I.

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Conocí a Eiji cinco años atrás. Los dos trabajábamos en la misma empresa y yo jamás lo había notado porque vamos, a un chico como él puedes encontrarlo en cualquier parte. Al menos eso era lo que yo pensé al principio y quizá eso seguiría pensando de no ser por aquella tarde que lo cambió todo. La tarde donde si alguien me preguntara, yo diría que todo comenzó.

Eiji, o aquel chico que en ese justo instante no tenía un nombre, caminaba entre la nieve arrastrando un abrigo que, miraras por donde miraras, era obvio que no había sido diseñado para él sino más bien para un enorme gigante, cosa que Eiji no era. Sus cabellos oscuros cubrían su frente, sus mejillas estaban sonrojadas porque aquel día había sido llamado pomposamente "el día más jodidamente frío de la historia del mundo" y en realidad lo estaba siendo. Eiji corría, yo no sabía que él era uno de los compositores de mi nuevo disco, no tenía ni idea de que él seguramente sabía de mí.

Eiji llevaba agarrada a su pecho una carpeta azul de terciopelo que casi combinaba con el color de sus manos, tan frías estaban. Pero a pesar de su lamentable aspecto, a pesar de que yo con mi abrigo hecho a medida y mis guantes de piel, encontraba a aquel ser algo ridículo, me sorprendí al ver la sonrisa de sus labios, ese tipo de sonrisa sincera que no acostumbras a ver y que también pasa desapercibida hasta que algo dentro de ti te obliga a verla.

Yo no sé qué fue lo qué fue lo que me obligó a mirarlo a aquel día, quizá se trate del destino— como a él le encanta decir que fue— o quizá fue sólo que la luz de aquella sonrisa era demasiado brillante como para ignorarla. O quizá fue todo, quizá fue uno de esos extraños momentos en los que las estrellas se alinean y ponen tus pies donde deben estar. No lo sé. Lo único que sé fue que mientras yo miraba a aquel chico con un dejo de lastima y de diversión, una ventisca salida de solo dios sabe dónde barrió la tierra haciendo que Eiji se estremeciera, tropezara y dejara que su carpeta azul se derramara por la nieve. Tuve el impulso de correr hacia él y eso hice.

Sin importar el grito de mi representante, quien caminaba conmigo, me apuré a llegar al lado del joven que seguía sonriendo al mirar cómo las hojas llenas de compases y partituras que seguramente le habían costado días enteros de trabajo se alejaban con el viento perdiéndose en la blancura de la nieve.

—¿Estás bien?— le dije cuando llegué a él, tratando de entender cómo era posible que sus ojos color negro brillaran tanto, sobre todo en día como ese en el que había más sombras que luz en la tierra debido a los densos nubarrones que cubrían el sol.

— ¿Habías pensado que la música también tiene alas?— me dijo él, levantándose del suelo ignorando olímpicamente mi pregunta—. Quién sabe, quizá alguien la necesite más que yo ahora, y por eso esas canciones decidieron emprender el viaje ¿No crees?

El chico comenzó a reír. Yo lo observaba preguntándome todavía qué demonios hacía yo con aquel chico que era obvio estaba loco como una cabra. Y es que la pérdida de su música de verdad parecía no importarle, parecía como si estuviera firmemente convencido de que aquella música perdida de verdad llegaría a otras personas, aquellas personas que la necesitaban más que él.

—¿Te golpeaste la cabeza?— dije yo sabiendo que estaba sonando como un imbécil y aun así, sintiendo que el aire se escapaba de mis pulmones al volver a observar esos ojos imposibles que me miraban de forma divertida.

—No, Ash— dijo él, haciendo que la sangre de todo mi cuerpo se agolpara en mis mejillas por el modo en el que aquel chico había pronunciado mi nombre—. Aunque mi rodilla sí que duele, y ahora mi carpeta está vacía por lo que no podré presentarte la nueva lista de canciones que había escrito para ti. Dicen que eres exigente, y de verdad había escrito cosas buenas. Amigo, no me hubiera sorprendido para nada que nos dieran un montón de premios Grammy por este nuevo disco pero, bueno... supongo que no es tu destino. En fin, hablaré con los jefes, seguramente querrán matarme pero... ¿Qué puedo hacer? Nadie puede cortar las alas de la música, menos yo.

A story sadder than sadnessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora