Parte Ocho: Oye, Que No Somos Gais

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Maratón [1/2]
A la mañana siguiente me encuentro con Jungkook, que tiene

pinta de estar superagotado, en la esquina del edificio donde

vive.

Son las once y unos minutos. No estoy seguro de si ha

pegado ojo, y no sé si conseguirá seguir despierto durante la

proyección de la peli.

-¿Es que estás ocupado en clonarte a ti mismo?

-¿Cómo? -dice con voz pastosa.

-Estoy tratando de adivinar qué es eso que te mantiene tan

ocupadísimo.

-No creo que nadie quiera a dos Jungkooks despistados.
circulando por ahí. -Atajamos por unos bloques de aspecto

inquietante para llegar al cine cuanto antes-. Mejor no te lo

cuento, o vas a pensar que soy un caso perdido.

-Más bien eres una obra de arte a medio hacer. Como lo

somos todos. -Levanto las manos en señal de rendición-.

Pero no hay problema; no voy a insistir.

-Se supone que tienes que insistir, hasta que desembuche.

-Muy bien. Desembucha.

-No quiero hablar del asunto.

Y no lo hacemos.

Una vez más.

En su lugar, Jungkook empieza a hablar de lo mucho que le

gustan las mañanas del verano, en las que una entrada al cine

tan solo te cuesta ocho dólares. Lo que tampoco importa

mucho, pues se las arregla para entrar gratis, dado que el

verano anterior estuvo trabajando en este mismo cine durante

dos fines de semana, hasta que -acertasteis- lo dejó.

-Pero de mayor quieres ser director. Eso de trabajar en un

cine es un primer paso, ¿no te parece?

-Eso pensé, pero cuando trabajas en el vestíbulo no tienes

tiempo de ver ninguna película. No paras de quemarte con el

aceite de las palomitas, y cuando estás en la taquilla, tus

compañeros de clase te pegan la bronca si no les dejas entrar

a ver una película para adultos. No vas a convertirte en

director sentado tras una ventanilla.

-Supongo que tienes razón.

-Creo que si continúo haciendo trabajos ocasionales

terminaré por reunir material para escribir mis propios

guiones. Todavía no se me ha ocurrido una historia que contar.

Llegamos al cine; Jungkook me agarra por el codo y me lleva

hacia el aparcamiento. Pasamos frente a un par de salidas de

emergencia y nos adentramos por un callejón en el que

supone que no tendríamos que estar. Saca la tarjeta de cliente

de una tienda y la inserta en la cerradura de una puerta, hasta

hacerla saltar con un clic. Se gira, sonríe y abre la puerta.

Recuerda Aquella Vez. [VK]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora