondo.
Jungkook levanta la cabeza con brusquedad. Parece estar
pensando en clavarme una cuchara de plástico en el ojo, pero
al momento se tranquiliza.
—¡El larguirucho!
—¡Jungkook! —No tengo un apodo para él—. En la calle
hace un calor insoportable. Y retiro lo dicho: aquí no hace
nada de frío, sino que se está la mar de bien. Menudo chollo
tienes.
—No durará mucho.
—¿Qué quieres decir?
Se quita el delantal. Abre una puerta en la que hay una
placa de bronce con la palabra GERENTE y dice:
—Que sepas que me voy.
A continuación deja caer el delantal al suelo y se reúne
conmigo al otro lado del mostrador.
No sé si ponerme a aplaudir o a vitorear, si tengo que
inquietarme por su futuro.
Me empuja hacia la puerta y al salir grita:
—¡YUJUUU!
No puedo evitarlo y me echo a reír.
—¿Qué diablos ha sido eso? ¿En serio has dejado tu empleo?
¿De verdad? —Me fijo en su expresión de felicidad y me digo
que sí, que es eso—. Amigo, estoy empezando a darme cuenta
de ciertos paralelismos. Ayer rompiste con tu novia y hoy dejas
tu trabajo. Te faltan veinte años para la crisis de los cuarenta.
—Cuando me canso de algo, lo dejo —dice—. Y voy a seguir haciéndolo.
Echamos a andar hacia los bloques del complejo Leonardo.
Jungkook suelta un puñetazo hacia arriba, y no entiendo bien
contra qué está peleando.
—Ya no aguantaba la paranoia de Mina—explica—.
Tampoco aguantaba a esa gente que se presenta en la tienda y
te pide ocho muestras para probar cuando saben
perfectamente cuál es el sabor que les gusta. También me
harté de inflar neumáticos de bicicleta, y lo dejé. Si no me
aporta nada, me largo. Así que estás avisado: soy un flojo y me
rindo con facilidad.
No sé qué responder. Era un completo desconocido hasta
ayer mismo. Y ahora es… bueno, no sé bien cómo expresarlo.
Pero es algo más que un flojo que se rinde con facilidad.
—Eh…
—¿Tú alguna vez has dejado algo, larguirucho?
—Bueno, sí que dejé el monopatín, cuando tenía diez años
o así. Una tarde bajaba a toda pastilla por una pendiente muy
pronunciada y vi a todos los muñecos de héroes de mi niñez
pasando ante mis ojos, justo antes de pegármela contra una
furgoneta aparcada en la cuneta.
—¿Por qué no saltaste del monopatín?
—Porque tenía diez años y no sabía lo que me hacía.
—Buena respuesta.
—Pero entiendo por dónde vas. Supongo que siempre estás
a tiempo de dejar las cosas. Siempre que no vayas a dejar algo
o a alguien que te conviene de verdad.
—¡Justamente! —Jungkook me mira y asiente con la cabeza,
como si le sorprendiera haber dado con una persona que entiende por dónde va—. ¿Y cómo es que hoy no estás con
Lisa?
—Ha salido a dar una vuelta con su otro novio —contesto.
—Vaya, vaya. ¿Es buen chaval?
—Es un poco cretino, pero tiene un cuerpo como el de
Thor, así que no puedo hacer mucho al respecto. Era broma.
Lisa se marcha a una colonia para artistas dentro de un
par de días y ha de comprar utensilios de pintura y cosas que
le faltan. Mañana es su cumpleaños, y se supone que tenemos
que pasarlo mejor que nunca, pues luego vamos a estar tres
semanas sin vernos.
Tres semanas sin ver a Lisa . Chúpate esa…
—Tendrías que retratarla desnuda, como en Titanic
—sugiere Jungkook.
—Creo que sería incapaz de dibujar con un par de pechos
delante de mis narices. Quizá más adelante, cuando tenga mis
años y me haya cansado de verlos.
Llegamos al complejo y nos encontramos con que los chicos
otra vez están jugando a la Caza del Hombre. Chen se ofrece
voluntario como cazador, y todos echamos a correr. Jungkook
sale disparado en una dirección, y Jimin en la contraria.
Sigo a Jungkook, pues no quiero que me encuentren tan
rápidamente como ayer. La jugada me sale bien, porque
Jungkook comete un error de novato y atraviesa a la carrera el
vestíbulo del edificio 135, donde hay un guardia de seguridad.
Antes de que este pueda atraparnos, le llevo a la puerta de la
escalera cuya cerradura no funciona y subimos a toda
velocidad. Nos detenemos en el tercer piso, abrimos la
ventana del pasillo y saltamos al terrado, donde hay un viejo generador y todos los desperdicios que hemos estado tirando
desde la acera.
Desde aquí se divisa el segundo patio interior, el que está en
el centro de los tres. Hay unas mesas de pícnic pintadas en
color marrón, y los toboganes y columpios en los que solíamos
jugar de niños. Vemos que Kibum el Gordinflón sale corriendo
del tercer patio interior. Se queda sin aliento y se detiene.
Chen le hace un placaje y, ¡pum!, al suelo con él.
Jungkook ni siquiera presta atención.
—Esto está lleno de tesoros —comenta, mientras se agacha
a recoger un yoyó roto. Trata de hacerlo girar, pero el yoyó se
suelta del hilo y rueda hasta chocar contra una muñeca
Barbie descabezada—. ¿Cuánto tiempo llevas saliendo con
Lisa?
—Más de un año. —Recojo el mando de un viejo juego
GameCube y hago girar el cable sobre mi cabeza como si
fuera la cuerda de un vaquero del salvaje oeste antes de
lanzarlo contra la gravilla otra vez—. Tengo suerte de que la
cosa haya durado tanto. Lisa me ha perdonado algunas
cosas que son imperdonables.
—¿La engañaste? —Su voz se vuelve neutra—. Cuando
empecé a fijarme en las otras chicas que pasaban por la calle,
comprendí que ya no estaba completamente loco por Mina.
—No la engañé. Lo que pasó fue que mi padre murió.
Bueno, se suicidó. Y me hundí.
No suelo hablar de todo esto. Unas veces porque no quiero,
otras porque a mis amigos no les gusta demasiado que
menciones la muerte y el dolor.
—Lo siento mucho. —Se sienta en el suelo y contempla unas botellas vacías. No porque resulten precisamente
fascinantes, sino porque es preferible a mirarme a los ojos, o
eso supongo—. Pero no entiendo que Lisa fuera a
pensar en dejarte por una cosa así.
—Hay más —digo. Mis ojos van a la curvada cicatriz en mi
muñeca.
—Dime quién eres —apunta Jungkook.
—¿Cómo?
—Dime quién eres. Deja de esconderte. No voy a traicionar
tus secretos, larguirucho.
—Ya, pero ayer no tuviste problema en dar la espalda a tus
amigos para congraciarte con mis amigos.
—No son mis amigos —replica Jungkook.
Me siento frente a él. Antes de que pueda cambiar de idea,
extiendo el brazo para que pueda ver la sonriente cicatriz.
«Sonriente» y «cicatriz», dos palabras que no terminan de
encajar. Desde su ángulo, la sonrisa más bien tiene que
parecer un ceño fruncido. Jungkook se sitúa a mi lado, acerca
el rostro y me agarra el brazo con una mano. Acerca mi
muñeca a su cara y la inspecciona.
—Tranquilo, no soy gay —declara, alzando la mirada hacia
mí—. Es curioso: parece una sonrisa. Un emoji de felicidad,
pero sin ojos.
—Sí, es lo que siempre me ha parecido.
Asiente con la cabeza.
—Sigo culpándome por no haber sido un buen hijo. Mi
madre asegura que papá se mató porque era infeliz, lo que
me llevó a pensar que quizá yo también me sentiría mejor
muerto… —Resigo la cicatriz con una uña, de izquierda a derecha, de derecha a izquierda—. Y me hice esto… supongo
que para pedir ayuda, porque me sentía angustiado y
desesperado. Jungkook resigue la cicatriz y hunde el dedo en mi muñeca
un par de veces. Se ha ensuciado los dedos con el yoyó y los
demás desperdicios del terrado. Pero ahora lo veo: ha añadido
dos ojos sobre la cicatriz, dos sucias huellas dactilares.
—Me alegro de que no lo consiguieras, larguirucho.
Hubiera sido una pena.
Quiere que siga existiendo. Y eso es algo que ahora también
quiero.
Aparto el brazo y cruzo las manos sobre el regazo.
—Tu turno: dime quién eres. —Las cejas se le unen en el
centro, como si estuviera meditando las distintas posibilidades.
No responde, y agrego—: Sé que es una pregunta para niños,
pero, ¿qué quieres ser de mayor?
—Creo que director de cine —contesta al momento—.
Aunque a estas alturas seguramente has adivinado que no voy
muy encaminado en la vida.
—No voy a decirte que sí, pero tampoco voy a decirte que
no. ¿Cómo es que quieres ser director de cine?
—He estado pensándolo desde que vi Parque Jurásico y Tiburón
cuando era niño. Me pongo de rodillas ante Spielberg, un
director que consigue hacer parecer más terribles aún a los
dinosaurios y los tiburones.
Jungkook abre mucho los ojos, como si me hubiera puesto a
hablar en lenguaje élfico.
—Juro que me arrancaría los ojos y te los daría, si así
pudieras ver la magia encerrada en Tiburón. Al final de la película, Spielberg hace una cosa sensacional, cuando… Bien,
mejor no te lo cuento. Un día de estos tendrás que venir a mi
casa para verla conmigo.
Una ventana se cierra de golpe a nuestras espaldas.
Damos un respingo los dos, y vemos que Jimin y el Niño Namjoom están de pie ante nosotros. Me levanto de golpe, como
si me hubieran pillado haciendo algo indecoroso con una
persona poco recomendable.
—Vaya. Eh… ¿Ya os han dado caza?
—No —responde el Niño Namjoon—. ¿Qué demonios estáis
haciendo?
—Recuperar el aliento —miento.
Jungkook dice de forma simultánea:
—Charlar un poco.
Jimin está mirándonos con cierta expresión rara, pero de
repente abre mucho los ojos. Me giro y veo que Chen viene
hacia nosotros, mientras Kibum el Gordinflón se debate para
salir por la ventana. Vamos corriendo hacia la ventana situada
en el otro extremo. Jungkook está a mi lado al cabo de un
segundo, pero de inmediato tropieza y cae. Tengo una
décima de segundo para decidir si me marcho a la carrera o
me detengo para ayudarlo. Paro de correr para ver si está
bien.
Chen me agarra por el torso.
—La Caza del Hombre, uno, dos, tres. La Caza del Hombre,
uno, dos, tres. La Caza del Hombre, uno, dos, tres.
Me ha pillado, pero en realidad me da igual. Me acuclillo
junto a Jungkook, quien está frotándose la rodilla.
—¿Estás bien?
Asiente con la cabeza, silbando distraídamente, y en ese
momento comprendo que bien podría apartarme de un
empujón y salir disparado, lo que me obligaría a estar dándole
caza durante el resto del juego. De eso, ni hablar. Lo agarro
por el torso.
—La Caza del Hombre, uno, dos, tres. La Caza del Hombre,
uno, dos, tres. La Caza del Hombre, uno, dos, tres.
Bajamos todos, para dar con el Orate antes de que se
termine el juego. Voy con Jungkook por un lado, mientras
Jimin y el otro se adentran en el aparcamiento. Pasamos
por la balconada —Jungkook cojea y va un poco por detrás— y
buscamos al Orate en los porches desiertos, tras parrillas de
barbacoa y bajo piscinas hinchables desinfladas.
—Ahora sé más de ti, y tú también sabes más de mí —dice
Jungkook, quien esboza una mueca de dolor mientras intenta
no quedarse rezagado—. Cuéntame algo sobre Lisa.
—Juro que te mataré si tratas de pasarte de listo con mi
novia.
—Por eso no te preocupes, larguirucho.
—Lisa es… es una pasada. Se obsesiona con todo
nuevo artista que descubre y siempre está enviándome unos
correos electrónicos interminables sobre los que le gustan
más, explicándome por qué tendrían que ser famosos. La
noche que cambian la hora se queda despierta hasta tarde,
simplemente para ver el salto de la hora en el reloj del
ordenador. Y otra cosa: cuando era una chavalita se fiaba de lo
que decía el horóscopo… y luego se lo tomaba a mal si las
cosas no salían según lo previsto. —Levanto la mirada; el cielo
se encuentra sumido en esa extraña fase azul-rosada carente de estrellas—. Tiene previsto que mañana vayamos al parque
a mirar las estrellas, pero se me ha ocurrido algo todavía
mejor.
—¿El planetario?
—Lo pensé, pero está descartado. Tengo miedo de que a Lisa le entren ganas de almorzar o algo por el estilo. Y
estoy sin un centavo.
Jungkook tropieza con una pala que estaba apoyada contra la
pared de un porche, y la herramienta se estrella contra el
suelo con un fuerte ruido metálico. Jungkook corre a
esconderse contra la pared antes de que los vecinos salgan a
ver y le peguen una bronca. Me escondo a su lado, y
esperamos un rato; finalmente bajamos corriendo por las
escaleras.
—Entonces, ¿tienes pensada otra cosa para mañana? —
pregunta, una vez que estamos a salvo.
—Una compañera de trabajo de mi madre me ha dado una
invitación para dos para una sesión de alfarería. Así que por la
mañana vamos a hacer algo interesante juntos… eso sí, me
gustaría terminar la jornada como está mandado.
Algo me dice que un encuentro sexual en una destartalada
habitación de motel no sería un verdadero regalo. Esas cosas
tan solo tienen sentido en las películas de niñatos con un
protagonista engreído e insoportable.
—¿Se te ocurre alguna idea, Junkook?
—Enséñale las estrellas, ya que es lo que quiere —sugiere—.
Sé dónde puedo conseguirte unas cuantas.
Me cuenta su plan, y el plan es la rehostia.

Recuerda Aquella Vez. [VK]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora